En esta entrada, veremos qué intervenciones podrían ser posibles en un paciente melancólico.
Hombre de 56 años, casado y con tres hijos adolescentes.
Se dedica a la administración de dos consorcios de edificios pertenecientes a su madre (84) y L. es dueño de una academia de apoyo escolar, en donde él donde enseña matemática y química.
Viene medicado: venlafaxina (antidepresivo), carbonato de litio (estabilizador del ánimo), olanzapina (antipsicotico) y bromazepam. La esposa, que hizo la consulta, informa diagnóstico de Trastorno bipolar tipo II.
L .viene de 2 tratamientos previos. El primero terminó en el 2013. La psicóloga lo derivó por "asuntos contratransferenciales" al Hospital Alemán y al año siguiente lo dejó porque no avanzaba. Lo que motivó estas consultas fue que L. pasó de su depresión a un estado maníaco, en el cual comenzó una relación con una amante stripper, a la que le dio mucho dinero y un departamento. Dice que en esta institución casi lo internan, porque estaba verborrágico y recuerda que se sentía con mucha energía.
Vengo porque soy "maníaco depresivo". Dice que muchas veces no tiene ganas de vivir.
"Muchas veces" es cuando no da clases, tiempo en el que se tira en la cama. Dice "La cama es la solución a todos mis problemas". Las ideas suicidas toman especialmente fuerza cuando L. ve una ventana; en ese momento siente que debe arrojarse por ella.
L., tiene 2 trabajos (da clases y administra un consorcio), viene de una familia adinerada. No obstante, L. sufre si sale a comer afuera porque siente que no lo merece, que se siente una basura. La esposa le plantea que ellos pueden darse gustos, pero él insiste en no gastar dinero. La culpa de L. es exagerada y no admite defensa. Por ejemplo, ante un dispendio de dinero, dice con certeza que su hija de 15 años no podrá casarse en el futuro, pues no tendrá dinero para pagarle la boda y que él es el culpable de esta y otras catástrofes que él prevé para él y su familia.
El andar de L. es pesado, su tono de voz es bajo. En el consultorio no se sienta en el sillón… se deja caer. No asocia, sino que responde a las preguntas del analista con frases cortas o monosílabos.
Unas palabras sobre la melancolía
Al hablar de melancolía, es inevitable pasar por el texto de Freud de 1915 “Duelo y Melancolía”. Ahí Freud llama melancolía al acentuación del humor depresivo y manía a su contracara. Con la particularidad de que Freud indica que la manía y la melancolía responden a una gran variedad clínica, que no solo se encontrarán en la psicosis maníaco depresiva, sino también en el campo de las neurosis.
El duelo, dice Freud, es la reacción ante la pérdida de una persona amada. La novedad que agrega Freud, que va a ser muy importante, es que además de una persona concreta, es que lo que se pierde puede ser una abstracción que haga sus veces, una posición subjetiva, como la patria, la libertad, un ideal, etc. Es decir, se amplía el espectro de lo que puede ser una pérdida. Puede ser la pérdida de algo concreto o de algo que haga sus veces. Aquí ya hay una operación metafórica que puede sustituir el objeto por una idea abstracta que simbolice algo importante, libidinalmente, para el sujeto.
En tanto afecto normal, dice Freud, el duelo es un afecto normal. Es la respuesta afectiva esperable ante una pérdida y a ninguno de nosotros como analistas se nos ocurriría perturbar ese duelo. Más bien, es deseable y acompañamos al sujeto en ese proceso de duelar lo perdido, de inscribir la pérdida, resignando el objeto y reinstalar la disponibilidad de investir nuevos objetos.
Pero aquí cabe introducir una variante, una desviación: puede ser que ante una pérdida, en lugar de desencadenarse un duelo, aparezca una melancolía, que el sujeto responda con una melancolía.
- Una desazón profundamente dolida.
- Una cancelación del interés por el mundo exterior.
- La pérdida de la capacidad de amar.
- La inhibición de toda productividad.
- Una rebaja del sentimiento de sí que en la melancolía se manifiesta en reproches y autodenigraciones.
Es importante que Freud dice que en el duelo están todos estos rasgos mencionados, menos la perturbación del sentimiento de sí mismo. En todo lo demás, dice Freud, melancolía y duelo es lo mismo.
La otra diferencia es que en el duelo se puede saber qué fue lo que se perdió (ya sea concreto o no), pero en la melancolía no se puede recortar qué se perdió.
Veamos la historia del paciente:
L. es hijo de un padre muy famoso en el ámbito de la química (escribió varios libros), y trabajaba en educación. Él trabajaba mucho y nunca estaba en casa.
La madre también es universitaria. Tiene 84 años y aún “maneja todo”. Él describe una infancia "normal y divertida", junto a sus dos hermanos.
L. es egresado de un colegio tradicional de la CABA. Lo contratan como docente de matemática en esa institución. Trabaja ahí hasta los 28 y luego la madre le abre la academia, que rápidamente se vuelve próspera por los contactos que L. de su escuela.
Una particularidad de la academia: Esta se encuentra en un 5° piso, y la madre vive en 5to piso del edificio de al lado. Ella hace tirar la pared abajo, creando una "conexión clandestina". Esto intenta ser puesto en el análisis, pero no hubo forma.
A los 30, muere su padre, a finales del '87. En ese verano del 1988, estando de vacaciones en Mar del Plata, se entera que Olmedo se había tirado por un balcón y rápidamente se le instala la idea de que él debe tirarse también. Ni bien volvió a trabajar, esta idea desapareció: trabajaba muchísimo, no hacía otra cosa que enseñar.
