miércoles, 20 de septiembre de 2017

¿Posición o Posiciones del analista en la transferencia? La escucha del analista. (segunda parte)

Repaso de la clase anterior: empezamos diciendo que había 2 grandes motivos por los que los analistas hacían supervisión: pacientes que quieren interrumpir el tratamiento y los pacientes con los que “no pasa nada”. Agregaría algo más de este último grupo: parecería que no hablan de nada. ¿Para qué vienen? Hoy vamos a tratar de responder a estas 2 cuestiones, formalizándolas teóricamente como para poder pensar esta cuestión.

Dijimos que la transferencia tuvo un origen clínico, no teórico; que Freud encuentra este concepto en la clínica y en el primer lugar donde aparece un borrador de ese concepto es en el caso Emmy, que es la primera paciente de Freud, en la nota 25, donde menciona la cuestión del enlace falso o falso enlace, que es lo que le pasaba a los pacientes hipnotizados, que adjudicaban una razón cualquiera a algo que había sido una orden hipnótica. Luego, en Dinámica de la Transferencia aparece un 2º punto, que es el de confianza. El paciente necesita tener confianza en el analista para no tener vergüenza de contarle todo lo que le viene a la mente, contarle sus más íntimos secretos.

Finalmente, aparecía el término Übertragung, que significa transferencia, pero lo interesante de esta palabra es que aparece como sinónimo de resistencia. Freud la nombra cuando dice que el paciente viene asociando y en cierto momento se detiene. Freud dice que lo que ahí hubo fue una transferencia, en el sentido que el paciente transfirió a la persona del médico una idea previa, una fantasía por ejemplo y la transfiere a la persona del médico una idea previa. El paciente no puede seguir hablando, porque se trata de la manifestación de un deseo actual que incluye a la persona del médico. Es más fácil hablar con alguien cuando se habla de otras cosas que suceden fuera del consultorio, en otro tiempo, recuerdos o escenas que transcurren en otro lado. Cuando el paciente se ve llevado a hablar de algo que le pasa en ese momento y con la persona que está hablando y no de una tercera persona. Ahí Freud da el ejemplo de una paciente que le está hablando a él y de repente detiene las asociaciones. Freud tenía un método, que era decirle que seguramente ahora se le había ocurrido algo que tenía que ver con su persona y por eso se le puso la mente en blanco. Seguramente, que había algo que ella asoció con él. Ella le responde que efectivamente, cuando habla con un hombre, tiene la fantasía de que ese hombre se aproveche de ella y le estampe un beso. A ella le apareció eso con Freud y no podía decírselo.

Otra cosa que vimos fue que Freud fue testigo de algo que le pasó a Breuer con Anna O. Breuer insistía que el elemento sexual estaba asombrosamente no desarrollado en Anna O. La tenía idealizada, en el sentido que Breuer tenía idealizadas a las mujeres vírgenes o asexuadas. Freud se queda muy impactado porque conoce el desenlace de ese caso, que fue absolutamente sexual, donde Anna O. fantaseaba con estar embarazada de Breuer. Breuer se había encargado de cerrar ese historial clínico diciendo que había sido un caso exitoso porque la paciente había estado mucho mejor. En cuanto él cortó el tratamiento porque su mujer se había puesto celosa, Anna O. entra en una especie de crisis, llaman a Breuer de emergencia y entonces se encuentra con este embarazo histérico y el estadío de la sexualidad. Freud se queda interrogado y como era muy curioso, le interesó. Entonces este caso fue muy importante para Freud, porque Breuer decía una cosa, pero pasaba otra. Es así como el concepto de transferencia pasa de ser un evento desafortunado, como el de Anna O., a formar parte de la estructura de la cura, además de íntimamente anudado a la resistencia. Eso que es el motor de la cura, que tiene que ver con dirigirle el amor y el saber, que es en definitiva el amor al saber del analista, esa es la transferencia. ¿En qué punto se anudan transferencia y resistencia?

Retomamos Dinámica sobre la transferencia (1912):

Las mociones inconcientes no quieren ser recordadas, como la cura lo desea, sino que aspiran a reproducirse en consonancia con la atemporalidad y la capacidad de alucinación de lo inconciente. (8) Al igual que en el sueño, el enfermo atribuye condición presente y realidad objetiva a los resultados del despertar de sus mociones inconcientes; quiere actuar {agieren} sus pasiones [...]

En lugar de recordar, que es el ideal freudiano (hacer consciente lo inconsciente), el paciente en vez de recordar lo actúa, lo lleva al plano de la realidad de la transferencia con el analista. Y dice:

[...] en definitiva, nadie puede ser ajusticiado in absentia o in effigie.

