jueves, 14 de noviembre de 2019

Huele a Pubertad - seminario clínico (II)


Notas del seminario clínico dictado por Marta Rodriguez, el 12 y 19 de mayo del 2016 (ver clase anterior)

Clase del 19 de mayo de 2016.
La vez pasada preguntaron por qué hablábamos de pubertad y no de adolescencia y qué pasa con la latencia.

Dijimos que que el primer despertar sexual implicaba la pregunta por el deseo del Otro. El niño se pregunta qué lugar ocupa en el Otro, cuál es su lugar en su falta. La salida de esto es el complejo de castración, el complejo de Edipo. En el segundo despertar sexual, entrada la pubertad, está lo real que sacude el cuerpo. Hay algo que irrumpe e impacta en lo imaginario.

En el medio, como articulador entre estas dos escenas, encontramos la latencia. Es un tiempo en el cual el cuerpo entra en un cierto reposo. Una articulación podemos pensarla como una espacio vacío, por ejemplo entre 2 huesos, que permite que podamos movernos. La latencia va a permitir el pasaje de una escena a la otra. El cuerpo del autoerotismo, de la primera infancia y de la sexualidad de la primera infancia con los objetos parentales van a entrar en otra escena: la escena de los pares. Esto es vía el complejo de castración, la prohibición del incesto. La vida pulsional del del chico no desaparece, sino que entra en otra lógica. Se atempera, se sublima, se inhibe. Entra la pulsión de saber, entrada en la primaria. Toda esa pulsión sexual entra en función del aprendizaje. Aparece el juego de regla, el encuentro con los pares, porque algo se ordenó en la salida del complejo de Edipo. La latencia, entonces, es este articulador de escenas.

¿Por qué pubertad y no adolescencia? Ubicamos la pubertad como irrupción en el cuerpo en el segundo despertar sexual, esto que sacude desde lo real a lo imaginario. Y la adolescencia como tiempo en donde se van articulando las cuerdas. El trabajo de la adolescencia, por esa irrupción de lo real en lo imaginario, es apropiarse de esta nueva imagen y construir, releyendo las marcas anteriores, una posición en relación a su posición sexuada y una ubicación en el deseo, el goce y el amor, ubicación fantasmática.

Esto lo podemos pensarlo a la luz de lo que Lacan plantea en El tiempo lógico  y el aserto de certidumbre anticipada. Ahí Lacan plantea tres tiempos: instante de la mirada, tiempo de comprender, momento de concluir. En relación a los tiempos de la estructura, podríamos ubicar el instante de la mirada en el primer despertar sexual. El tiempo para comprender es la latencia y el tiempo para concluir es la pubertad como entrada y la adolescencia como salida. Ahí Lacan plantea la situación donde hay 3 carceleros y que para salir de esa situación de encierro tienen que deducir qué cartel portan como marca y que ellos no pueden ver. Entonces, lo que dice Lacan es que el el tiempo de concluir el sujeto puede ir al acto, que la vez pasada lo veíamos en relación a la adolescencia al salir de la endogamia. Él lo puede hacer porque hizo una lectura de la marca de los otros la propia marca, comprendió y concluyó su propia marca. Entonces puede salir al acto y salir de esa posición de esclavo, de carcelero.

En la clase anterior también hicimos referencia al título del seminario y a la imagen que había presentado en relación al título. Hablamos del huele a pubertad, en relación al olor como metáfora de un desprendimiento de cuerpo, de un real que no se ve ni se toca, sino que se siente y que está en relación a la producción hormonal de un chico y de la sexualidad.

Las zapatillas pueden representar una nueva vestidura de ese nuevo cuerpo con todos esos cambios. O como función del velo. Los animales no usan vestidos, porque no tienen la neurosis nuestra de sentirse desnudos. Ya desde Adán y Eva podemos ver el tema de vestirse, que está en relación a la sexualidad, porque velan lo real de la sexualidad. Aparte de la función de cobertura que tiene el velo, podemos pensar “velo” en función de velatorio. A la muerte. Sexualidad y muerte en relación a la pubertad.

