No hay un desarrollo específico sobre el amor en la neurosis obsesiva en Freud y Lacan, sino que es algo que hay que construir mediante las referencias. Por ejemplo, estas referencias están en:
- El mito individual del neurótico
- Variantes de la cura tipo.
- Seminario V.
El amor en los tres registros
El amor no es un concepto simple, sino que admite un despliegue. Lacan lo trabaja en los tres registros en distintos momentos de su enseñanza, que se articulan unas con las otras.
El amor imaginario. Aquí se ponen en juego algunas variables que tienen que ver con la dimensión especular del amor, es decir, la identificación. El amor en su dimensión especular implica el amor al semejante, lo igual y lo afín. Se ama a lo que es igual a uno mismo, lo que sostiene el narcisismo y a lo que sostiene al yo.
El amor imaginario, a su vez, se contrarresta con la agresividad, en la medida que el semejante presenta un elemento que vaya en contra del narcisismo y fragmente la imagen. Puede ser un cuestionamiento, una interpretación, no seguir con la afinidad. Lo que no es la mismidad, pone en juego a la agresividad porque fragmenta el espejo.
El pasaje de amor a la agresividad es bastante habitual y está presente en los trabajos del narcisismo y las cuestiones de lo imaginario. Si tomamos los aspectos imaginarios, estas conductas pueden ser extremas, tanto un pegoteo narcisista como la agresividad. El pasaje de las pasiones imaginarias del amor al odio pueden ser abruptas. Esta clase de amor implica a la agresión, depende si la imagen está completa (amor) o fragmentada (agresividad). No hay una sin la otra y lo que pacifica esos planos es lo simbólico, presentado como lacan como el pacto simbólico de los significantes. El pacto simbólico de los significantes da lugares, roles y leyes al funcionamiento imaginario.
La otra dimensión imaginaria es el reconocimiento. El semejante que reconoce al sujeto en su imagen completa es al que se ama, o sea que también sostiene al narcisismo.
La idealización. Esta dimensión del amor está entre simbólico e imaginario, porque remite a un elemento de lo simbólico que comanda a este último: el ideal del yo. Se ama a aquello que se idealiza, aquello que se ubica del lado del ideal del yo. En el lenguaje popular aparece como admiración y está en el plano de lo que Freud ubica de la relación del amor con la sugestión en Psicología de las masas. Cuando uno ama, queda hipnotizado por aquel que ama y uno queda sugestionado. Para que eso pase, hay que ubicar al amado en el lugar del ideal del yo.
El amor simbólico: amor como falta. "Dar lo que no se tiene" implica la castración, la falta a nivel de lo simbólico que pone en juego la dimensión del amor en relación al falo y la castración. Se trata del amor ligado a la dimensión del deseo. El deseo es en falta, pero no se trata del deseo que se desplaza por los significantes que el amor que implica al deseo. Se trata de un amor en falta, situado en dar lo que no se tiene.
Para dar lo que no se tiene, solo puede darse en posición de falta y de castración. Esta dimensión del amor en falta puede o no articularse -incluso ir en contra- del amor imaginario. Mientras en el amor imaginario se sostiene la imagen completa del narcisismo, en el amor de dar lo que no se tiene implicará una falta a nivel del narcisismo, una división subjetiva. Adelantamos que esto, en la neurosis obsesiva, suele ser difícil pues requiere ubicarse en el lugar de falta.
El amor real (registro). Lacan lo trabaja, por un lado, a nivel de la pulsión y el objeto a. esta dimensión del amor no implica al deseo como la simbólica, sino al goce. Implica la relación que el amor tiene con el objeto a y lo que Freud trabaja como punto de fijación. Se ama desde el fantasma, según Lacan. Se hace lazo amoroso con el otro en el punto cumple con una condición fetichista de goce. El ejemplo en Freud es "el brillo de la nariz" (glanz/glance), donde encontramos el rasgo de atracción que le gustaban a ese hombre y que lo enamoraban. Glance en inglés es brillo, mientras que glanz en alemán es mirada, lo que pone en juego, fantasmáticamente, lo que guía la pasión amorosa.
