viernes, 28 de junio de 2024

La demanda de felicidad

  El seminario sobre la ética del psicoanálisis es un punto de inflexión notable del planteo de Lacan, por cuanto conlleva una delimitación esencial, la de un real propio para el psicoanálisis.

Pero además es ese momento en el cual lleva a cabo una sutil reformulación del campo de la moral. El campo de la moral queda entonces resignificado o conmovido en algunos de sus lineamientos o fundamentos clásicos.

Entiendo que una apoyatura en ese camino que hace Lacan es el planteo de Nietzsche, en el cual puede encontrar, en “La genealogía de la moral”, cierta idea por la cual ésta queda asociada, en su constitución como campo, al concepto de corte.

Ciertamente que no es el mismo estatuto del corte en ambos autores, pero desde este planteo del psicoanálisis se hace posible volver a interrogar el orden del Bien.

Puntualmente en el seminario 7 la experiencia moral se asocia a la satisfacción pulsional, y ésta tiene de trasfondo la falta de un objeto complementario. Con lo cual: ¿en qué consiste el Bien en el sujeto?

Allí Lacan trama una serie de articulaciones, separaciones y puntos de contacto entre la idea de Bien y el goce, desde la cual se derrumba la asociación clásica, si se quiere, más allá de las diferencias de escuela, entre el Bien y lo que progresa.

Al final de ese recorrido, en el seminario, llega a preguntarse por lo que llama la demanda de felicidad. El analista es aquel que recibe dicha demanda de felicidad, la cual tiene una connotación y una denotación que impide lo universal.

Un sujeto le dirige a un analista una demanda de felicidad, en la medida en que va a la transferencia en busca de lo que le falta. Pero, torsión transferencial mediante, el analista para orientar la cura respecto del deseo, lo confronta a lo que no hay.


La torsión en la transferencia

 Definir a la transferencia a partir de la disparidad subjetiva que la rige implica, en principio, tomar distancia del concepto de situación y de todas las indicaciones técnicas que de esto se deducen. A partir de esto, la transferencia debe ser pensada, desde Lacan, como una experiencia. Se trata de la praxis como principio de la formación analítica.

Ciertamente la transferencia no es algo exclusivo del psicoanálisis. No menos cierto es que ella tiene un sesgo propio en el psicoanálisis, una particularidad.

Pensada desde la medicina o la psicoterapia, toma el sesgo de la sugestión con el consecuente efecto “soporífico”. Efecto solidario del discurso del amo, dado que en el intento de hacer que la cosa marche se hace indispensable promover el deseo de dormir. Si no, se tratará de vérselas con la opacidad que la transferencia analítica pone en primer plano, con ese “vacío impenetrable” que la rige.

En esta línea, se trata en la transferencia analítica de una torsión, operación que permite pasar del amor al deseo, del semblante a la presencia real. En este sentido la praxis analítica no se rige por el bien, lo conceptualicemos como lo hagamos, sino que confronta al sujeto a la elección donde debe decidir si conserva o no lo que es de su mal.

Se trata de un tiempo ligado a un hacer, una elección del sujeto. De allí la torsión. Esa que le deslinda topológicamente el campo del semblante de lo que no participa de él.

El analista frente al imperativo de la felicidad
Uno de los mandatos que ordena y configura las coordenadas de la época que nos toca transitar es cierta prescripción a la idea de ser feliz.

Lo pienso como algo del orden de un imperativo, y utilizó el concepto “imperativo” para destacar no solo su filiación kantiana, sino esencialmente su articulación al Superyó. O sea, un mandato que comanda dirige al sujeto con relación a un significante, en este caso “ser feliz”.

Esta idea contemporánea de felicidad está asociada a cierta propensión a un ideal que es consustancial con la aspiración al borramiento de la falta. Dominado por eso, el hablante queda embarcado en un cierto atiborrarse de objetos y actividades en orden a obtener una satisfacción ilusoriamente prometida.

Freud planteaba que la felicidad no estaba contenida en el programa de los hombres. Esto significa que el malestar es correlativo a la captura por el lenguaje, a la entrada en la cultura.

Este imperativo, en su pretensión idealizante y en su aspiración a colmar esa falta que la castración inscribe en el sujeto conlleva, necesariamente, un alejamiento de la función del deseo. Plantear esta actualidad en estos términos no implica sostener que alguien no pueda tener momentos de alegría, o bienestar. Sino que, desde el psicoanálisis, el deseo es correlativo a una falta imposible de colmar. Y este imperativo actual es una respuesta a la angustia que esto pudiera suscitar en el hablante.

Entonces, frente a este imperativo dominante en la época, el analista no sostiene una posición ingenua, por cuanto está advertido de sus consecuencias, o sea del precio que el sujeto paga por ese atiborrarse.

Por eso a veces puede ser un tanto antipática o incluso fastidiosa la posición del analista, porque no se presta a corroborar o avalar tal precepto. Pero del mismo modo, y por la misma orientación, el analista no debiera intentar prevenir al sujeto de dichas consecuencias, porque si lo hiciese, ¿no estaría sosteniendo una idea de Bien? Lo cual, ¿no introduciría otro mandato?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario