miércoles, 8 de septiembre de 2021

Masculinidad y violencia de género: intervenciones clínicas

El del 10/07/2021 tuvo lugar el taller Clínico titulado "Masculinidad y violencia de género. Intervenciones clínicas" por Guillermo Ferreyra. A continuación, veremos algunas notas sobre su exposición:


La violencia de género es un tema complejo y no unicausal. El cuestionamiento de la masculinidad en lo social dio lugar, de la mano de diversos autores como Luciano Fabri, Carlos Volnovich, Marika Combativa, entre otros, a la pregunta por qué es ser un varón y cómo se constituye la masculinidad. En psicoanálisis, diremos que algo de lo natural está perdido y hablar de masculinidad implica una construcción que tiene que ver con el tiempo y el lugar.

La pregunta por qué es ser un varón queda abierta y que las masculinidades pueden empezar a hacerse. Los estudios de género comenzaron por la mujer y en la lucha contra el patriarcado fue necesario estudiar a las masculinidades y cómo estaban implicadas. De esa manera, se pudo hablar, a partir de 1970, de estudios de género. En el taller de Marika Combativa, se pregunta por qué es ser un varón y ahí los asistentes refieren serlo porque tienen barba, pene, lo dice el DNI... Débora Tajer se pregunta qué quiere un varón, preguntándose por el deseo de las masculinidades. Juan Carlos Volnovich se pregunta si existen viejas y nuevas masculinidades.

En Tótem y Tabú, Freud presenta a las sociedades totémicas como claves para conjeturar acerca de las bases que hacen posible la convivencia humana en la sociedad. Aparece el parricidio y la incorporación del padre. Otro texto, de Rita Segato, Estructuras elementales de la violencia, tiene un recorrido de 9 ensayos donde se analizan aspectos diferenciales y estructurales del patriarcado y cómo se articula con lo que se conoce como relaciones de género. La violencia debe ser comprendida y deconstruída.

Si analizamos a las masculinidades, notaremos que la idea de violencia está sumamente enlazada. Hay rituales en prácticas deportivas, en grupos de pares, familias. Hay una charla TED de Débora Tájer, donde dice que llegamos a un punto de la sociedad donde los varones se cuestionan sus privilegios y el dolor que le pueden causar a otros y a otras. Así como ningún pibe nace chorro, ningún pibe nace macho. De esta manera, es posible desarticular esta idea de violencia de la masculinidad, para pensar otro tipo de masculinidad.

Las células violentas, en palabras de Segato, no se constituyen de una única manera. Hay eventos sociales, como los partidos de fútbol, en donde uno puede capturar aspectos en donde residen gran parte de la fascinación masculina. Por ejemplo, la sopresa, la ambigüedad entre ganar y perder, la creencia de los expectadores de que su entusiasmo puede generar algo en el partido, etc. Un paciente decía, ante su equipo que perdió, que no ganaron porque en la casa estaba la novia.
¿Por qué la presencia de tu novia en la casa se relacionaría con el desempeño de los jugadores? - le pregunta el analista. 

La presencia de la femineidad como la culpable de las cosas tiene una historia muy interesante. Más allá del pensamiento mágico, este tipo de situaciones nos permite preguntar qué lugar para la mujer en un partido de fútbol u otra circunstancia. Tájer propone que en lo deportivo se juega lo afectivo de las masculinidades, donde el fútbol está pintado de género, donde el predominio lo tienen los hombres, aún cuando últimamente hay más mujeres implicadas en los deportes. ¿Qué lugar ocupa el fútbol en la constitución de las masculinidades? Esto hay que verlo en cada lugar, porque no es lo mismo Argentina, que México o Colombia.

Otra de las ideas relacionadas con la masculinidad es la actividad, donde activo es masculino y pasivo, femenino. En este fantasma, si el otro es pasivo, se feminiza. Esto aparece en el fútbol, otros deportes y en la penetración del cuerpo del otro, como en la violación, la homosexualidad, la violencia. El otro aparece como lo extranjero, una diferencia desigualada y jerarquizada. Ante lo distinto, muchos eligen el ataque.

La desautorización de la femineidad tiene mucho que ver en materia de diferencia de los géneros. Freud dice que los hombres, por temor a la posición pasiva frente al varón; las mujeres, por la envidia del pene, producen esta idea de desautorizar a la femineidad. Lo pasivo y la femineidad tienden a ser peyorativizadas, desigualadas y desautorizadas.

El temor a la pasividad sigue estando presente en las maculinidades actuales. El varón debe ser activo, productor, protector, padre... pero nunca pasivo. La vieja envidia del pene de Freud puede ser repensada como una envidia de privilegios. La posición masculina históricamente ha concentrado el poder y el hecho de que un varón sancione conductas u oprima a otres es un privilegio.

Segato también tiene aportes como el sexismo automático. Se trata de violencias estructurales que sustentan el pasaje moral de la familia, que se asemejan al racismo automático. Hay algo en la constitución de la familia y el otro que como institución instituyen un sexismo automático: la mujer que limpia, cuida, tiene hijos y en lo privado, mientras que el hombre está en lo público. Todo esto lo vemos hasta en los regalos que se le hace a las infancias: la cocinita para las niñas, los autitos y las armas para los niños. Este sexismo está automatizado y se replica en otras esferas: los vínculos, la amistad, el trabajo, etc. La expresión actual micromachismos da cuenta de estas conductas que nada tienen de micro, pues oprimen a otres, lo interpelan y no permiten el desarrollo del otro en tanto su deseo. La idea no es establecer un matriarcado, sino una equidad. 

El psicoanálisis debe dialogar con otras disciplinas y espacios. Por ejemplo, Paul Preciado le escribe a los freudianos en Francia, criticando la idea patriarcal que muchos psicoanalistas tienen. ¿Qué hacemos los psicoanalistas ante estas interpelaciones?

Las violencias de género
Las formas de violencias deben, en primera instancia ser visibilizadas. Esto no implica señalar y linchar al otro, sino rastrear en qué escena se producen, bajo qué institución, a la manera de una pregunta. Por ejemplo, ¿Qué rituales hay en prácticas deportivas como el rugby? ¿Son esos rituales violentos? ¿Qué rituales para las femineidades que ingresan a un trabajo? ¿Qué lugares ocupan las masculinidades en el poder? 

Respecto de la violencia de género, hay que marcarla como una violencia específica, en la medida que puede tratarse de violencia física, simbólica, psicológica e institucional que se ejerce contra una o más personas en base a su orientación sexual, identidad de género ó sexo. Hay que apartar a esta violencia particular e identificarla en la clínica. 

La violencia de género, estadísticamente, ocurren contra las mujeres, tanto en el ámbito público como en el privado. La violencia doméstica, ejercida por un familiar, es una de las violencias que más llegan a la consulta en consultorios particulares y en la atención comunitaria. Hay también violencia institucional, que limita la vida profesional de las mujeres; la violencia laboral, la violencia contra la libertad reproductiva de las personas útero-portantes, la violencia obstétrica... También está la violencia mediática sobre las personas útero-portantes. 

La violencia simbólica tiene que ver con los signos e imágenes y mensajes que se muestran a una persona en relación de inferioridad con relación a otras. Este concepto es fundante el Pierre Bordieu y lo vemos, por ejemplo, en las publicidades que muestran a las mujeres como únicas responsables del cuidado de la casa. En la publicidad de Mr. Músculo, vemos que un super-varón le lleva la solución a una mujer pasiva, para que ella limpie.
La mujer al servicio de su familia es algo que se ve permanentemente en la clínica.

Hay medidas cautelares que permiten que el agresor se acerque a la casa o al trabajo de la mujer. Estas medidas permiten además la fijación de una cuota alimentaria para los hijos. Casi el 85% de los padres que tienen que pagar la cuota alimentaria no lo hacen. También podemos pedir que al agresor no se le pueda vender ni portar armas. Además, se le puede pedir al agresor que se retire de la casa donde vive con la víctima. Estos recursos jurídicos se pueden solicitar, aunque no siempre sale bien.