De alguna manera la neurosis es eso que hay que ajusticiar. La neurosis tiene que volver y reproducirse en la cura. En ausencia no puede ser tratada, tiene que estar en presente y en efigie (en imagen) tampoco. Es decir, tampoco una foto de lo que fue. Tiene que transcurrir aquí y ahora. Entonces, como último punto de este recorrido, vamos a la Conferencia 27, La Transferencia. Dice Freud:

Pero aún me gustaría decirles algunas palabras para disipar la extrañeza que les ha provocado la emergencia de este inesperado fenómeno. No olvidemos, en efecto, que la enfermedad del paciente a quien tomamos bajo análisis no es algo terminado, congelado, sino que sigue creciendo, y su desarrollo prosigue como el de un ser viviente.

Esto es muy importante, porque el paciente no viene a consultar por algo que ya pasó, sino por algo actual que sigue desarrollándose. No es que la neurosis se detiene cuando el paciente viene a consulta, sino que continúa. La continuación de la neurosis va en paralelo con su curación.

La iniciación del tratamiento no pone fin a ese desarrollo, pero, cuando la cura se ha apoderado del enfermo, sucede que toda la producción nueva de la enfermedad se concentra en un único lugar, a saber, la relación con el médico.

Eso de la neurosis que estaba causado en un lugar desconocido y que hay que averiguar en el transcurso del análisis, toma al analista como causa. El analista se vuelve causa de esa nueva neurosis que se produce en la transferencia y que Freud llamó neurosis de transferencia. A tal punto es esta neurosis de transferencia, que Freud dice que la única neurosis que podemos curar es la neurosis de transferencia. Es esa neurosis que se produce a partir de lo viejo y que es la que tratamos. Freud dice:

Pero cuando la transferencia ha cobrado vuelo hasta esta significación, el trabajo con los recuerdos del enfermo queda muy relegado.

El paciente ya no trae más recuerdos, sino que empieza a hablar de lo que le pasa con el analista.

No es entonces incorrecto decir que ya no se está tratando con la enfermedad anterior del paciente, sino con una neurosis recién creada y recreada que sustituye a la primera.

Hay un efecto de metaforización, un efecto de neurosis que sustituye a la anterior.

Todos los síntomas del enfermo han abandonado su significado originario y se han incorporado a un sentido nuevo, que consiste en un vínculo con la trasferencia. O de esos síntomas subsistieron sólo algunos, que admitieron esa remodelación. Ahora bien, el domeñamiento de esta nueva neurosis artificial coincide con la finiquitación de la enfermedad que se trajo a la cura, con la solución de nuestra tarea terapéutica.

Lo importante de este texto es que Freud dice que la neurosis se forma alrededor de la transferencia con el analista, como las ostras que arman una perla alrededor de un granito de arena. Esa neurosis toma como núcleo. esa neurosis toma como núcleo y como objeto al analista. Esto trae una serie de problemas que después vamos a ver, cómo actuamos desde el interior de la transferencia.

Lo más importante de la transferencia no es lo que los pacientes nos dicen, sino lo que los pacientes no nos dicen: lo que no se puede decir con palabras. ¿Cómo tratar con palabras eso que no se dice con palabras? Recordarán que en el sueño de Dora, Freud hace una interpretación larguísima donde Dora presenta cuál es la cuestión, que incuye su sexualidad que queda a expensas del sr. K por los amoríos que su padre tiene con la sra. K, engañando a su madre. Ese primer sueño Freud lo interpreta como un llamado de auxilio al padre, que salve su alhajero, el cual está muy tentada de dárselo al sr. K. Este sueño es muy importante, porque es un sueño de repetición. No es lo mismo un sueño aislado, que puede tener una concatenación indirecta, que un sueño de repetición, donde se sueña igual noche tras noche, idénticamente uno y otro sueño.

A la sesión siguiente, Dora le dijo a Freud que hay algo que no le contó. Cuando nosotros escuchamos eso, sabemos que es oro en polvo. Le cuenta que cada vez que despertaba de ese sueño de repetición, Dora sentía olor a humo, como una especie de alucinación olfativa. Como estaba la cuestión de la casa que se quemaba, Freud le dijo “Donde hay humo, hubo fuego”. Dora le dice que no se trata de eso y asocia que el padre y el señor K fumaban… ¡Y Freud también! Entonces Freud se ve, en el caso, a hablar de la transferencia:

Me vi obligado a hablar de la transferencia porque sólo este factor me permitió esclarecer las particularidades del análisis de Dora.

Dora traía muchísimo material: sueños, asociaba, síntomas. Era la paciente perfecta para el psicoanálisis.

[...] su particular trasparencia— guarda íntima relación con su gran falla, la que llevó a la ruptura prematura. Yo no logré dominar a tiempo la transferencia; a causa de la facilidad con que Dora ponía a mi disposición en la cura una parte del material patógeno.

