El concepto de destino se asocia a menudo con la idea de una fuerza superior o trascendental que precede a la existencia del individuo y, por tanto, determina su devenir. Desde una perspectiva religiosa, el destino se presenta como un designio inevitable, una suerte de plan o hado del cual el sujeto no puede escapar y del cual únicamente puede llegar a tener conciencia.
En el ámbito de la tragedia antigua, el destino adquiere una dimensión diferente. Un ejemplo paradigmático es el de Antígona, donde Sófocles sitúa a sus personajes frente a una encrucijada, marcada no por la imposición de un poder divino ineludible, sino por la necesidad de tomar decisiones. Aquí, el destino no se presenta como una fuerza que elimina toda posibilidad de acción, sino como una circunstancia que, aunque inevitablemente puede conducir a un desenlace trágico, deja espacio para una mínima elección. Lacan analiza este punto al resaltar el “error de juicio” de Creonte, quien reafirma rígidamente un Ideal petrificante, configurando su propio destino.
Desde el psicoanálisis, el destino adquiere otra perspectiva, vinculada al automatismo significante. Para Freud, esto se refleja en la "novela familiar", mientras que Lacan introduce el concepto del "mito individual". En esta concepción, el destino se articula como una cadena discursiva proveniente del Otro, en la que el sujeto está atrapado por un deseo que no le pertenece. Este “destino trágico”, como lo llama Lacan, encuentra su fundamento en la heteronomía, es decir, en la dependencia de un orden externo que marca al sujeto.
Sin embargo, el psicoanálisis introduce un matiz importante. Si bien el destino está determinado por esa cadena significante que parte de una contingencia, siempre queda un resto imposible de asimilar plenamente. Este resto, junto con la barradura que afecta al Otro, crea un margen de posibilidad. Es un borde que puede conmover al sujeto, abriendo la posibilidad de que el destino no sea completamente rígido, aunque tampoco garantizando su total superación. En este sentido, el destino en psicoanálisis no es ni una condena absoluta ni una elección completamente libre, sino un espacio intermedio donde la contingencia y lo imposible se encuentran.
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