En esta dimensión real, ligada al objeto fetichista y al fantasma, se pone en juego la dimensión de la pasión. Apasiona algo en la dimensión del objeto, no en el deseo sino en el goce. Es un punto en el amor que lo vuelve pasional. El sujeto no puede dominarla, sino que se lo lleva puesto, porque tiene que ver con una dimensión real: la pulsión -o el goce- que se impone.
Lacan también trabaja el amor real al hablar del amor como contingencia, en el sentido de tyché, el encuentro no previsto ni ubicado según las leyes previas del significante y el fantasma. Del otro lado aparecen signos donde no debería haber relación sexual. Allí donde no hay encuentro posible, aparece del otro lado un signo que provoca un efecto amoroso. Ese elemento es contingente, novedoso en el amor, que se pone en juego como segunda dimensión del amor real.
💚Como vemos, las teorizaciones del amor tienen bastantes puntos de la teoría, desplegándolo como concepto en las distintas dimensiones.
En cuanto a la neurosis obsesiva, Lacan desde el comienzo pone en juego distintos aspectos que tienen que ver con lo amoroso. Hace referencias particulares al amor de los obsesivos, que tiene que ver con sus variables estructurales. En la clínica aparecen varias presentaciones de esta neurosis, aunque en la teoría aparezcan teorizaciones reducidas y tipificadas.
La pregnancia del amor imaginario
De entrada, en Variantes de la cura tipo, Lacan plantea que el obsesivo imaginariza las cuestiones del amor. El obsesivo, dice Lacan, arrastra hacia la jaula de su narcisismo al objeto de amor. Por ejemplo, el Hombre de las ratas lo hace con su padre idealizado y también a la dama de sus pensamientos.
El obsesivo se ubica en el amor por la vía del semejante, a nivel de lo imaginario. Ama aquello que lo que sostiene su propio narcisismo, lo que le devuelve una imagen completa. Lo que no sostiene su narcisismo le resulta una amenaza, a la cual responde con agresividad.
Esta posición en lo amoroso, esta tendencia a la imaginarización de lo amoroso, implica pensar en términos de lo igual. Un obsesivo busca a alguien que le sostenga su narcisismo, ya sea de superioridad, su saber, su capacidad de proteger, de poder, etc. También aparece el "amor siempre igual", el amor aburrido y dormido en el obsesivo, rutinario, lo conocido.
La dimensión que implica este tipo de amor, sostenida por Lacan en toda su obra, es la inflación imaginaria en la que se sostiene el obsesivo. Esto está en El mito individual del neurótico (anterior al seminario 1) hasta el seminario 24, cuando habla de la fábula de la rana que se puede parecer al buey. Esto ya está situado a nivel del sinthome del obsesivo: la dimensión imaginaria y del yo es la que el obsesivo se sostiene y padece. Por lo tanto, cuando el obsesivo se enamora aparece imaginarizado.
La dimensión del deseo en la neurosis obsesiva: el deseo imposible
En la obsesión, el deseo aparece imposible, según leemos en el seminario 5. El deseo aparece como imposible porque encierra una paradoja. El deseo es deseo del Otro (están incluídos ahí el deseo propio y el del Otro) y la paradoja es que desea al Otro sometiéndose a él, o desea para si. Lacan hace unas referencias al amor, que tienen que ver con una báscula en el obsesivo, que es darle todo al Otro y someterse a él, o eliminar al Otro para satisfacer su propio deseo. En ambas puntas el deseo se vuelve imposible y el obsesivo pasa de una punta a la otra. Es dar todo al otro o destruirlo para que todo sea para él.