O sea, Dora era una paciente ideal, pero mientras ella traía todas esas formaciones del inconsciente, dignas de escuchar, la transferencia iba creciendo y haciendo su trabajo, como Anna O. con su embarazo falso que a Breuer se le escapó. Bueno, a Freud se le escapa la transferencia que Dora iba preparando, porque no está dicha con palabras. Por ejemplo, esto del olor a humo que no es algo que esté relatado. Esa alucinación olfativa es algo de otro orden y que implica a Freud, por lo que no era tan fácil decirlo.

[...] olvidé tomar la precaución de estar atento a los primeros signos de la transferencia que se preparaba con otra parte de ese mismo material, que yo todavía ignoraba. Desde el comienzo fue claro que en su fantasía yo hacía de sustituto del padre, lo cual era facilitado por la diferencia de edad entre Dora y yo. Y aun me comparó conscientemente con él;

Recordemos que a Dora la llevan. Freud conoce al padre, al sr. K., porque eran del círculo de amigos. La traen a Dora para que la curen, como hacen muchos padres con sus hijos adolescentes que ubican ahí el síntoma, cuando en realidad era el padre de Dora el que estaba haciendo lío y Dora era la emergente de esa historia. Dora denuncia que el padre engaña a la madre con la sra. K. y que el sr. K la acosa a Dora todo el tiempo. Dice que el padre la estaba entregando al sr. K. ¿Qué es esto, a nivel de la transferencia? Dora lo estaba poniendo a prueba a Freud, en qué lugar él se ponía: si del lado de ella o del padre, que quería que Dora se callara la boca. Freud toma en valor de verdad lo que Dora le dice. Esto es lo primero que hacemos los analistas cuando alguien viene y nos cuenta algo. Tomamos como una verdad lo que nos está diciendo, aunque nos cuente algo loco o totalmente delirante. Los pacientes, en las entrevistas preliminares, nos testean. Mientras nosotros tratamos de diagnosticar, los pacientes nos testean mediante pequeñas pruebas a ver si las pasamos. Entonces dice Freud:

Después, cuando sobrevino el primer sueño, en que ella se alertaba para abandonar la cura como en su momento lo había hecho con la casa del señor K., yo mismo habría debido tomar precauciones, diciéndole: «Ahora usted ha hecho una transferencia desde el señor K. hacia mí. ¿Ha notado usted algo que le haga inferir malos propósitos, parecidos (directamente o por vía de alguna sublimación) a los del señor K.? ¿Algo le ha llamado la atención en mí o ha llegado a saber alguna cosa de mí que cautive su inclinación como antes le ocurrió con el señor K.?». Entonces su atención se habría dirigido sobre algún detalle de nuestro trato, en mi persona o en mis cosas, tras lo cual se escondiera algo análogo, pero incomparablemente más importante, concerniente al .señor K.

El caso termina que Dora va a ver a Freud por una neuralgia en la cara, como si fuera un sopapo pero que esta vez le toca a  ella. Dora se había enterado algo de Freud y retorna algo de ese sopapo a Freud con el que Dora le avisó con su sueño.

En esto mismo que Freud piensa que hubiera sido la solución a este problema, está contenido por qué metió la pata Freud. Primero, porque él pensaba que estaba bien que Dora estuviera con el sr. K o con un hombre y que la cuestión era resolver la heterosexualidad de Dora. Pero Freud se estaba ubicando demasiado cerca del sr. K, o en el lugar del padre de Dora, cuando en realidad el interés de Dora estaba dirigido hacia la sra. K. Allí Freud debería haberse ubicado en el lugar de la sra. K. Hacia ese lugar iba la transferencia de Dora y Freud resistía a ese lugar, porque si era hombre, ¿Cómo iba a hacer semblante de mujer? Los analistas tenemos que poder hacer semblante de cualquier cosa: hombre, mujer, travesti, padre, hijo, hermano… La caja de herramientas del analista está llena de máscaras que inventa para cada paciente. Ese es el lugar de semblante del analista. No era que Freud hubiera salvado la transferencia diciéndole esto que a ella le pasaba con Freud, sino que debería haber cambiado la dirección de la cura y haber tomado los atributos de la sra. K. Es decir, si a Dora lo que le interesaba eran las cuestiones sexuales femeninas, Freud, que investigaba eso, podría haber estado en el lugar de semblante.

Lacan decía que el inconsciente estaba estructurado como un lenguaje. Esto quiere decir que el sujeto está dividido entre lo que sabe y lo que ignora, y está representado por un significante, al que llama S1. Entonces, el sujeto es representado por un significante para otro significante. El significante entonces, es lo que un sujeto representa para otro significante. A un significante le sigue otro, no hay significante que diga todo y no hay significante que se convierta en un signo total. Siempre es un significante en falta. Entonces, un significante representa a un sujeto para otro significante y eso arroja un resto que se llama objeto a.

