lunes, 16 de noviembre de 2020

La etiología de las psicosis según Lacan: La forclusión del Nombre-del- Padre.



Como preámbulo de una de sus obras más importantes" Jacques Lacan enuncia: «En particular, no habrá que olvidar que la separación en embriología, anatomía, fisiología, psicología, sociología, clínica, no existe en la naturaleza y que no hay más que una disciplina: la neurobiología a la que la observación nos obliga añadir el epíteto de humana en lo que nos concierne». Parece ser que, en efecto, la naturaleza humana es de lo más antinatural que hay. Dentro de la evolución de los repertorios operativos específicos del hombre, el lenguaje simbólico es un acontecimiento único en la biósfera. Desde el lenguaje, cabe referimos al significante como esencia de la materialización del inconsciente lacaniano; se dice que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Así también, a decir de Lacan, el drama de la locura se situaría en la relación del hombre con el significante. El psicótico se halla congelado en una línea de relación binaria donde no hay acuerdo concertado o pacto que gobierne las diatribas de la experiencia sensorial. «En el lugar donde el objeto indecible es rechazado en lo real, se deja oír una palabra», pues ocupa el lugar de lo que no tiene nombre; la irrealización no está toda en el símbolo ya que repentinamente irrumpe en lo real. Es en lo real donde experiencia el psicótico; en un real inminente, directo y encarnizado, irreconciliado con los entramados de un orden simbólico transigente en la concesión, un referente capital en la contextualización del lenguaje aún allí en su mínima expresión atómica: el significante. 

Un signo lingüístico, como entidad significativa aislada tiene la propiedad, no de unir una cosa con un nombre, por ejemplo, la palabra «gaviota» con el ave marina, sino de un concepto interno con una imagen acústica, de manera tal que ambas representaciones son cognitivas. El signo es la combinación del concepto y de la imagen acústica en una correspondencia recíproca cerrada, según Saussure. El significado vendría a ser la cosa en sí y por si, porque es; mientras el significante, la mera nominación que se da a la cosa («gaviota», «mouette», «seagull», «gabbíano», «Möwe», etc.). Su representación además de ser física por las vibraciones sonoras emitidas en su enunciación, trasciende la contingencia reservándose la plaza de una genuina huella psíquica. La asignación de un significante determinado a un significado se sostiene en un artificio arbitraría, obra de la convención lingüística; es decir, no hay nada en la palabra o fonación de «g-a-v-i-o-t-a» que nos sugiera a lo que esta referido y, a la inversa, no hay nada en la cosa que nos recuerde a la palabra per se. Se trata, simplemente de una sucesión de sonidos o fonemas que en base a un código de unidades diacrónicas dan lugar a la combinación y formación de otras mas complejas continentes de significación. Saussure dice: «En efecto, todo medio de expresión recibido de una sociedad se apoya en principio en un habito colectivo o, lo que viene a ser lo mismo, en la convención ( ... ) Se ha utilizado la palabra símbolo para designar el signo lingüístico o, más exactamente, lo que nosotros llamamos el significante. Pero hay inconvenientes para admitirlo como tal a causa de nuestro primer principio [de arbitrariedad]. El símbolo tiene por carácter no ser nunca completamente arbitrario; no está vació: siempre hay un vínculo natural entre significante y significado». Lacan disuelve está correspondencia biunívoca de relación entre significado y significante, confiriéndole al significante un estatuto de categoría polisémica y multívoca, independiente y fundamental. 



Son propuestas tres dimensiones subjetivas para idear el concierto de la identidad y existencia humanas. El sujeto está integrado de un registro simbólico, un registro imaginario y uno real activados siempre en sincronía. La dimensión simbólica introduce la ley y la convención que estatuyen los pactos rectores de las coordenadas sintagmáticas y paradigmáticas, donde las cosas tienen nombre y pueden ser evocadas. La dimensión imaginaria entraña la imagen y su poder cautivante de encantamiento y embeleso; ¿qué es lo que esconde tanto la belleza de las imágenes que extasía y paraliza? Pues que ellas mismas -las imágenes- son huecas y sólo aparecen para obturar su propia evanescencia. Un plano imaginario emparenta toda relación intersubjetiva con una posición de exclusión disyuntiva o bien fusión, siendo sin más alternativa, una relación mortífera signada por la pulsión de muerte. Lo real es lo imposible; aquello inefable e inaprensible que queda como esto de lo simbólico, no sometido a ningún acuerdo y cuya trascendencia excede la cognición o no es reductible a sus circunscripciones. Si tomamos lo real como el percepto avasallador en la delusión psicótica, se presta la simbolización como tentativa de adscribirle algún sentido, si bien desfasado y operativo por hipercompensación del agujero en su estructura. 

El estadio del espejo consagra la apertura del sistema imaginario y da cuenta del narcisismo primario, donde el bebé no posee aún una noción unificada de su cuerpo. La formalización del yo se funda en la identificación del niño con una Gestalt que lo forma, pero que lo aliena primordialmente haciéndolo «otro» (a'). El estadio del espejo transcurre entre los seis y los dieciocho meses y consiste en una identificación a la imago materna (identificación primaria). La inserción en el plano imaginario tiene cabida a razón de la propia prematuración humana del nacimiento, que trae la vida en un estado de completa indefensión y de inmadurez del sistema nervioso (fetalización): aún no hay mielinización del sistema piramidal -tracto corticoespinal- cuyos haces transportan señales que controlan la acción muscular; cuando se mieliniza la corteza y ya pueden reconocerse imágenes, todavía no puede coordinarse la motiliciad. La «cría de hombre» antes de la palabra, se diferencia del chimpancé de igual edad que aquí lo va superando en inteligencia instrumental, en que ya es capaz de reconocer su imagen en el espejo como propia, vivenciándola gozosamente. El niño sostenido por la madre reconoce su imagen en el espejo con gran algarabía, logrando una anticipación imaginaria de la forma total de su cuerpo que es percibido, vía propioceptiva, como fragmentado y disgregado, precipitándose a una transformación compositora que revoca la imagen asumiéndola corno propia. La indefensión vuelca al niño a una anticipación de su forma total, activada a partir de la amenaza de fragmentación dada por la fascinación y deslumbramiento de la imagen que es objeto de una libido «erotoagresiva»: los celos primordiales que buscan desmembrar y dislocar al otro (el semejante) en respuesta a su completud e indestructividad. La agresividad constitutiva del ser humano debe ganar su lugar sobre el otro que lo enajena y lo aliena con su imagen, e imponérsele suplantándolo a riesgo de ser él mismo aniquilado. Toma la forma como propia y formaliza los futuros objetos de su deseo según se refiera el deseo del otro, sujeto como él, del lenguaje. «El inconsciente es el deseo del Otro». Este Otro (Autre) es el lugar donde el inconsciente está estructurado como un lenguaje; tesoro de los significantes. 

La relación imaginaria es el espejismo narcisista en su contacto plenamente ambivalente con el objeto primordial, aquella matriz que sacia, colma y devora proyectivamente. La identificación primaria prefigura toda relación al borde de lo mortifero. Esta relación forja un plano introyectivo/ proyectivo que es el primer «campo de la realidad»; la imagen especular es el complemento narcisista o significante del objeto primordial: la Madre. El yo es aquí erigido por su contraparte imaginaria en ideal del yo: «el niño en cuanto deseado». El vector del inconsciente dirigido hacia el sujeto (S) significatizado como falo imaginario, ha de ser escindido o castrado desde el lugar del Otro, baluarte de la palabra, por el significante Nombre-delPadre. 


La identificación con la Madre se concreta siendo el yo significatizado como Falo. La exigencia de una madre es proveerse de un falo imaginario, siendo el hijo el soporte de esa prolongación imaginaria. La función imaginaria del Falo es el punto de apoyo del proceso de diferenciación anátomica de los sexos en el plano simbólico, llevado a cabo por el complejo de castración, que en la mujer se juega por la envidia del pene no habido, anhelando en su lugar un niño del padre.

El complejo de Edipo puede diseccionarse en base a tres momentos trascendentales: 

1) La identificación con el otro como imagen propia durante el estadio del espejo (identificación primaria a la imago materna). 

2) Irrupción de una terceridad que impide y hace retroceder las tendencias convergentes de cristalización narcisista de ambos entes (Madreniño) instituida por la «prohibición del Padre» como autoridad y ley, y su instrumento, la castración imaginaria. 