En la histeria, el deseo es insatisfecho y la solución es mucho más elegante, según Lacan. En la neurosis siempre hay una estrategia para evitar confrontarse con lo enigmático del deseo del Otro. El histérico sustrae algo que pone en reserva y así captura el deseo del Otro. Por ejemplo, en la Bella Carnicera (falta el caviar), Lacan lo trabaja como opuesto al deseo imposible. El histérico logra, con su deseo satisfecho, reducir la cuestión a un punto. En cambio, el obsesivo pasa de los dos extremos que vimos: todo para el Otro o todo para él.
La estrategia del obsesivo es degradar el deseo del Otro a la demanda, porque según dijimos, ese deseo es enigmático y esta estrategia le permite controlarlo. El obsesivo vacila entre someterse a la demanda del Otro como deseo (en realidad, lo que dice que el Otro desea, la demanda), en una posición oblativa de darle todo ó bien del aislamiento: eliminar al Otro. En esta última dimensión, hay una dimensión destructiva del Otro. Por ejemplo, el obsesivo espera la muerte del amo. No es sadismo, sino un intento de quitarse al Otro de encima. En el amor, estas dos posiciones se ponen en juego.
El obsesivo también demanda que se le demande, para llevar un control del Otro y su deseo enigmático. Puede, de esa forma, someterse a la demanda u oponerse.
La segunda paradoja que se pone en juego que tiene que ver con el dar lo que no se tiene, el amor en falta. El los extremos de darle todo al Otro o dárselo a si mismo no se pone en juego el amor simbólico. Es una especie de simulacro del amor castrado, porque dar todo al Otro se asemeja a dar lo que no se tiene, pero no es eso. En muchos casos, los obsesivos parecen ponerse en falta, pero en realidad es una posición oblativa. Cuando el "dar todo" se acaba, el obsesivo vira hacia el aislamiento. El amor en falta no es una oscilación entre dar todo o nada, sino que tiene que ver con amar desde la división subjetiva.
La pasión del obsesivo
La dimensión del objeto a nivel de la pasión en la neurosis obsesiva está planteada por la pregnancia de dos objetos en Lacan: el objeto anal y el objeto mirada. Estos objetos se ponen en juego a nivel de la pasión del obsesivo, no en el deseo ni del amor imaginario.
En cuanto a la dimensión anal, aparece la oscilación -en términos pulsionales y del fantasma- entre el regalo excrementicio y la retención. dar lo que el Otro espera como objeto agalmático para el Otro y el retener, sustrayéndose a la demanda del Otro. En este plano anal del objeto, esto se pone en juego a nivel del goce. es darle al Otro lo que espera (que debería amar y agradecer) o bien retener ese regalo bajo el modo de la oposición y la retención. Esto está ligado también a la relación que tiene el obsesivo con la demanda del Otro.
El obsesivo aquí también puede someterse a esta demanda u oponerse, en un nivel pasional, capturado en esa demanda. En este punto, el obsesivo no elige, sino que no puede evitarlo. Está capturado en la dimensión amorosa de la demanda del Otro. En algunos casos, el obsesivo se somete en extremo a esta demanda ó pasa a oponerse agresivamente, incluso al nivel del capricho.
Los dos tiempos en el amor obsesivo, tal cual lo enseñó Freud, son fundamentales, tanto para el deseo como para el goce. Esto suele confundir a las personas que aman a a los obsesivos, porque no es una forma única de amar, sino que tiene dos tiempos.
La dimensión de la mirada es otra de las formas pasionales de amor en la neurosis obsesiva. Esta se liga con lo que veíamos entre lo imaginario y lo simbólico: la idealización y el ideal del yo. En la neurosis obsesiva no hablamos solo de la idealización simbólica de tomar al otro como ideal, sino una captura del sujeto a nivel de la mirada. El obsesivo, así, queda apasionado por esa idealización. Es una forma de amor que aparece en la literatura de manera idealizada, apasionada, al estilo del amor cortés (la hazaña, la valentía) que se bate contra los dragones para rescatar a la princesa. En estos géneros, el objeto amado está idealizado y la satisfacción pulsional del objeto mirada que captura al obsesivo, que queda apasionado. Muchos amores obsesivos comienzan de esta forma: apasionados, que los arrastra, no se pueden detener y luego dan lugar a otras formas. Se trata de una conjunción entre la idealización simbólica y de la mirada.
