En los primeros años de su enseñanza Lacan dedicó un texto a una discusión con Daniel Lagache. Allí contrapone cierta lectura que propone de la obra de Freud, eso que llamó su retorno a Freud, la primacía de la instancia de la letra en el inconsciente; a la lectura de Lagache en torno del término personalidad.
En algún sentido se trata de interrogar la pertinencia o no de incluir dicho concepto en el corpus teórico del psicoanálisis. Es interesante que sea en ese escrito, alrededor de ese tema, donde propone una orientación para la cura analítica que consiste en ir a un campo más allá de los ideales.
Es claro que la práctica analítica, así entendida, se dirige a interrogar para, eventualmente, poder conmover alguno de los anclajes del sujeto en su relación al deseo del Otro.
Tomado este contexto y orientación, parece que es claro que Lacan descarta la utilización del término personalidad en el ámbito del psicoanálisis.
Una de las apoyaturas en las cuales sostiene esta crítica es la raíz etimológica del término personalidad, el cual proviene del teatro, y se plasma en la dimensión de la máscara.
Más o menos por la misma época la máscara es considerada con relación al síntoma. No sólo que el síntoma enmascara, sino que hay una máscara del síntoma.
Tomada desde esta perspectiva la máscara, y por ende la personalidad, funcionan como una pantalla. Algo cuya función es la de encubrir, velar, incluso algo que disfraza y que muestra para ocultar.
En este sentido el término personalidad, por lo que arrastra de pantalla, se asocia al entramado identificatorio vía el cual el sujeto asume una posición que parodia, por remedar la identidad de la que carece. Pero detrás de ello hay un punto más contundente: si bien la máscara es esencial a la posibilidad del deseo en el sujeto, opera como una respuesta que impide la formulación de la pregunta, aquella que concierne al sujeto como deseante.
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