3) El sometimiento al orden que permite el acceso a la organización simbólica a través del Nombre-del-Padre. Acerca del Nombre-del-Padre, Lacan dice: «la atribución de la procreación al padre no puede ser efecto sino de un puro significante, de un reconocimiento no del padre real, sino de lo que la religión nos ha enseñado a invocar como el Nombre-del Padre». Lo que está en juego en el Edipo no es un triángulo padre-madre-hijo, sino un triángulo (padre)-falomadre-hijo, en cuanto es el Padre el agente magnético que oblitera la colisión imaginaria. 


El deseo fálico de la Madre de hacer del niño una prolongación suya es intervenido por el Nombre-del-Padre como significante normativo. En esta operación se anulan ambos «Deseo de la Madre» y el Nombre-del-Padre otorga un significado legitimador al sujeto. El Falo es un significado inducido por la metáfora lógica en el otro (a). El significante detenta una posición privilegiada en el otro como impartidor de la anuencia al pasaje simbólico. El psicótico está «fuera del discurso», puesto que no ha accedido a la directriz simbólica instituida por la metáfora paterna.

En la psicosis «lo interiormente rechazado (Verwerfung) retorna desde el exterior». Lacan traduce esta Verwerfung (rechazo, exclusión, repudio) por forclusion, que en francés equivale a «el vencimiento de una facultad o derecho legislativo no ejercitado en los plazos prescritos». La forclusión es un defecto que da a la psicosis su condición estructural esencial que la diferencia de la neurosis, y que implica que aquello que ha sido repudiado ya no puede volver al lugar mismo del que ha sido excluido: Un accidente en el registro del Otro en cuanto ámbito del inconsciente, cumplido en la forclusión del Nombre-del-Padre, fracaso de la metáfora paterna, y queda estructurado el germen de la condición psicótica, donde Ello habla.


La entrada en la psicosis se despliega en el campo imaginario, en relación con el corto circuito afectivo que hace del otro un ser de puro goce y de pura interdestrucción. En este momento, desde el lugar del Otro es invocado un significante inconcebible cuyo desencuentro hace despegar el cataclismo imaginario, la disociación y fragmentación de los objetos, el cuerpo desmembrado, el neologismo superdeterminado, el estribillo ecolálico mecánico y vacío, la descomposición del discurso interior. El sujeto es tomado por lo real.

Como sabemos, es de obligatoriedad un requerimiento exógeno, un llamamiento a la vida que posibilite la supervivencia del individuo en la especie humana. Tal requerimiento no tiene que ser, como también sabemos, de todas maneras delegado a la madre biológica, sino a la Madre. De igual forma, al hablar del Nombre-del-Padre, se trata de un Un padre situado en posición tercera, que vele por la sujeción a la ley que dicta los parámetros de la relación con la Madre establecida en un margen al borde del incesto prohibido. La Madre, en tanto madre fálica en su relación filial, ha de avenirse a un Un-padre y reservarle un lugar de promoción de la ley, para liquidar la unión narcisística inconcretable al vástago. Caso contrario habría de producirse la muerte del sujeto y la estructuración psicótica. El sujeto (S) ha de ser escindido en sujeto del inconsciente (S) por el Nombre-del-Padre para poder sujetarse al orden simbólico estructurante, una vez instaurado el dominio de la represión que atesora los contrapuntos significantes y que permite la existencia subjetiva. En la psicosis hay forclusión del Nombre-del-Padre y ha tenido lugar una regresión tópica al estadio del espejo, por cuanto la relación con el otro especular se reduce a su filo mortal.

Conclusión: La mayor parte de la actividad del sistema nervioso es iniciada por reacciones sensitivas emanadas de receptores sensitivos, ya sean receptores visuales, auditivos, táctiles sobre la superficie del cuerpo o de otros tipos. Estas reacciones sensitivas pueden causar una experiencia inmediata o su recuerdo puede ser almacenado en el cerebro por minutos, semanas o años, y luego puede ayudar a determinar la experiencia somática en el futuro. Hemos visto que para el psicoanálisis estas reacciones tienen consecuencias.

Existen, como es obvio, diferencias comparativas fundamentales entre la escala zoológica y la humana. Entre tantas otras, entendemos que el animal no se aliena con su propia imagen como lo hace la «cría humana». No hace mucho se han realizado experimentos donde se liberaba dopamina en cerebros de animales, observándose una conducta agresiva y de" huida análoga a la de los «sentimientos de persecución externa» conocidos en enfermos psicóticos. ¿Podríamos caer por un instante en la ridícula interpretación de que el animal «se psicotiza»? Seguramente si, en el caso de que perciba voces que le hacen mofa y lo insultan, de que se sienta el elegido de Dios para cumplir una misión redentora del mundo, o de que profiera neologismos o palabras estereotipadas. El hombre es un animal de lenguaje y de ahí que su universo subjetivo esté completamente organizado (o desorganizado) en función de sus símbolos. Un tratamiento posible de la psicosis por el psicoanálisis se orientaría en pos de procurar que el sujeto significatice una parte de su realidad interna obturada por la forclusión de un significante fundamental, o procurar significatizar tal significante en pro de una suplencia de significación; o bien, encaminarlo hacia la traslación a una posición depresiva que le permita elaborar la violencia de los objetos malos introyectados y proyectados que le producen las sensaciones de fragmentación y persecución, a fin de hacerse responsable por estos objetos y expiarlos. Claro que esto no es suficiente. La psiquiatría estima esenciales tanto la farmacoterapia como las campañas de educación y prevención familiar, y las psicoterapias. El psicoanálisis se inscribe en este último registro. Ha sido un error generalizado la creencia de que las psicosis tienen un curso de deterioro irreversible e irremisible. No es una novedad para la psiquiatría actual el hecho de que más del 50% de quienes sufren esquizofrenia se recuperan o mejoran significativamente a través de los años si siguen el tratamiento correspondiente por el plazo necesario.

El proceso enormemente complejo del metabolismo cerebral está dado por la constitución genética individual que es a su vez modelada por la experiencia subjetiva estructurante; Ortega y Gasset diría: «yo soy yo y mi circunstancia». Al pasar del tiempo iremos contando de seguro con instrumentos cada vez más eficaces para identificar factores genéticos potencialmente patógenos que permitan discernir mejor la etiología de las enfermedades en general. Actualmente ya contamos con muchos. Y bien que podamos manipular y modificar los genes a nuestro antojo, ¿no intentaremos erradicar por este medio factores patógenos potenciales con la finalidad de precaver a nuestros semejantes de la posibilidad del sufrimiento que trae consigo la enfermedad?, y todavía, ¿no buscaremos librar a nuestra especie de «taras», haciendo del hombre un ser más fuerte y vigoroso, encarnación ideal de nuestras ilusiones de perfección? Desde luego, no serán invocados aquí preceptos éticos, filosóficos o religiosos para justificar una negativa, sino que simplemente remitiré la reflexión a la naturaleza como expresión de la biodiversidad que ampara la ya muy precaria estabilidad de nuestro ecosistema del que depende a su vez toda vida. Pero tampoco soy un ecologista. ¿De qué sociedad de personas «normales» o «sanas» habrían surgido personalidades corno Nietzsche, Van Gogh o Tchaikovski -por nombrar sólo a tres- cuyos aportes a la cultura y el arte de la civilización son invaluables? Tal vez no de una sociedad homogeneizada. La mayor riqueza del hombre (puede que la única) reside en su variabilidad y diversidad de posibilidades culturales.

Otra tentación por la que nos sentimos seducidos a menudo, consiste en la legítima aspiración de demarcar discretamente el ámbito de aquello admitido como «normal» o «sano». Es muy posible que tal como ocurre en la medicina «somática», las enfermedades mentales puedan ser conceptualizadas según un criterio de rango de desequilibrio orgánico, como las alteraciones anatómicas, los desórdenes fisiológicos y las desviaciones biológicas dentro del conjunto de un concierto neurometabólico. Sin embargo aquí también nos encontramos con una importante objeción, esta vez mejor fundamentada y que no apela al sentido común. Se trata de la viabilidad de una teoría cuántica de la consciencia (Quantum consciousness theory) propugnada por el físico y matemático Roger Penrose de la Universidad de Oxford. Penrose rescata argumentos de la filosofía, las matemáticas, la física, la biología y la psicología para entender la dinámica de la consciencia en los términos de la física extendida: además de la relatividad, la mecánica cuántica. Por ejemplo, se sabe que en la retina humana hay células con sensibilidad hasta para un solo fotón; entonces, así como la retina forma parte del sistema nervioso, se infiere que en éste hay ciertos tipos de sensibilidad a otras partículas subatómicas que estarían regidas por los principios de la física cuántica. La dualidad onda/partícula en mecánica cuántica es el concepto de que no hay distinción entre ondas y partículas; las partículas pueden a veces comportarse como ondas y las ondas como partículas. El principio de incertidumbre de Heisenberg estipula que nunca puede estarse seguro acerca de la posición y la velocidad de una partícula en el espacio subatómico; cuanto con más exactitud se conozca una de ellas, con menos exactitud puede conocerse la otra. Para la teoría cuántica es imposible definir ambas, la posición y el momento de una partícula al mismo tiempo. Tan pronto se establecen los parámetros de movimiento de un cuerpo, su posición es incierta y puede sólo ser descrita matemáticamente como una onda u órbita de probabilidad. Un punto de vista cuántico de la consciencia reconoce que en su raíz, nuestra consciencia se comporta como el flujo incuantifícable del mundo subatómico. El cerebro puede así ser visto como un sutil dispositivo que amplifica los eventos cuánticos.

