No pocas veces al psicoanálisis se lo acusa de pansexualista (que explica absolutamente todo a partir de la sexualidad). Sin embargo, si somos estrictos con el planteo freudiano, la sexualidad en el ser hablante no se reduce a la diferencia biológica entre los sexos. Ni siquiera se reduce al campo de la genitalidad entendida en el sentido biológico. Freud tempranamente sitúa con precisión el hecho de que la sexualidad en el hablante está separada de toda función reproductiva. En ese sentido, entonces, la sexualidad cobrará para el psicoanálisis el valor de un campo que se instituye a partir de una serie de coordenadas: la libido, la pulsión y lo simbólico.
Con Lacan podemos decir que se especifica a esa característica de la sexualidad, de no poder ser reducida a ninguna perspectiva biológica, con lo ficcional del significante, lo que significa que en el ser hablante la sexualidad debe constituirse. Y se constituye en la medida en la cual el gran Otro incide sobre el cuerpo del niño al bañarlo con el lenguaje, al significarlo y en ese mismo acto desnaturalizarlo.
A partir de eso, entonces, es que la sexualidad se constituirá como un campo de satisfacción. Que se soporta de lo ficcional del significante, o sea, no es natural y está soportada de la parcialidad de la pulsión. Entonces la sexualidad en el psicoanálisis responde a un impasse, a una dificultad, a un atolladero y de alguna manera se puede decir que la neurosis, tomada como cicatriz, es aquello que intenta remedar el atolladero que lo sexual implica en el hablante.
Lo sexual solo puede "medio-decirse".
No hay relación sexual, como decir, se propone como verdad, y esto en la medida en que la sexualidad del sujeto no puede sino medio decirse, o lo que es lo mismo, sólo se metaforiza por los efectos discursivos del lenguaje.
El decir modal es la condición de posibilidad para establecer una distinción entre el niño y la niña allí donde el complejo de castración los sexúa. Con lo cual se hace evidente el tratamiento lógico de la operación edípica. Dice Lacan en el seminario 19: “Lógicamente, lo importante es que se distinguen. Yo no lo negaba, pero es un deslizamiento. Lo que yo no negaba no es justamente eso. Se los distingue, no son ellos quienes se distinguen”.
Las cursivas del texto del seminario vienen a indicar la falta de una inmanencia sexual en el hablante. Precisamente por faltarle la identidad es el Otro el que introduce, aquí modalmente, esa distinción. O sea que el abordaje modal es la manera en que puede ya a esta altura caracterizar la operación del complejo de castración. Y esto en la medida en que ya deslindó la diferencia entre el Edipo como mito y la estructura, o sea aquello que es dependiente de la inscripción de ese Uno que hace excepción.
Es para remarcar esa diferencia que se sirve de la distancia entre el planteo lógico de Aristóteles y el de Frege. O también, del cambio de registro que hay entre lo proposicional y la cuantificación. Incluso en ciertos momentos se inclina más por la locución cuantor en lugar de cuantificador, y esto para destacar que no se trata de cardinalidad en su planteo. Volviendo a la dirección que le imprime a la transmisión, consiste en el paso de la clásica oposición entre dos universales, a la delimitación de algo inédito: el no-todo. Algo que rompe con la correspondencia biunívoca entre dos conjuntos, modo en que se puede demostrar lógicamente la no relación.
Las cursivas del texto del seminario vienen a indicar la falta de una inmanencia sexual en el hablante. Precisamente por faltarle la identidad es el Otro el que introduce, aquí modalmente, esa distinción. O sea que el abordaje modal es la manera en que puede ya a esta altura caracterizar la operación del complejo de castración. Y esto en la medida en que ya deslindó la diferencia entre el Edipo como mito y la estructura, o sea aquello que es dependiente de la inscripción de ese Uno que hace excepción.
Es para remarcar esa diferencia que se sirve de la distancia entre el planteo lógico de Aristóteles y el de Frege. O también, del cambio de registro que hay entre lo proposicional y la cuantificación. Incluso en ciertos momentos se inclina más por la locución cuantor en lugar de cuantificador, y esto para destacar que no se trata de cardinalidad en su planteo. Volviendo a la dirección que le imprime a la transmisión, consiste en el paso de la clásica oposición entre dos universales, a la delimitación de algo inédito: el no-todo. Algo que rompe con la correspondencia biunívoca entre dos conjuntos, modo en que se puede demostrar lógicamente la no relación.
El malentendido en la sexualidad.
Dado que la sexualidad en el hablante no responde a ningún parámetro, apoyatura o soporte natural, es tributaria de la operación del significante.
Afirmar esto conlleva que la sexualidad se constituye. Si no está dada, deben darse una serie de operaciones en las que se anudan el plafond edípico con la incidencia de la castración en el sujeto.
A partir de ello se constituye una trama simbólica, significante, un entramado discursivo que justifica ese planteo del seminario 11 que sostiene que la sexualidad se constituye en el desfiladero del significante.
Dos dimensiones se enlazan entonces. Respecto del significante implica el valor de una ficción, la cual es solidaria de la verdad en el sujeto, o sea de lo que pasó por el Otro.
Introducir, además, el problema del desfiladero pone en forma la dimensión del borde que es consustancial a la incidencia de la pulsión en la sexualidad del sujeto. Entonces tenemos, respecto a la sexualidad, la participación de 2 campos.
Por un lado, lo pulsional, que es lo que justifica que el psicoanálisis se ocupe de la sexualidad, de allí esa afirmación de “Los cuatro conceptos…” por la cual el psicoanálisis “sólo” se ocupa de ella por lo pulsional allí. Y esto último es respuesta al impasse que conlleva la no relación sexual.
Por el otro, a partir del entramado significante se elabora y se edifica un imaginario, un “set” para transitar la vida.
Esta trama determina entonces que la sexualidad está marcada por el malentendido. A partir de lo cual lo simbólico y lo imaginario no pueden más que parodiar, metaforizar o ilusionar respecto al valor del equivocado.
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