La atención es un proceso cognitivo fundamental que nos permite focalizar y concentrar nuestros recursos mentales en una tarea o estímulo específico, ignorando o suprimiendo otros estímulos irrelevantes. Es crucial para prácticamente todas las actividades cognitivas, como aprender, tomar decisiones y resolver problemas. La atención puede dividirse en diferentes tipos, según cómo se utilice:
- Atención sostenida: Capacidad de mantener la atención de manera prolongada en una tarea o estímulo.
- Atención selectiva: Capacidad de concentrarse en un estímulo específico mientras se ignoran otros estímulos.
- Atención dividida: Capacidad de atender a múltiples tareas o estímulos al mismo tiempo.
- Atención alternante: Capacidad de cambiar el foco de atención de una tarea o estímulo a otro.
Por otro lado, también podemos dividir la atención entre primaria y secundaria.
La atención primaria (o focalizada) es el proceso inicial y más básico de atención, en el que dirigimos activamente nuestra concentración hacia un estímulo específico, dejando de lado otros. Este tipo de atención es intencionada y consciente, y es clave para tareas que requieren un alto grado de concentración. Se centra en un estímulo o tarea a la vez, ignorando distracciones. Por ejemplo, cuando estamos leyendo un libro en un ambiente ruidoso y logramos ignorar el ruido de fondo.
La atención secundaria, también conocida como atención dividida, se refiere a la capacidad de procesar más de una fuente de información al mismo tiempo. En este tipo de atención, el cerebro distribuye sus recursos entre diferentes tareas o estímulos, lo que puede disminuir la eficiencia en algunas de ellas, ya que la atención está "compartida".
Existen varias patologías o trastornos que afectan el proceso de atención. Entre las más comunes se encuentran:
Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH): Caracterizado por dificultades para mantener la atención, impulsividad y, en algunos casos, hiperactividad. Las personas con TDAH suelen tener problemas para concentrarse en tareas prolongadas o monótonas, lo que puede interferir con su desempeño escolar, laboral y social.
Trastornos del espectro autista (TEA): En algunos casos, las personas con TEA pueden tener dificultades para centrar su atención de manera flexible o para alternar entre diferentes estímulos. Pueden enfocarse intensamente en detalles específicos y tener problemas para cambiar de tarea.
Demencias (como el Alzheimer): Las personas con demencia a menudo presentan deterioro en la atención, lo que afecta su capacidad para procesar información nueva, seguir conversaciones o realizar tareas que requieren concentración sostenida.
Trastornos de ansiedad: Las personas con ansiedad pueden tener dificultades para concentrarse debido a preocupaciones constantes. La hipervigilancia, característica de estos trastornos, puede hacer que la atención sea fácilmente interrumpida por estímulos irrelevantes.
Depresión: Las personas con depresión suelen tener problemas para concentrarse y mantener la atención. Esto se debe en parte a la fatiga mental y la pérdida de motivación que acompañan a este trastorno.
Síndrome de Fatiga Crónica: Las personas con este síndrome presentan agotamiento físico y mental, lo que afecta significativamente su capacidad para mantener la atención durante largos períodos.
Traumatismo craneoencefálico: Los daños cerebrales resultantes de un traumatismo pueden provocar problemas en la atención, como la dificultad para mantener el foco en una tarea, cambiar entre estímulos o dividir la atención.
Trastornos del sueño: La privación del sueño o los trastornos del sueño, como el insomnio o la apnea, pueden afectar gravemente la atención. La falta de sueño reduce la capacidad de concentración y puede hacer que las personas se distraigan fácilmente.
Estas patologías afectan de manera diferente la capacidad de atención según el tipo y la gravedad del trastorno, interfiriendo en la vida cotidiana y el rendimiento cognitivo general.
Ahora bien, el diagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en adultos ha sido objeto de varias críticas debido a la complejidad del trastorno, la variabilidad de los síntomas y la subjetividad inherente en el diagnóstico.
Si el diagnóstico se basa en gran medida en cuestionarios y entrevistas que se les hace a los pacientes adultos, se introduce una considerable subjetividad con la que el mismo fue confeccionado. A diferencia de otros trastornos psiquiátricos, no hay biomarcadores o pruebas clínicas objetivas (como análisis de sangre o imágenes cerebrales) que confirmen la presencia del trastorno. Muchas veces, tampoco se hacen exámenes neurocognitivos. Esto puede llevar a errores de diagnóstico o a una sobreestimación de la prevalencia del TDAH.
En algunos casos, se ha sugerido que el TDAH en adultos está sobrediagnosticado. Esta crítica se basa en el aumento significativo de diagnósticos en los últimos años, lo que ha generado preocupaciones sobre la posibilidad de que se estén diagnosticando casos "marginales" que no necesariamente cumplen los criterios clínicos estrictos. Parte de esta crítica señala que algunos comportamientos asociados al TDAH, como la distracción o la falta de atención, pueden ser respuestas naturales al estilo de vida moderno (multitarea, estrés laboral, sobrecarga de información), y no necesariamente indicadores de un trastorno clínico.