Irene Friedman, en su libro Violencia de género y psicoanálisis, plantea qué hacer el analista con estas dificultades que se presentan en la clínica y cuando el caso comienza a complejizarse, por ejemplo, si la justicia no opera. Friedman alerta sobre el furor curandis de Freud, evidente en el hecho de que el analista quiera que la víctima se aleje de su agresor. Ella propone habilitar nuevos interrogantes para la teoría y desde ahí formular nuevas líneas teóricas que impliquen mejoras en los abordajes y la salubridad en los equipos. Para trabajar mejor, hay que realizar un interjuego diario entre praxis y teoría, de manera de salir de lo que Friedman cataloga como "lo heroico", lo épico del analista o personal de salud mental, que en muchos casos tienen la fantasía de que deben liberar a la persona de la opresión, haciendo todo lo que esté a nuestro alcance. ¿Por qué? Porque frente a esta problemática de género, suelen suceder dos cosas:

La primera, es que nos encontramos con una literatura que muchas veces no puede aplicarse a la realidad del caso singular. La literatura, no obstante, es valiosa: la violencia de género en términos generales tiene patrones repetidos que hay que estudiar. 

Por otro lado, está la idea de la víctima buena y la víctima mala. La víctima buena sería la que responde al tratamiento, asiste a la consulta y que cumple con las intervenciones del analista; la víctima mala, sería la que abandona el tratamiento, vuelve con su pareja violenta. Irene Friedman hace un llamado a revisar qué le pasa al analista contratransferencialmente con esto, cosa que toca al narcisismo del analista. No debemos olvidar la reacción terapéutica negativa, de qué es lo que pasa con los que "fracasan al triunfar" y del sentimiento inconsciente de culpa que Freud describe, producto de los castigos del superyó.

Es decir, nos tenemos que despojar de estas ideas románticas acerca de las víctimas buenas e inocentes, de las luchas heróicas contra sus victimarios, el sentirnos mal si la paciente vuelve con su agresor ó sentirnos bien si se apartan. 

Hay que tener cuidado con el pretendido contacto cero entre la víctima y el agresor, que muchas veces funciona como mandato de amigos, el poder judicial, la sociedad. Así como un síntoma se construye a lo largo del tiempo de la historia, las posiciones de de agresor-agredida se van construyendo y no son posiciones fácilmente desmontables. Así como Freud decía que había que sustituir el síntoma por algo, en la violencia también ocurre esto. El espacio que el analista brinda debe alojar y ser distinto a la escena violenta.

Las instituciones que instaura el patriarcado también se replican en los círculos homosexuales, intersex, trangénero, pansexuales y asexuales. El racismo y el sexismo también se replican y automatizan en estos ámbitos. 

Las "malas víctimas" nos ponen en el reto de crear nuevos dispositivos, muchas veces cruzando discursos, para alojarlas. No debemos olvidar que las cuestiones de género no se limitan a lo sexual, muchas veces están ligadas a lo étnico, a lo institucional, judicial, lo económico, etc. Esto complejiza a la violencia de género, ampliando el campo y volviéndolo más singular.

Los cambios de políticas públicas son necesarias, por lo que la denuncia resulta imprescindible. Allí hay que tener en cuenta si la persona está preparada, si ha pasado anteriormente por un proceso judicial, si ha tenido ayuda de una organización, cuál es su red y si nosotros como analistas podemos acompañar desde nuestro encuadre, que en estos casos deben contemplar llamadas y la invención del analista.

El problema de la violencia nos interpela a nivel ético y teórico. Ético, en tanto el que-hacer y el cómo operar desde lo que dictan los colegios y otras instituciones. Por otro lado, están los problemas teóricos, que implica producir nuevos trabajos y revisar los ya existentes. También hay que evaluar qué nos pasa a los analistas con estos casos, en el sentido de lo contratransferencial. 

Para abordar estos casos, la violencia debe ser visibilizada, evaluando cómo se encuentra institucionalmente determinada. Además, debemos buscar acompañamientos como la familia, amigos y organizaciones. El agenciamiento lo debemos no solo buscar en las personas que tratamos, sino en nosotros mismos, de manera de implicarnos en la clínica, mediante la supervisión y la derivación.

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