Si esto fue una proporción matemática, es una división cuyo resto no da cero. La división del sujeto tiene un resto. El sujeto dividido por el lenguaje jamás podrá recuperar el estado de unidad, porque algo le va a faltar. No se trata de las 2 mitades de una naranja, que al juntarlas forman una entera. En la división del sujeto hay algo que resta y que cae. En el piso superior, donde un significante remite a otro significante, es lo que Freud llamaba la asociación libre: una cosa lleva a la otra. Pero en paralelo al decir del paciente, hay algo que no se dice y que llamamos fantasma, que es lo que está en el piso de abajo si ponemos el losange (). El ◊ son 2 flechas que se juntan, una va de sujeto a objeto y otra que va del objeto al sujeto.
En el fantasma, sujeto y objeto son intercambiables. Es decir, el sujeto desea un objeto, pero también se identifica con ese objeto. Entonces, va y viene entre sujeto y objeto. Esto es lo que le pasa a Dora. Por un lado, los sueños, los síntomas, todas las formaciones del inconsciente, pero por otro lado está toda esta fantasía armada alrededor de qué es ser una mujer, qué quiere, que enigma guarda la sra. K., que es algo que la palabra no alcanza a decir, que por más libros que leamos, hay un enigma de la sexualidad, de lo femenino, de la muerte, que no alcanzamos a aprehender. Entonces, acá están los 2 pisos de lo que pasa en la transferencia: lo que el paciente nos dice y lo que nos va mostrando con gestos, actos, etc. Son más difíciles de traducir porque no están dichos con palabras.

Caso clínico.

Este es un caso de un libro llamado “La marca del caso”, de Claude Dumezil. El autor es un discípulo de Lacan que escribió este libro, donde recopila una serie de casos donde se toma en cuenta la marca del caso: cómo el analista puede decir, en cada caso en particular, cuál es la marca de ese caso. Por ejemplo, Freud decía el hombre de las ratas, el hombre de los lobos, etc. Dice Dumezil:

En cuanto a la marca de mi práctica, contentémonos con considerar su dinámica. Alguien viene a hablar conmigo de un proyecto de análisis. Al tercer o cuarto encuentro, se me relata un sueño que parece directamente salido de la Traumdeutung, de la interpretación de los sueños, un sueño de castración. Pero en un principio este concepto permanece ausente, velado de sus comentarios y sus asociaciones.

Es como cuando los pacientes nos cuentan un sueño y les preguntamos qué se le ocurre con cada una de las partes de ese sueño. Es el soñante que, en cada una de las partes, tiene que decir cuál es el primer acto, el segundo. El analizante es el guionista y el escenógrafo de su sueño, así que tiene que indicar las partes y asociar sobre cada una de ellas. A este paciente no se le ocurre nada. Entonces dice el analista:

Mientras guardo un activo silencio, un breve dolor, breve como el relámpago, me atraviesa la pierna. Lo reconozco de inmediato: dolor que no sentía ya desde hace 40 años.

Esto es algo que le pasa al analista. Se acuerda, entonces de una afección ósea de la infancia.

En el espacio transferencial en el que ya me encuentro, este fugaz síntoma se asocia a un decir precedente de mi visitante que sí habla.

Es muy importante prestar atención a lo que el paciente viene hablando porque de golpe, cuando aparece el sueño, muchas veces las asociaciones estuvieron antes de contar el sueño. O sea que esas asociaciones llevaron al sueño, que remiten a él. Entonces, el paciente había dicho que siendo niño, en agosto de 1944, mientras tenía lugar de su ciudad (2ª Guerra Mundial), el paciente sufre un tiroteo y una bala perdida lo hiere en la pierna.

El azar quiso que en esa época yo, joven adolescente, viviera un tiroteo, ese mismo día, sin consecuencias.

Es una coincidencia muy llamativa. El paciente había dicho que sufrió un accidente en una pierna. Cuenta ese sueño, no se le ocurre nada y el analista siente este dolor. Recuerda una afección ósea de la infancia pero también recuerda que ese mismo día él había estado en esa misma situación.

La coincidencia de lugar y fecha era impresionante, pero en ese momento no hice nada con ella. Hizo falta ese sueño de castración del paciente y mi histerización dolorosa para que se asociara de una manera sorprendente, es decir, se ordenara o reescribiera todo un conjunto de significantes míos, de la época, trabajados sin embargo como 100 veces en mi propio análisis y precisamente, en el registro de la castración. Pero nunca había salido a la luz tal significante castración-liberación, que se ofrecía a la vez como formación de mi inconsciente y como trama de una intervención posible para el Otro.

Lo inconsciente, decididamente, era el discurso del Otro, pero esta vez es del lado del analista que aparece el discurso del Otro desde su paciente y eso le permite interpretar. Es decir, esa conjunción de lo que el paciente dice y lo que a él le pasaba. No siempre nos pasa que hacemos un síntoma, pero sí que de golpe el paciente nos cuenta una cosa y nosotros tenemos un pensamiento que se asocia con eso que dice el paciente. Pensamos en cosas nuestras, que se nos disparan a nosotros, pero no por casualidad: se disparan en ese momento y lugar, pero referido al paciente. En vez de decir “Usted está proyectando en mi su objeto malo y entonces yo incorporo su objeto malo y me trata como a su madre”, que sería una construcción kleiniana, nosotros escuchamos cuál es el significante que está en juego ahí. En ese caso, los significantes en juego eran ese par castración - liberación.

Lacan dice que Freud se encuentra con el inconsciente, ante todo, como discurso del Otro, por eso lo encuentra en sus pacientes, luego en sus sueños.

Ahora vamos a hacer un esquema:
El esquema L tiene 4 lugares, donde el primero es el lugar del gran Otro (A). El Otro no es alguien, no es un quién, sino un lugar. Es el lugar del significante, el lugar desde el cual se le dice al sujeto si es hombre, mujer, si está vivo, muerto, si es verdadero, falso, etc. Es el lugar desde donde se sanciona un discurso. Es el lugar donde por ejemplo se sanciona si un chiste es un chiste. Cuando otro se ríe, está desde el lugar del Otro diciendo que eso es un chiste. A veces uno dice cosas que no son chistosas, pero el Otro sanciona que sí, entonces se ríe. El Otro, dice Lacan, preexiste. Es decir, no hay preexistencia del sujeto, no hay algo inmanente al sujeto o algo instintivo, sino que primero es el significante en el lugar del Otro. A partir de eso, puede haber un sujeto. Por eso está la flecha que conecta al Otro con el sujeto (S). Pero en este sujeto, lo que aparece es la pulsión. Cuando el lenguaje ingresa en el infansa, o el infans se baña en el lenguaje, el instinto se pierde y se transforma en otra cosa que llamamos pulsión. Esto Lacan lo pone como (Es), es decir, ello en alemán, como lo llamaba Freud. Es el ello freudiano y ahí aparece la pulsión, que está determinada por el Otro. Ahora, el sujeto no tiene una comunicación directa con el Otro, sino que es una comunicación mediada por su imagen especular. Ese acceso al gran Otro está mediado por el pequeño otro, que es el semejante. Entonces acá hace una línea punteada, porque es el hijo que se enfrenta a su imagen en el espejo.

Cuando se enfrenta con su imagen frente al espejo, ve una unidad donde antes había una división. El bebé tiene la capacidad visual para captar una imagen, pero desde el punto de vista motor es inmaduro. No tiene la maduración suficiente y se produce un divorcio entre lo que ve y lo que puede aprender de manera motora. El bebé puede adueñarse de la imagen, pero no de su cuerpo. Justamente, a’ es el otro del espejo, el otro semejante, por ejemplo un hermanito. Los bebés y los chicos chiquitos se quedan fascinados, no por los adultos, sino por otros chicos. Los bebés, sobre todo, se quedan observando al chico que otro adulto lleva, porque es un pequeño otro cercano a él donde ve un dominio motor que todavía no tiene. Por eso, la línea punteada es la insuficiencia motora que tiene el bebé ante esa imagen de ese otro. Es a partir de la identificación con esa imagen que entonces Lacan pone el yo. También lo pone con a y en francés es moi. El francés tiene la ventaja de tener 2 palabras para decir yo: je y moi. El moi es el yo freudiano, la instancia yoica narcisista, es la que se identifica en el espejo. Esta línea, de a - a’, lacan la llama relación imaginaria.

Para completar el cuadro, también hay una flecha que va desde el A al yo, porque este yo depende de lo que sucede en el lugar del Otro. Fíjense que uno está en blanco y otro en negro, como que hay una correspondencia de complementariedad Es decir, este pequeño otro (a’) está en el campo del gran Otro. El campo del Otro es el fondo del espejo, es algo que viene de afuera. Por eso es el Otro, porque viene de afuera. Esto es lo que Lacan llama la alienación fundamental del yo. El yo es una imagen tomada tomada del campo del Otro y es una enajenación, es una alienación a esa imagen del Otro, no es algo propio, aunque nosotros creamos que somos eso que nos viene. Nos enamoramos tanto de esa imagen que pensamos que somos esa imagen. Entonces, así como el eje de la relación imaginaria es a - a’, en el eje A - (S) Lacan pone inconsciente. Y acá voy a introducir una modificación en el esquema. El mensaje que viene del Otro, hacia el sujeto, que es lo que llamamos formaciones del inconsciente. Por ejemplo el sueño, que nos parece algo ajeno. Somos como espectadores pasivos de ese sueño: se nos presenta una cantidad de escenas e imágenes donde no nos conocemos como autores de eso. Más bien, lo percibimos como que nos viene del Otro y no entendemos bien qué nos quiere decir, tenemos que descifrarlo. Ese es un mensaje que viene del Otro, cuando atraviesa esta línea imaginaria se fragmenta, porque así es como aparece el inconsciente: como fragmentos, disruptivamente, como el acto fallido. Es algo que se mete en el discurso sin que nosotros queramos, como perforándolo e interviniendo.