En La erótica del duelo en los tiempos de la muerte seca, Allouch nos dice que la forma de tramitar el duelo es una cesión: se trata de ceder aquel objeto que fuimos para el otro. El muerto se ha llevado mi corazón y es ahí donde debe estar, donde acompaña esa cesión de aquel que se ha ido.
En el dolor melancólico el duelo se encuentra imposible y eternizado. La pérdida del objeto para el yo es un estado permamente de situación, lo cual revela un intento fallido de inscripción de la pérdida, que es una y otra vez. El melancólico exhibe sin vergüenza su rebajamiento que demuestra que aquello que debió ser segregado quedó adherido al yo, al i'(a). Una no separación entre el yo y el objeto que devenido hostil, hace uno en el delirio de insignificancia o en el pasaje al acto. De esta manera, los autorreproches, que ocurren en la melancolía y no en el duelo, Freud nos dice que la pérdida no se resigna, sino que se erige en el propio yo. El sujeto se identifica a ese propio objeto y todos reproches y denigraciones que en la melancolía el sujeto le dirige a su yo en realidad, van dirigidos al objeto.
(Año 89)Permanece soltero hasta los 32 años viviendo con su madre y en el casamiento de su hermano conoce a la mujer que será su esposa. Se casan a los 9 meses. Años después tienen a sus hijos en el 95, 97 y 2000.
Todo fue bien hasta el 2010, año que empezó a menguar el trabajo en la Academia. Una de las escuelas cercanas disminuyó las divisiones por año, al tiempo que se sacaron los exámenes de ingresos.
La progresiva decadencia de la academia tiene un efecto de drenaje libidinal en L. Pierde el interés por todo, deja de mantener relaciones con su esposa. El mundo se le vuelve gris e insípido, despojado de cualquier cosa placentera. Cosas habituales como las roturas de la casa, los resúmenes de la tarjeta, el extravío de un celular por parte de alguno de los hijos lo llenan de amargura. Ante esta condición de lo perecedero del mundo, empieza a aparecer con mayor fuerza la vieja idea de lanzarse por la ventana al sentirse culpable de que su familia no tendrá más dinero, pese a tratarse de una familia con diversos ingresos económicos.
"Ver a la academia primero llena de gente y ahora vacía me pone triste. Es como una planta, antes tenía más vida y ahora se está muriendo".
El tratamiento
Freud propuso a la melancolía en el campo de las neurosis narcisistas, en la que se juega un conflicto entre el yo y el superyó. Aparece un primer obstáculo, que es qué hacer cuando el paciente no asocia porque no contamos con el recurso que Freud, en La interpretación de los sueños, llama "la otra escena".
Este caso requirió de una mayor participación del analista que lo que sería una neurosis de transferencia. De esta manera se reconstruye la historia mediante preguntas.
Además, vía su deseo, el analista puede apostar a un sujeto, aunque no esté. Si el analista aprovecha todas las contingencias, puede de alguna manera reemplazar el papel de las asociaciones. Por ejemplo, L. utilizaba una campera enorme llena de cosas. Una vez me la dio para que la cuelgue y ahí noté "lo pesado". Lo pesado derivó, en él, el peso que uno lleva sin darse cuenta. Los resultados de los deportes que el paciente veía también eran contingencias que permitían abrir a la cuestión del ganar, el perder, etc.
A la pregunta de por qué L. no se ha matado aún, éste responde que lo único que lo ata a la vida es ver crecer a sus hijos. En los días donde la idea de suicidarse aparece con especial intensidad, el analista tomará este dato para preguntar cómo imagina L. que sus hijos vivirían sin él. Esta oportunidad de faltarle al otro, al menos en términos de lo imaginario, lo revitaliza por un tiempo, aunque no de manera permanente como alguien que por estructura lleva inscripta una pérdida fundante.
La historización también nos va a permitir ubicar qué es lo paciente perdió y nos pondrá en la pista de qué podría estabilizarlo.
Recordemos que yo del melancólico se apoya y se sostiene en un objeto, elegido narcisísticamente. En un objeto que se elige de esta manera, sólo basta una frustración en esta función de complemento y sostén del yo para que suceda la pérdida del objeto, sin pensar que se muera o que lo deje. Esta frustración, para el melancólico, ya es la pérdida del objeto.
En la melancolía lo que parece ser una pérdida de objeto es en realidad una pérdida del ideal, entonces el yo pierde todo valor. El melancólico creía que él y el objeto eran uno, y cuando el objeto se va, o se muere o muestra que es inéependiente para el melancólico es un verdadero descubrimiento insoportable. Por eso la tiranía con el objeto de parte del melancólico, no porque sea un otro, sino porque es la parte más valorada de él mismo.
De esta manera, si ubicamos como punto desencadenante la muerte del padre de L., no se trata de que el objeto perdido sea el padre, pero sí algo que tiene que ver con ese padre y que se relaciona con la actividad educativa de la academia, que lo estabiliza por años hasta que la institución empieza a sucumbir a la crisis. Recordemos que L. es portador de un apellido muy famoso en los ámbitos de la química y la educación, pero también de la psicología.
En el curso del tratamiento, aparece una posibilidad que L. está en condiciones y decide tomar: lo invitan a dar clases en una institución que da clases de matemática a personas adultas. No se trata de una escuela, sino de un lugar donde los alumnos lo hacen por gusto a la matemática, por lo que L. puede diseñar el plan que quiera. La antigua academia, con la conexión clandestina con el departamento de su madre, se alquila para oficinas. Esto, por el momento, sacará a L. de la cama.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario