No pocas veces nos encontramos frente a la pregunta imposible de responder, pero válida al fin, respecto de cuánto dura un análisis.
Hay una imposibilidad intrínseca al concepto, al asunto del tiempo en el psicoanálisis que impide dar una respuesta que anticipe, en el sentido de poder fijar de antemano cuánto, qué tiempo de trabajo será necesario con cada sujeto.
De distintos modos este problema suscitó una serie de planteos e interrogantes en el propio Freud, quien pudo ubicar una temporalidad propia del inconsciente a partir de la retroacción, que rompe con la linealidad. Esta cuestión también ocupó a algunos de los discípulos que lo acompañaron.
Será Lacan quien pueda dar cuenta de la estructura que le corresponde al tiempo en psicoanálisis, al dividirlo en tres partes: un instante de ver, un tiempo de comprender y un momento de concluir.
Precisamente ese tiempo de comprender es el tiempo de la reelaboración, podríamos decir. Es el tiempo de caer en la cuenta, lo que no significa una toma de consciencia. Tomado en ese planteo inicial de “Función y campo de la palabra…”, se trata del trabajo analítico como uno de rememoración en el sentido de una reescritura simbólica en la historia.
Es el tiempo de la interrogación de aquellos puntos de capitón que fijan los sentidos propios de la historia, que forman parte del sistema de creencias.
Y en esto consiste ese tiempo de comprender, que podrá hacer posible arribar a un momento de concluir. La imposibilidad mencionada al comienzo consiste en que el tiempo de comprender es imposible de anticipar, y eso por una sencilla razón: nunca es posible saber cuánto tiempo le llevará a un sujeto registrar cómo entró en la cuenta del Otro.
¿Una "teoría" del fin de análisis?
Es posible plantear que, a la altura del seminario 11, a Lacan se le hace posible elaborar una teoría del fin de análisis, si podemos definirla en tales términos. Lo que es seguro es que puede elaborar una concepción del final de la cura a partir de la distancia que se establece entre el menos phi y el objeto a. En este trabajo de delimitación juega un papel fundamental el deseo del analista. Es el operador que vuelve a llevar la demanda a la pulsión allí donde la transferencia asociada a la suposición de saber las desconecta, llevando la demanda a lo idealizante: al amor y al I(A). Así se pone en acto el poder separador del objeto a, a partir de la distancia con el menos phi.
Lo que asocia el fin de análisis a la pérdida, y no solamente a la falta. Pero es muy digno de destacar que en el mismo seminario, más al principio, encontramos una reformulación del estatuto del sujeto que nos parece indisociable de esa manera de pensar el fin de la cura: eso que llama "el sujeto de la certeza". Indudablemente es un sesgo del sujeto que se contrapone al modo en que éste se hace presente en la demanda analítica, o sea en el inicio del análisis. Allí se emplaza el sujeto en tanto lo que un significante representa para otro significante, o sea ese sujeto subvertido, dividido, afectado por la equivocidad del significante y que es, por ende, solidario de la vacilación.
El sujeto de la certeza en cambio, de raíz cartesiana, entra en juego respecto de aquel producto que el significante no puede reabsorber, lo no negativizable, o sea el resto viviente. Es una perspectiva que se entrama en la delimitación de lo real de la división del sujeto, o sea del hecho de que éste no es sólo el efecto del significante sino también una discontinuidad en lo real, lo que involucra al cuerpo pulsional, uno de bordes. El sujeto de la certeza entonces se asocia a eso que, al final de la cura, no queda alcanzado por la duda o la vacilación, sino que se demuestra como lo que fue el soporte de la posición del sujeto.
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