El eje imaginario, el de a - a’, es lo que Lacan llama el muro del lenguaje. Es lo que impide que estemos todo el tiempo siendo hablados por nuestro inconsciente. Imagínense darle todo el tiempo rienda suelta a mis ocurrencias y asociaciones libres: no se podría transmitir una idea ni decir algo coherente. El eje a - a’ predomina por sobre las interferencias inconscientes, entonces podemos comunicarnos. A los psicóticos, justamente, les falla eso y están todo el tiempo bombardeados por su inconsciente. Lo perciben como si viniera de otro lugar: escuchan voces, ven cosas, como si nosotros estuviéramos soñando, pero despiertos. Imagínense un sueño contínuo, todo el tiempo siendo espectador de un sueño al que creemos realidad. Porque cuando uno sueña, cree que en realidad está pasando. Al psicótico le pasa todo el tiempo.

Lacan dice que todo el esquema L es la estructura del sujeto. Este esquema es la estructura del sujeto. No es un esquema social, de lo que le pasa al sujeto con otros, sino que le pasa al sujeto dentro de sí. Es un esquema intrasubjetivo. Otra cosa es que nosotros hablemos con otros y los pongamos en esos lugares, pero esos lugares ya están dentro de nuestro aparato psíquico. A mí se me ocurrió lo siguiente: tomando este esquema, que es la estructura subjetiva, le sobrepuse otro esquema que está en el seminario VIII, en el seminario de la transferencia, donde Lacan habla del partido de bridge analítica. Es decir, en la transferencia no hay uno ni hay 2, sino 4 lugares. Está el sujeto con su imagen especular y está el analista con su propia imagen especular. Entonces vamos a ver qué pasa cuando estos lugares no están bien diferenciados.

Al analista lo ubicamos en el lugar del Otro, que es también el lugar del inconsciente. No es que somos el gran Otro, sino que estamos en el lugar donde sancionamos lo que dice el paciente. Por ejemplo, lo sancionamos como un chiste, como un sueño o interpretamos. Intervenimos desde el lugar del gran Otro, que es ese lugar en la estructura del sujeto.

El paciente habla desde su yo: le pasan cosas, tiene síntomas, pero habla desde su yo. Todavía no habla desde el lugar del inconsciente, sino que habla desde su yo. Entonces, va a tratar de reducir su lugar subjetivo a un lugar yoico. Ejemplo: el paciente tiene un acto fallido, el analista le dice “usted dijo tal cosa” y nos responde que fue un furcio o que se equivocó. El analista insiste, el paciente responde que no lo pensó. El paciente, tomado por su yo, no acepta fácilmente que es hablado. Solo acepta que es dueño de lo que dice. Y si no es dueño de lo que dice, entonces eso no existe: lo borra, lo invalida. En un punto tiene razón, porque al yo no se le ocurrió, pero sí se le ocurrió al sujeto, que es el que habló así. Lo que pasa es que el paciente, en principio, desconoce que en esta estructura imaginaria que está atrapado, está determinada por otro lugar. No es dueño de lo que dice y tampoco sabe que eso que dijo sin querer es también un pensamiento con validez de verdad, por más que no haya sido un pensamiento consciente, aunque él no haya pensado en eso. Nosotros lo invitamos a que piense, que asocie. En los actos fallidos se nos mete algo que no queremos, que perfora este eje a - a’ y que no lo reconocemos como propio. El paciente va a tratar de moverse en el eje imaginario, pero al hacer esto y forzarlo, manda al analista al lugar del pequeño otro, del partenaire, con el que habla: su amigo, su amiga, su madre, su padre, etc.