Relacionada con la crítica del sobrediagnóstico, existe preocupación por el uso de medicamentos psicoestimulantes, como el metilfenidato (Ritalin) o las anfetaminas (Adderall), para tratar el TDAH en adultos. Estos fármacos son altamente eficaces en el control de los síntomas, pero también tienen potencial de abuso y efectos secundarios importantes. Algunos críticos argumentan que el uso de estos medicamentos puede ser inapropiado en algunos casos de diagnóstico dudoso, y que se recetan con demasiada facilidad sin un análisis exhaustivo de los riesgos y beneficios.
El diagnóstico de TDHA: quehacer del psicólogo.
Como vimos, el diagnóstico de TDAH en adultos es un tema controvertido que enfrenta críticas relacionadas con la subjetividad diagnóstica, la posible confusión con otros trastornos, el uso excesivo de medicación, y el sobrediagnóstico, entre otros. Aunque el diagnóstico y tratamiento de este trastorno han mejorado la calidad de vida de muchas personas, es importante que se realice una evaluación cuidadosa y completa para evitar diagnósticos erróneos y tratamientos inadecuados.
Si bien el diagnóstico puede proporcionar un sentido de alivio y explicación para algunas personas, también puede tener consecuencias estigmatizantes. Los adultos diagnosticados con TDAH a menudo enfrentan prejuicios y malentendidos sobre su capacidad para funcionar en el entorno laboral o personal. El estigma en torno al TDAH puede afectar negativamente la autoestima y la autoeficacia de las personas, lo que añade una dimensión social y psicológica compleja al diagnóstico.
Un punto dificultoso es cuando el paciente toma el diagnóstico como una forma de ser, valiéndose del sentido que brinda para los diversos padecimientos que poseen. El diagnóstico del cuadro, tal cual está descripto, puede ser tomado como causa para:
- Impulsividad, actividad excesiva o inquietud.
- Desorganización y problemas para establecer prioridades o planificar. Escasa habilidades para administrar el tiempo.
- Problemas para concentrarse en una tarea. Problemas para realizar tareas y terminarlas
- Problemas para realizar múltiples tareas a la vez.
- Cambios de humor frecuentes, irritabilidad. Baja tolerancia a la frustración.
- Problemas para enfrentar el estrés.
De esta manera, los pacientes pueden aparecer infatuados respecto al diagnóstico, es decir, creyéndose ser eso a lo que se identifica: "Soy TDAH", "Las personas con neurodiversidad...". Incluso, el paciente puede sentirse exceptuado de hacer ciertas cosas o excusarse de cumplir sus obligaciones invocando estas figuras, a las que relaciona con su forma de ser.
El analista debe ser cauto con estos tipo de identificaciones, en especial si el paciente se aferra a ellas con certeza, incluso las defiende. No es de extrañar que TDAH aparezca como suplencia de una psicosis, en la medida que esa identificación sea una forma de compensación o estabilización psíquica que evita que el trastorno psicótico se manifieste de manera abierta o completa. El TDAH, como significante, puede permitir mantener cierto lazo con la realidad, aunque de una forma particular o a través de actividades sustitutivas que suplen la carencia simbólica estructural. El diagnóstico de TDAH, por como está descrito, crea una auténtica estructura que da sentido a la experiencia subjetiva de la persona y le permite mantener un lazo simbólico con la realidad social.
Si el analista sospecha o confirma que se trata de una estructura psicótica, la nominación debe ser conservada, es decir no contradecirla y trabajar sobre las dificultades que el paciente traiga.
Ahora bien, si el paciente se presenta más desde la duda, por ejemplo al cuestionar el diagnóstico (sea que se lo dijo una persona significativa, un psiquiatra, etc) se puede trabajar en abrir la cuestión. Algunos puntos a tener en cuenta para esto es considerar:
- La historización del síntoma, cuándo comenzó, cuándo mejoró/empeoró.
- Indagar en el desempeño escolar y posibles problemáticas.
- Indagar acabadamente sobre los patrones de sueño.
- El consumo de sustancias y enfermedades médicas.
A mi gusto, si se tiene la posibilidad, me gusta incluir una batería de tests. La idea es averiguar qué parte del proceso cognitivo está afectada para realizar hipótesis y trabajarlas luego. Un buen test para ello es el de Rorschach. Este test, que esencialmente es un test neurocognitivo, muestra bien cómo funciona el proceso cognitivo del paciente, dando cuenta de diversas variables que pueden alterarlo, por ejemplo la influencia de los afectos o la manera de tomar decisiones.
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