El postulado de que la mecánica cuántica y la consciencia humana están ligadas está basado en el principio de que el acto de ponderación, que implica a un observador consciente, tiene un efecto sobre los eventos cuánticos; un observador no puede divorciar su consciencia de los eventos observados. Penrose en conjunción con Stuart Hameroff de la Universidad de Arizona, propone que la conexión de los estados cuánticos con los de la física clásica ocurre dentro de ciertas proteínas llamadas microtúbulos, que son estructuras largas y huecas que forjan caminos para el transporte de vesículas, organelos y otros elementos de la arquitectura citológica. Estos microtúbulos cerebrales estarían dispuestos para desempeñar la transformación física ("switch"), produciendo «ocasiones de experiencia» que, con el fluir del tiempo, animan la corriente del pensamiento consciente (se ha calculado que el número de interconexiones existentes en el cerebro humano excede al número de átomos existentes en todo el universo; en este sentido el microcosmos parece corresponder al macrocosmos). Como quiera que la colocación física de una idea o de un pensamiento puede ser soportada sólo por un lapso corto de tiempo, la cuota cuántica debe ser reintegrada,y el punto de nuestra consciencia es forzado a dar un «salto» hacia otro estado cuántico, pero en otra región del cerebro. Así no hay un «libre albedrío» determinado por leyes físicas computables y nuestros pensamientos son constantemente interferidos por emociones, percepciones, recuerdos, imágenes fantásticas, etc. El «salto cuántico» no es determinista e introduce un elemento completamente aleatorio en la evolución temporal de la mente consciente, inmersa en el cauce de las asociaciones pautadas según patrones de acción previos. Dichos circuitos de probabilidad indeterminada funcionan más allá de la actividad biofísica mensurable por la consciencia.

Añadiremos, en lo que a la psicosis respecta, cierta información reciente proporcionada por científicos ingleses, que reporta la presencia disminuida de la expresión de una proteína asociada a los microtúbulos (microtubule-associated protein - MAP) en el hipocampo (sistema límbico) en pacientes esquizofrénicos. Se sugiere que los cambios de esta proteína asociada a los microtúbulos en la esquizofrenia son mucho más complejos de lo que antes se presumía.

Considerando que este dato supondría una menor actividad cuántica en el cerebro de estos pacientes, aventuramos la conjetura de que, quizás, la psicosis se contacta de un modo más cercano a «las cosas» -significados- de la materia en la «realidad objetiva»; aquellas que corresponden al dominio de la física clásica. En todo caso, aunque no podamos formular por el momento ninguna definición conclusiva, ni mucho menos, en lo tocante a la etiología general de las psícosis, tenemos en cuenta que la presencia e importancia de: la subjetividad ha cobrado una fuerza inusitada en la ciencia contemporánea, insospechada hasta hace muy pocos años.

Hipótesis: los procesos imponderables e indeterminables cuánticos vendrían a ser la cualidad distintiva de lo psíquico o mental, diferenciados del resto del organismo vivo y del mundo material regido por la física clásica determinista. Se instala en el discurso científico un antiguo criterio filosófico que situaba al sujeto y a lo subjetivo en un plano de primer orden.

Fuente: Sparrow, César, "Explicaciones etiológicas de las psicosis" - Instituto de Investigaciones Psicológicas - UNMSM Revista de Investigación en Psicología Año II No. 2 138

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