Caso clínico de transferencia positiva.
Cuando recién empecé mi práctica en el consultorio, recibo a una mujer que por su edad perfectamente podría haber sido mi madre. En ese momento me dejaba la barba como para parecer más experimentado. Y sin embargo esta paciente hizo una transferencia conmigo e hizo un análisis muy interesante. Ella tenía mucha transferencia con uno de sus hijos al que le suponía saber. Ahí quedé ubicado yo, como en un lugar de saber, que facilitó la transferencia en ese punto. Lo que yo le decía le parecía palabra santa y me puso de inmediato en el lugar de sujeto supuesto al saber, que para ella era un varón jovencito. Ahí calcé bárbaro, pero eso también puede tener inconvenientes, porque si me ubicaba demasiado en el lugar del hijo, también me podía ubicar en un lugar de complicación, que era la que tenía con su hijo y que yo caía en la transferencia. Yo tenía que salir de ahí, pero este movimiento hace que como en un sube y baja, nosotros seamos traccionados por la transferencia a ese lugar de pequeño otro, que es el lugar de alguien que en el Edipo del paciente está ubicado en algún lugar. El paciente nos ubica en esas casillas. Por eso es que tenemos que tener una buena cantidad de máscaras para poder hacer semblante de ese lugar (a’) y acá viene la respuesta de qué pasa cuando no pasa nada, si quedamos muy ubicados en este lugar, entonces estamos obturando la transferencia, o mejor dicho, estamos respondiendo a la demanda de la transferencia, pero no estamos como analistas.
Ahí se producen una serie de fenómenos, tanto positivos como negativos. Positivos, en el sentido que la cosa anda, pero no pasa nada. Y negativo, en el sentido que el paciente entra en una rivalidad yoica con nosotros y nos lleva a hacer cosas como decir “Bueno, si usted faltó tiene que pagar la sesión” para todos los casos y entra en una cuestión de yo a tu y ahí nos empantanamos. Caemos ahí y obturamos el análisis. El movimiento del deseo del analista va en vía contraria, saliendo de ahí:
Cuando hacemos este movimiento, lo mandamos al paciente al lugar de sujeto. Cuando volvemos a ubicarnos en el lugar de sujeto supuesto al saber, el lugar del Gran Otro, ahí volvemos a ubicar al paciente en el lugar del sujeto y así se relanza el análisis. Es lo que le hubiera pasado a Freud si en lugar de haber quedado en el lugar del sr. K, se hubiera ubicado en el Otro. Freud no pudo volver a ese lugar, ubicándose como la sra. K, que era un lugar de saber para Dora, entonces el análisis fracasó. El lugar de la sra. K. era un lugar de saber para Dora y desde ahí el análisis podría haberse relanzado. Freud podría haberse ubicado en el semblante de alguien que sabe sobre lo femenino, entonces Dora hubiera ido a buscar el saber allí. Pero Freud tenía un prejuicio de que siendo hombre no podía hacer semblante de una mujer. Por eso son importantes las supervisiones post-mortem, como decíamos con unos colegas en broma, que son las supervisiones cuando el paciente se fue. Eso es un análisis de control, uno va ubicando qué de la neurosis de uno hace que el analista quede ubicado en un determinado lugar para todos los pacientes. Por ejemplo, Breuer, que quería ser padre, entonces las pacientes se le embarazaban. Cada uno tiene su punto ciego, una manera de leerlo es en el análisis propio, pero también es interesante hacer el vaivén con lo que es el análisis de control para ir escuchando dónde, con cada uno de los pacientes, pisamos el palito en el mismo lugar del que nos cuesta salir. Cuando lo vamos analizando, nos vamos dando cuenta a tiempo.

Es importante no resistir este movimiento, que es natural en una transferencia y nos lleva a ese lugar. A veces es la única forma de leer dónde nos ubica ese paciente y de dónde tenemos que salir. No se trata de salir de cualquier lugar, sino de un lugar especial. Por ejemplo, Freud tenía que salir del lugar del Sr. K., del lugar del padre. En cualquier lugar estaba mejor que en ese lugar. Si para el padre de Dora, ella se iba a curar al enamorarse de un muchacho como corresponde y Dios manda, si Freud se ponía en ese lugar, sonaba. Es por eso que se interrumpió.

Pregunta: ¿Cómo es la transferencia en la psicosis?
En la psicosis intentamos permanecer en el lugar del semejante, o como dice Lacan, del testigo, secretario. La posición del analista en la psicosis es la de alguien que comparte su delirio, incluso delira junto a su paciente, pero nunca se pone en un lugar de saber. Si nos ubicamos ahí, nos convertimos en el perseguidor. En este sentido, la posición es al revés de las neurosis.

Caso clínico de transferencia negativa.
Un paciente con una neurosis obsesiva muy marcada, tenía toda la cuestión de los rituales: le costaba salir de la casa porque tenía una cuestión de lavarse las manos y apenas se contaminaba, tenía que volverse a lavar. Salir de la casa le tomaba una hora, pero una vez que lo lograba, no podía pisar las líneas que dividían las baldosas de la calle, entonces iba a los saltos… ¿Qué pasaba? El padre de este sujeto era muy religioso y su casa estaba llena de imágenes religiosas, velas, como un santuario. Y como el hombre de las ratas, él tenía ideas sacrílegas a esas imágenes religiosas, imágenes sexuales. El análisis andaba, hasta que en un momento el paciente faltó por alguna razón y entonces, a la vez siguiente, como yo sabía que había que cobrarle la sesión religiosamente (estaba en los principios de mi práctica), le dije que tenía que pagar la sesión. Y a él le parecía que no por alguna razón. Yo me puse muy insistente y él interrumpió el análisis. ¿Qué pasó ahí? Pasó que ese paciente, en ese momento, no estaba en condiciones de entender por qué era importante pagar una sesión a la que había faltado. No estaba en ese tiempo en que podía perder ese goce de saber que si no puede asistir a su sesión, entonces no la tiene que pagar el otro, por más que a él le haya pasado lo más justificado del mundo. Cada uno se tiene que hacer cargo de su real. Cuando nosotros somos chicos, le pedimos a nuestros padres que se hagan cargo; cuando somos adultos, tenemos que aprender a hacernos cargo de nuestro real, aunque ese real sea totalmente injusto. Cobramos la sesión cuando el paciente falta porque no nos hacemos cargo del paciente como su fuéramos su papá o mamá. Le enseñamos a que tolere las cosas que le pasan, se tiene que hacer cargo él. No podemos aliviarlo de eso. Pero en este caso, el paciente no estaba en el momento de poder tomar esto simbólicamente. Es algo que lleva tiempo. ¿Por qué tengo que pagar algo si yo me enfermé? Y yo me puse muy religioso. En vez de escuchar si el paciente estaba en tiempo o no de poder entender eso, se lo impuse porque en la biblia psicoanalítica dice que si. Entonces el paciente me puso exactamente en el lugar del padre, que era el lugar donde no tenía que caer.