Lo que el sujeto duela es el lugar que tuvo en el Otro como objeto. Para ir en la búsqueda de nuevos objetos y poder desprenderse de los objetos parentales, hay algo a duelar del lugar que se tuvo en el Otro. Este es el trabajo de duelo que implica la adolescencia. Cuando esto no se da, nos encontramos con chicos melancolizados, consumiendo muchos objetos de todo tipo, o chicos en la vertiente maníaca. Cuando hay melancolía o manía, hay un duelo que no se está haciendo. El duelo, en este tiempo de la estructura, es poder ubicar qué lugar se tuvo en el Otro, para hacer una lectura de la marca, de una escritura, y hacer una salida con esto que nos constituye.

También hablábamos de las zapatillas como ícono de la adolescencia y esto es medio complicado hoy, porque todos las usamos. Hay ciertos rasgos distintivos de la adolescencia que son compartidos por todas las generaciones. Y no es algo de la ropa, sino también de las posiciones de los adultos, que aparecen adolentizados. También tomamos el texto de Winnicott Realidad y juego, donde él dice claramente que si queremos que haya adolescentes, necesitamos que haya adultos. Si queremos adolescentes vivos y vivaces, que los adultos no cuelguen los botines y que hagan el trabajo que tienen que hacer, que es hacer lío, enfrentar, estar en oposición. Si no estamos ahí para resistir esa partida, los dejamos sin parte del juego que tienen que hacer.

Hay un libro del sociólogo David le Breton, Breve historia de la adolescencia, donde él ubica las adolescencias líquidas y plantea estas dificultades. Un sociólogo hace una lectura de un colectivo, pero nosotros, aunque nos podemos servir de esto, debemos leer lo particular de ese chico. Los adolescentes pueden estudiar la jerga adolescente, que el adulto no entiende. Esto está ahí cumpliendo una función. Nosotros hablamos y nos constituimos como fuimos hablados. Hay un primer tiempo en el que el chico habla como habla su mamá. Si la mamá dice “El nene tiene frío”, el nene dice “El nene tiene frío”. Habla en tercera persona, en espejo, habla como es hablado. Hay chicos que se quedan ahí, sin poder atravesar el espejo, detenidos en esa captura alienante. Si las cosas van medianamente bien, un chico pasa de hablar en tercera persona a decir “yo”. Y el yo viene con el no. No quiero. Es la manera de salir de esta alienación constitutiva y constituyente, de separarse.

En el segundo tiempo de la escritura, hay operaciones similares a la que se dieron en el primer tiempo. El sujeto, para descolgarse del Otro que se le vuelve incestuoso por la posibilidad del acto sexual (si el objeto de amor sigue siendo el parental, toca el incesto), tiene que partirse e irse de ahí. Una manera de irse es alienarse al grupo de pares. Se descuelga de un lado y se cuelga en otro. Los chicos toman distancia de la palabra del Otro y empiezan a hablar de manera extraña y jeroglífica. Esa modalidad de hablar cumple la función de tomar distancia de la palabra de los padres. Hasta en las palabras hay erotismo y hasta de las palabras de los padres se tiene que desprender para no quedar tan tocado. Me clavó el visto, le clavé, colgué, estás re gede, estoy re paja, fisura…

Si bien un sociólogo puede decir que los chicos usan el término “paja”, un analista puede dar un paso más y preguntarse por qué está diciendo paja a cada rato. Una analizante me decía que quería ponerse de novia, pero que esta re paja, y paja esto, paja lo otro… Y bueno, el novio le va a quedar un poco lejos, porque de la satisfacción con el propio cuerpo a la de un novio, hay un pasaje. No es algo para decirle a un chico que recién empieza. Podemos ubicar en eso que se dice, más allá de la jerga, qué se está diciendo. Es como el subtitulado que pone Capusotto cuando hace el adolescente.

