Habitualmente, es la histeria quien mejor testimonia del estatuto sintomático de los celos, en la medida en que sus corrientes celotipias son un modo de interrogar el carácter enigmático del deseo del hombre en función de la Otra. “¿Qué le viste a ésa?” o bien “¿Cómo pudiste estar antes con ella?” son preguntas habituales que, en la histeria, apuntan menos a buscar una respuesta que aporte un dato que al propósito de sostener una versión del deseo que la ubique en la escena como excluida y, por ende, no la toque como causa. Por esta vía, asimismo, los celos histéricos son una vía privilegiada para sostener el goce de la sustracción –cuestión que incluso se corrobora en que, como ocurre en nuestros días, la histérica preste el cuerpo para el acto sexual, es decir, condescienda a ser objeto de goce... a expensas de una fantasía en la cual se pregunte si acaso él no piensa en otra mujer en ese momento–. Por lo tanto, los celos de la histérica pueden ser una defensa eficaz (sostenida en la posición antedicha) contra el acto (de ser tomada por un hombre) y, cabe pensar, un análisis de un caso de histeria que no haya elaborado este trasfondo celotípico seguramente no habrá avanzado demasiado.
Asimismo, respecto del uso defensivo de los celos puede destacarse una elaboración que se desprende de otro libro reciente: ¿Qué quiere decir “hacer” el amor? (2010) de G. Pommier. Para dar cuenta de este aspecto, mencionaremos un breve recorte clínico del tratamiento de un obsesivo que, luego de un episodio de fuerte celotipia respecto de su esposa, que llevó a una discusión (y una reconciliación en el período de una semana), tiene el sueño siguiente:
“Mi mujer está en una oficina, mi oficina, y hace mi trabajo. De repente entra un hombre que dice querer conversar con ella, y yo escucho las preguntas que le hacen. Son preguntas sobre cuestiones profesionales, pero yo interpreto –me resulta evidente– que esas preguntas son tendenciosas, ya que el hombre está interesado en mi mujer. Siento celos. Me angustio y me despierto.”
Curiosamente, este sueño angustiante tiene también la función de demostrar la condición interpretante del inconsciente: en el curso de las asociaciones, este analizante se sorprende al notar que sus celos sobrevinieron en un momento singular, ya que en ese entonces la relación con su mujer alcanzaba una suerte de reencuentro en el cual él podía sentirse enamorado “de nuevo”. En este punto, la interpretación fue una traducción brusca: sus celos –en el sueño– mostraban un punto de identificación narcisista con su mujer, es decir, ese punto en que él podía volver a verse a sí mismo a través de ella y reconocer el rebrote de su condición de seductor (el día que precedió al sueño se había encontrado pensando en “lo bien y lo lindo” que se sentía junto a su mujer... y el efecto cautivante que eso producía en otras mujeres).
En definitiva, el inconsciente le interpretaba que sus celos eran una manera de defenderse de ese nuevo amor que sentía por su mujer; su celotipia era una proyección del temor que sentía por volver a enamorarse.
Como sostiene G. Pommier en el libro que mencionamos, el amor feminiza a un hombre –a menos que su amor sea la demanda infantil de ser amado–; por lo tanto, la angustia de castración para un hombre no tiene que ver con la expectativa de que el falo le sea cortado, sino con la capacidad de asumirse como amante ya que “cuando una mujer provoca una erección, ese falo le pertenece y su amante puede experimentar por ello una angustia de castración que lo feminiza”. (5)
De este modo, el análisis de la bisexualidad constitutiva del hombre no tendría tanto que ver con el deseo por otro hombre sino con la asunción, propiamente dicha, de una posición de amante –ya que cuando un hombre ama... lo hace como mujer–. Así, en función del recorte clínico anteriormente mencionado, no alcanza con decir que allí los celos eran un reaseguro narcisista contra el deseo, sino que el análisis de un hombre que no haya considerado su posición respecto del amor –más allá de la degradación del partenaire a la condición de objeto fantasmático– tampoco habrá avanzado demasiado.
Por último, cabe retomar la indicación anterior a la proyección. Es un hábito reducir la concepción psicoanalítica de los celos a este único mecanismo. En otro contexto ya hemos estudiado la diversidad de referencias relativas a esta cuestión. (6) Expongamos aquí sólo algunos resultados de ese trabajo anterior: no sólo desde la perspectiva freudiana pueden encontrarse otras variables junto a la proyección (que, en realidad, se aplican a la paranoia), como en el caso de los celos normales o edípicos, o bien en un caso singular de celos que Freud –en su célebre artículo de 1922– adscribe a una asunción del “punto de vista de la mujer”.
En función de esta última mención, en el contexto antedicho, hemos construido el fantasma que subtiende los celos proustianos de En busca del tiempo perdido, donde los celos del protagonista por Albertine restituyen un goce supuesto a la mujer (como un modo neurótico de responder a la pregunta por el goce femenino a través de un fantasma escópico articulado a un deseo de ver).
Asimismo, en dicho contexto hemos apreciado que los celos del protagonista eran muy distintos de, por ejemplo, los que padecían Swann o Charlus respecto de sus amantes. Por lo tanto, el interés –antes que en proponer una “teoría general” de los celos, a través de un mecanismo ubicuo– radica en establecer diferencias clínicas que no se confunden con un retorno larvado a la pasión clasificatoria de una psicopatología, esta vez, de la mano de una pseudo-hipótesis etiológica, sino de atenerse al despliegue de un caso en función de lo que se produce en la dinámica de la dirección de la cura. No otra cosa decía Lacan cuando sostenía en la Apertura de la sección clínica que “la clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que cuando se haya tomado conciencia de ellas serán de gran envergadura”.
5- Esta indicación de Pommier remite, indirectamente, a una formulación de Lacan en el seminario 10: “Sea como sea, si la mujer suscita mi angustia, es en la medida en que quiere mi goce, o sea, gozar de mí. [...] En la medida en que se trata de goce, o sea, que ella va a por miser, la mujer sólo puede alcanzarlo castrándome”.
6- Cf. Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante, Buenos Aires, Letra Viva, 2013.
Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"
Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"
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