La dimensión de la degradación de la vida erótica
Freud lo trabaja en términos de la oposición entre la madre y la puta. Tiene que ver con el amor simbólico del dar lo que no se tiene, pero requiere de cuestiones que no abordarlos aquí. Se trata de una dimensión que puede darse en el obsesivo, pero la disyunción de la vida erótica es también masculina.
En resumen, la posición amorosa en el obsesivo:
- Pone en juego lo imaginario, lo afín.
- El pasaje entre los opuestos de la oblatividad y el aislamiento.
- La pasión de la dimensión de la satisfacción anal de dar el regalo o retenerlo.
- La pasión de la idealización del objeto mirada.
Más allá de situar los puntos sintomáticos en la clínica, interesa ubicar los modos amorosos en la neurosis obsesiva. Los síntomas que le perturban su amor son harto conocidos (ej. la duda, la procrastinación), lo interesante aquí es cómo se enamora un obsesivo y de qué lazo amoroso se trata. Estas formas se ponen en juego por sus variables estructurales, no por sus síntomas.
Tanto el amor contingente (lo real del encuentro) como "dar lo que no se tiene" son puntos de conflicto para el obsesivo. El amor en falta se pone en contra de la dimensión imaginaria del amor, no fácil de soportar para el obsesivo, pues requiere una posición de división y eso rompe con su narcisismo y su imagen completa. Esto ocurre en momentos de mucha angustia, porque aparece la falta.
La dimensión de lo contingente, el punto del encuentro con lo no previsto y lo que no está establecido a nivel del narcisismo ni del fantasma que clasifique los objetos, también inquieta al obsesivo. Estamos hablando algo de lo propiamente femenino, la aparición del algo del "no todo", algo de lo hetero. El obsesivo, ante esto, traduce en términos de demanda, de narcisismo o de oblatividad... El obsesivo no soporta fácilmente lo "hétero" ni la contingencia, ni la falta.
En el seminario 17, Lacan habla de histerizar al obsesivo. Se trata de la puesta en forma de la entrada en análisis, que es el discurso histérico: que el agente quede en lugar de sujeto barrado. Un paciente no pasa a este discurso tan fácil, si el analista aparece en su discurso de analista como objeto, el paciente huye.
La entrada a un análisis es a partir de la división subjetiva, que se pone a trabajar en análisis. Esta histerización se da para cualquier análisis, sea una histeria o neurosis obsesiva. El obsesivo, producto del análisis, tiene que empezar a soportar su división subjetiva: soportar su falta, flexibilizar sus modos de amar, etc. La división se da en tanto distancia entre el yo y el sujeto, cosa que al obsesivo le cuesta. La histeria, en cambio, lo hace naturalmente desde los 4 años. Un obsesivo, lo logra a los 45 y cuando lo hace es algo que no lo puede creer: salirse un poco del yo y del narcisismo. Desde ahí, puede soportar algo de su división, tratar de dar lo que no se tiene, etc.
Lacan también formaliza que el análisis feminiza a todo quien entre en el dispositivo analítico, es decir, pone en juego la dimensión del no todo y de lo hétero, de lo otro. La operación de feminización del análisis produce también una flexibilización. Puede ser el Otro goce o lo otro. Nada de esto es fácil para el obsesivo y no es algo que aparezca al inicio de un análisis, porque soportar lo otro va más allá del narcisimo, de la falta, de la idealización...
Fuente: Notas de la conferencia "El amor en la neurosis obsesiva" dictada por Patricio Álvarez Bayon del 7/7/22 en Causa Clínica.
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