Volvamos al tema del olor. Winnicott nos ayuda a pensar algunas cosas que anticipamos antes. Él dijo que el objeto transicional tenía algo propio, que es el olor, que conserva cierto rasgo de la mamá y del chico y que permite el desprendimiento a condición de que ese objeto esté presente. Los nenes entran al jardín con su mantita, con su muñequito, etc. Ese objeto permite que mamá pueda quedarse en una sala de espera. Son objetos que acompañan cierto tránsito, cierta zona de desprendimiento. En la entrada en la pubertad, hay un montón de objetos y en cada momento de entrada hay objetos que acompañan. Esto pasa en la primaria, en la secundaria y en la facultad…

La clínica de la entrada pubertad, frente a este sacudón de lo real y el cambio en la imagen, trae en lo simbólico cierta mudez. Y es común encontrarnos en el consultorio con chicos que no hablan y no juegan. Tenemos que sostener esa incomodidad que el chico nos está transfiriendo, que no sabe qué hacer, que no sabe qué decir, porque hay algo que lo sacudió y que todavía no tiene simbólico de dónde agarrarlo. Podemos hablar con los padres, pero sin desatender al sujeto. tal vez tenemos que crear las condiciones para poder articular algo de su decir. Esto lo enseña muy bien Freud en el caso del chico de la miga de pan. En Psicopatología de la vida cotidiana, en el apartado de actos sintomáticos y casuales, hay un caso de un chico de 12 años que llega a la consulta con Freud con un grado importante de inhibición.

Freud supone que este chico está atormentado por cierto descubrimiento que hizo en la esfera de lo sexual. Entonces, la inhibición es una respuesta a ese momento, supone Freud. Freud se abstiene de decir esto hasta poder comprobarlo. El chico entra a la consulta, mucho no habla y ve que e chico tiene algo en la mano, que la mete en el bolsillo, la saca… Hay algo que el chico presenta y no dice. Freud observa. A la vez siguiente, el chico vuelve a traer algo en la mano y a hacer un movimiento, hasta que en un momento abre la mano y muestra que tiene una miga de pan grande, como si fuera una plastilina, que la amasaba. Freud siente curiosidad por el objeto y se pone a observar lo que el chico hacía, sin decir nada. Entonces, el chico empieza a hacer unos hombrecitos con la miga de pan y a estos hombrecitos le agrega un apéndice entre las piernas. Dice Freud que para que no quede al descubierto lo que chico hacía, empieza a agregarle muchos apéndices. Freud le cuenta una historia: le cuenta la historia de un padre, de un hijo, de una conquista y de una desfloración. Vayan a leerlo.

Freud interpreta ahí casi como nosotros manejamos en el juego de un niño, interpreta alegóricamente, no directamente. En este tiempo de reinscripción de las marcas, donde la sexualidad del Otro se vuelve amenazante, hay que ir con cuidado y no dejarlo demasiado al descubierto. La intervención en la línea del cuento y del juego, sin infantilizar al niño, empieza a armar esta trama simbólica hasta que se pueda seguir hablando desde otro lugar, en primera persona. Primero es en tercera persona, sin tocar demasiado, pero sabemos que estamos yendo a ese lugar, a ese carozo.

En ese objeto que se presenta, ubicar que sujeto representa, ya que el sujeto es lo que representa un significante para otro significante. Entonces, en esta clínica que se presenta en tanto muda, muchas veces acompañada con objetos (celular, auriculares, amigo que espera abajo, el olor). El objeto como olor es una manera de decir “salí de acá” y también distancia al Otro. Los padres no quieren entrar a los cuartos por el olor y eso a veces es una manera que la madre no etre al cuarto. Nosotros no nos manejamos como pedagogos ni higienistas como para mandar al chico a bañarse, porque la dirección a la cura no es una dirección de moral, sino ubicar qué del sujeto se ubica en oler mal. O entrar siempre con auriculares, qué no quiere oír, o qué está oyendo.

Les cuento de una niña que me llega a la consulta cuando estaba en primer año del colegio. Los padres la traen porque esta chica estaba muy triste y no podía decir nada de lo que le pasaba. Inicialmente no hablaba. La invito a jugar a las cartas, a las damas, a dibujar, pero nada la motivaba. Era bastante incómodo sostener la incomodidad que ella traía. Yo sabía que a ella le gustaba escribir, porque los padres me lo habían contado. A mí me salía nombrar a la chica como “qué parca que es”, algo de parco. Poco después pensé que lo parco, la parca, tiene que ver con la muerte, como si esta chica estuviera eclipsada por algo de la muerte. Frente a esta incomodidad, un día que viene se me ocurre proponerle jugar al cadáver exquisito, que es una técnica de escritura del surrealismo, donde uno pone una frase y le pasa al otro el papel doblado, cosa de que le llegue las últimas palabras de lo que escribió. El otro tiene que continuar con otra frase, dejando lo último al descubierto y así se va armando un texto que después se lee.

