Conviene subrayar que el psicoanálisis encuentra que el padre no está decayendo ni por decaer sino que ya viene decaído, caído o más que caído, ya muerto, en el pensamiento más o menos consciente, más o menos negado, desde la salida de la primera infancia. Fue un hallazgo inicial de Freud: en la histeria el padre impotente atrás del entronizado, en la neurosis obsesiva el asesinado atrás de la culpa neurótica. No hay razón suficiente para rechazar que esto se puede verificar en cualquier tiempo y lugar.
Si el padre en el inconsciente ya está caído y reducido a un ya muerto, ¿qué alimenta el anhelo de rebajarlo como si su función fuera la de oprimir y ejercer violencia? ¿Qué aumenta el peso que se da al concepto de Lacan de que Freud salva al padre? Hay allí una nueva vuelta de tuerca sobre la constatación de que el neurótico sostiene un equivalente del ideal del superhombre como manera de evitar la castración, función del falo, un significante producto de la metáfora paterna como condición de existencia del deseo y su realización.
Otra cosa es la idea de que el mundo se encamina a cambios notables que incluyen a las relaciones de poder en general. Las ciencias sociales ponderan la emergencia de nuevos sistemas de vínculos, valores, usos y costumbres, goces e ideales, comprendidos bajo el nombre de nuevas subjetividades. El ideal de libertad plena llegaría a realizarse con la desaparición de los autoritarismos, significados en conjunto por el padre, resabio del patriarca que habría sobrevivido incólume desde tiempos inmemoriales.
El psicoanálisis no sólo diferencia entre padre y patriarca, también advierte que la división del sujeto no tiene chances de eliminarse. Las razones son homólogas a las que explican por qué sigue y seguirá habiendo amnesia infantil y por qué las emancipaciones políticas no conllevan que el liberado se angustie menos que el esclavo. La angustia, que no es el miedo, no proviene del peligro que significan los opresores ni de la privación de bienes que padecen debido al poder de éstos.
Dos tendencias pujan en torno a la subrayada decadencia del padre: una libertaria, otra autoritaria. La primera sueña con el hombre fraterno y solidario, concreción universal que se quiere complementaria al “amaos los unos a los otros” y, de ese modo, acceso feliz al paraíso sobre la tierra. La otra dice que no hay salida sin alguien que use el garrote. Ninguna puede ser guía eficaz en la práctica del psicoanálisis aunque lo sea en otras.
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