Entonces, atento con esto: que tomar la teoría y la técnica psicoanalítica como si fuera una religión, nos lleva a no respetar la singularidad del paciente y hay pacientes a los que le toma mucho tiempo, como así también hay pacientes que vienen religiosamente a su sesión y pagan. Esto no siempre quiere decir que estén pagando verdaderamente, sino que son obedientes, como fueron obedientes en la escuela, con sus padres y ahora con nosotros. No siempre pagan verdaderamente, en el sentido simbólico de perder un goce.

[pregunta inaudible]

Salirse del a - a’ es la disparidad subjetiva, que es que hay un sujeto y del otro lado hay otra cosa, que es el sujeto supuesto al saber. No es algo par, aunque para ser estrictos, el analista también tiene que pagar:
  • Paga con palabras, porque las palabras que dice no le pertenecen, sino que están tomadas por la transferencia.
  • Paga con su cuerpo, porque lo expone a los fenómenos de la transferencia, como Dumezil.
  • Paga con su juicio. Es decir, cuando el paciente viene y dice algo que está totalmente opuesto a nuestra ideología, respetamos lo que él dice.
Hay pacientes que no faltan nunca y cuando faltan es que no pudieron hacer otra cosa y nos avisan. Esto hay que leerlo caso por caso y me parece muy interesante la textura de la transferencia  porque todo depende de cómo el paciente cuide su espacio. Hay pacientes que faltan pero cuidan su espacio y hay otros que lo descuidan mucho. Con esos uno tiene que ir prestando más atención para no descuidarse uno y no descuidar el encuadre. No hay un encuadre rígido, sino se pierde la particularidad.

[pregunta por el dinero]
Yo escribí un texto llamado “sacarse un peso de encima” y cuento que estaba trabajando en una institución pública, pero en la que se cobraba un bono. Había un entrecruce entre el derecho del paciente de ser asistido y el derecho del analista de cobrar por su trabajo. Es algo complejo, sobre todo cuando recién empezamos, que es cuando necesitamos dinero para vivir y eso complica nuestra ética. Mi posición es que prefiero tener un peso menos en el bolsillo, pero sentir que estoy haciendo las cosas bien en el consultorio y en todo caso bancarme la angustia y la ansiedad de que ese paciente no me pagó. Freud decía que el analista tenía que cobrar esa sesión que el paciente no iba, porque sino eso amenazaba la existencia del analista -y no la del análisis-, entonces lo tomaba como una resistencia. Pero es caso por caso, cuando uno acepta a un paciente, también acepta estos avatares, porque el dinero es parte de la ecuación simbólica de lo que se gana, se pierde, los goces y nosotros maniobramos con eso. Me parece que lo nuestro no es una profesión para hacer dinero. Que hagamos dinero por añadidura porque nos vaya bien es una cosa, pero no apunta a eso.

Pregunta: ¿Cómo salir de ese lugar que hace que no pase nada en una sesión?
Una de las herramientas es el análisis personal, para ubicar dónde la neurosis de uno lleva a insistir en un determinado lugar. Por ejemplo, si tenemos una carencia amorosa en la vida, vamos a pedirle a nuestros pacientes que nos amen. Entonces vamos a estar en este lugar, el del otro pequeño, y no cobrarles las sesiones que no vienen, tratar de ser buenos y no contradecirlos o prestarnos a algo que no les pueda gustar. Hay otros analistas que quieren que los pacientes les paguen mucho dinero. Entonces, al caer en un determinado lugar fantasmático, lo primero es analizarse para despejar eso, los lugares de goce donde uno está atrapado.
La segunda pata es la supervisión, para darse cuenta donde uno mete la pata regularmente e ir aprendiendo de cada caso.
Lo tercero es estudiar, leer los casos en que Freud metió la pata, cómo cada analista resuelve los problemas analíticos con sus pacientes.
Estudiar, leer y escuchar, los 3 freudianos.
Desde el lugar que nos pone el paciente, nosotros intentamos leer dónde está el sujeto.

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