Ella acepta jugar a ese juego. Yo escribo la primera frase “Un día de otoño me desperté pensando”
Ella: “no sé qué poner acá”
Yo: “y allá tampoco era un sueño tenía ganas se cumpliera”
Ella: si yo cumpliera todas mis cosas, podría salir más”
Yo: Eso es lo que deseaba yo y no lo supe por mucho tiempo.
Ella: Hace mucho tiempo que no veo a mi abuelo.
Yo: Lo quise tanto que a veces lo extraño.
Ella: Es extraño lo que me pasa.

A partir de eso empezamos a hablar cosas del abuelo, de las cosas extrañas. En esta clínica, que parece un poco muda, hay que afinar el oficio de la lectura y de la escucha. A veces en las supervisiones cuentan que parece que pasa el tiempo y no pasa nada, que solo hablan de un mismo tema. Pero eso habla, así donde eso es, el sujeto debe advenir. Lo simbólico está tratando de tejer su trama y habla de esa manera: de la play, de que no consigue pasar de pantalla, que no consigue el escudo y los amigos si, etc. Hay que poder tomarlo y escucharlo así.

Les voy a leer un caso de un trabajo mío llamado “De objetos y púberes
Años atrás una púber de 12 años me contaba lo apasionada que estaba con la lectura del libro “La última Canción”. Ante mi pregunta de lo que tanto le gustaba de la historia, decía “No lo puedo explicar”. Al tiempo sale la película y la trae para que la veamos en el notebook del consultorio. No hay palabras para explicarlo, había algo que le gustaba mucho y entonces trae el objeto película.

Apagamos la luz y durante 4 sesiones, el consultorio se transforma en un cine. Anotábamos sesión tras sesión, donde dejábamos para continuar. La consulta venía motorizada desde la inquietud que le generaba el ingreso a uno de los colegios universitarios de Buenos Aires, transmitiendo desde el inicio de la consulta, algo así como “se viene la noche”.

Conocí a esta niña desde pequeña. En el tratamiento de su infancia había sido en la latencia, de los 6 a los 10 años. Sus padres consultaron en esa ocasión frente al miedo que la niña presentaba a la noche. Temor frente a lo oscuro, dificultad para dormir sola y pesadillas recurrentes. En aquel momento jugamos al cuarto oscuro, juego que consistía en oscurecer el consultorio lo más posible y buscar con linternas objetos pequeños. Este juego fue desplazado por otro, con el que culmina el tiempo del análisis. El juego consistía en armar lo que ella llamaba “instalaciones de arte”, instalaciones que construíamos con objetos del consultorio, transformándolos en una suerte de museo de arte moderno, donde uno de los temas que nos abocábamos era a la iluminación de las piezas. Cada instalación tenía un nombre en función de lo que representaba y eran fotografiadas. Se les sumaba la labor de una periodista que con micrófono en mano le hacía reportaje a los artistas o comentaba las obras. La instalación con la que se despide se llamaba “Sueños” y estaba referida a los anhelos.

A los 12 años, es ella la que pide venir. Otra vez se vuelve a apagar la luz y el film comienza: La última canción. Recuerda que sus padres de jóvenes cantaban y eso fue lo que a la madre la enamoró. Acá hay algo de la prehistoria de la sexualidad parental y el objeto voz.

La película versa sobre una joven que se reencuentra con su padre músico, quien se había alejado de sus hijos tras la separación de la pareja. La muchacha va pasando del enojo de la distancia que puso el padre a reencontrarse con eso que compartían: el gusto por la música. Se irá reconociendo en el grupo del padre, reconciliando y también despidiendo, pues el padre está muy enfermo y compartirán así la última canción. En este pasaje, la muchacha se enamora por primera vez. Duela al padre mientras se despierta en este segundo tiempo, al amor.

Mi paciente comenta, mientras mira la película, que tiene ganas de que le guste un chico, poder despejarse y pensar en otra cosa. Despertar en los sueños de amor en tiempo del doloroso resarcimiento de los padres, como decía Freud, en relación al armado de la novela. Tiempo de pasaje de escena y de duelo por los objeto parentales. Duelo necesario a transitar para que sea posible en hallazgo de objeto.

A los 16 años, la joven vuelve a consultar. Esta consulta culmina cuando deja al secundario. Se va de viaje de egresados. Al entrar comenta que no recuerda que en el consultorio hubiera tanta luz. Yo me había mudado y estaba en otro consultorio. Le digo “Estamos en otro lugar”. En lo académico sigue siendo brillante, pero plantea que en el amor sigue siendo una nena. Plantea no tener claro qué le gusta, qué quiere. Recuerden que antes no lo podía explicar. Ahora es una pregunta puntual: ¿Qué quiero, qué me gusta? Se abre otro tiempo, que no solo era armar la ficción de la novela, la historia que ella puede hacer de su familia, sino comenzar a leerse en ella. Leerse para descontarse de que la sombra del objeto que fue para el Otro recaiga sobre ella. Podríamos decir, en relación a la prehistoria, qué respuesta se fue construyendo esta chica en relación a qué lugar ocupo en la falta del Otro: la luz de mis ojos, la luz en la oscuridad. Hay algo de la luz que ella construye en relación a la falta del Otro. Entonces vemos que los objetos que están en juego son voz y mirada.

Mientras avanzamos por estos carriles, algunos movimientos chispeantes asoman: decide entrar al cuarto oscuro para participar de las elecciones nacionales a los 17 años, más allá de que los padres consideren que aún no es necesario. La voz se pone en juego junto a otros adolescentes y participa en un programa de radio. En tiempo de la puesta en acto del deseo, anticipa su próximo pasaje y se inscribe para estudiar artes audiovisuales, volviendo a elecciones que articulan de una nueva manera aquellos objetos jugados una y otra vez n transferencia. Nueva inscripción que retoma lo que ha sido y deshacido haciendo del sujeto una recreación que va del juego al quehacer.

A mi este caso me permitió pensar mucho e ir ubicando como los elementos se van articulando en los distintos tiempos de la estructura. Una cosa que a mi me sirve de este caso que les cuento es este concepto que trae la nena de la instalación de arte. Yo creo que la clínica con adolescentes y púberes tiene este formato de instalación, de performance. Una instalación no es la Mona Lisa en el Louvre, que quedó así para siempre. El concepto de instalación es muy dinámico, es algo que se instala en determinado momento, dura un tiempo y se va. Muchas veces se desecha y la instalación, a diferencia del museo clásico, tiene movimiento. La visita la recorre; a veces la toca e invita al otro a ser partícipe de la obra de arte. Entonces, yo creo que la clínica con púberes y adolescentes implica esta necesidad de movimiento: movimiento de los pibes, de los padres, movilidad clínica del analista. Es algo que se instala y cuando deja de cumplir su función, cae.

Una socióloga me contó de una experiencia que hace con un grupo de artistas en la Villa 31, que se llama Cooperativa Guatemalteca. Se trata de un colectivo de artistas que trabaja con la gente de la Villa 31 y en el 2012 armaron un monumento móvil, que consistía en una zapatilla. Se armó en función de una protesta que se armó en relación a la urbanización de las villas. Armaron una gran zapatillas con rueditas y esto recorrió el barrio de Recoleta, la 9 de Julio, el Obelisco y llegó a la Legislatura.

Estos artistas, junto a los habitantes de la Villa, armaron un ícono que representaba la identidad villera, que tenía que ver con pisar, con ponerse en marcha por un barrio con cloacas, etc. Entonces, esa instalación de un móvil para mi tiene mucho que ver con nuestra clínica. Luego de que esta zapatilla cumpliera su función, fue abandonada. Los análisis caen, no son para toda la vida, sino para el tiempo en que tienen que cumplir una función, sean niños, adolescentes o adultos. Cae el análisis y el lugar del analista.

Hay desprendimientos del Otro que cuestan la vida, como vimos en La casa de Bernarda Alba o en El despertar de la Primavera. Pero también el desprendimiento del Otro puede ser algo positivo.

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