Fuente: Chiozza OBRAS COMPLETAS • TOMO XII (pag 61-66)
a. Aspectos normales de la voracidad
Apoyándonos en Bateson (1966), sostuvimos que el lenguaje humano es pobre en vocablos que se refieren a los sentimientos y es rico en palabras que nominan cosas o aluden a acciones (Chiozza y colab., 1993i [1992]). Por eso, en el estudio psicoanalítico de los afectos, es necesario hallar el núcleo prima rio de significación de los vocablos que se recortan como figura en el contexto de una investigación.
El idioma castellano utiliza la palabra “devorar” para referirse a un modo particular del comer, típico de las fieras carniceras, que engullen rápidamente el alimento recién cazado. Dicho término es usado, de un modo casi figurado, para describir en el ser humano un comer rápido, ansioso y sin un tiempo adecuado para la masticación.
Metafóricamente, “devorar” suele aplicarse para hacer referencia a la acción del fuego (Moliner, 1991) que en un incendio consume “vorazmente” bienes preciados15.
15 La vinculación de la voracidad con el “engullir veloz” queda manifestada en la palabra “vorágine”, con la que está emparentada etimológicamente. “Vorágine” signifi ca “abertura profunda en el mar por donde se hunden o sumen rápidamente las aguas” (Montaner y Simón, 1912); “torbellino”, “remolino impetuoso que hacen las aguas en el mar” (Codex, 1976).
“Devorar” proviene del latín devoro-devorare, que tiene el mismo significado que su raíz más simple, el verbo voro-vorare. Ambos significan “devorar”, “tragar”, “engullir ávidamente”, “comer con ansia” (Blánquez Fraile, 1975).
Creemos, sin embargo, que el verbo latino de-voro sería el más indicado para significar un “comer ansioso”, en tanto que el morfema voro remitiría por su significado original a un alimentarse normal, ya que es el radical que se utiliza en las múltiples palabras compuestas que diferencian a los animales por la característica de su dieta alimentaria. Es así que lo encontramos en los términos “omnívoro” (literalmente: el que come de todo), “carnívoro” (el que come carne), “herbívoro”, “frugívoro”, “insectívoro”, etc. La hipótesis de que el verbo voro tiene un significado primario de “comer normal” podría sustentarse, además, en la afirmación de algunos autores que consideran que deriva de la palabra griega bora (Blánquez Fraile, 1975). Bora significa “pasto”, “alimento” (Bibliográfica Española, 1945).
De lo dicho hasta aquí podemos concluir que la voracidad es un deseo oral de incorporar y destruir que, cuando funciona en armonía con el conjunto del yo, es decir cuando está ligado libidinosamente, se integra dentro del comer normal. Cuando se incrementa y se recorta como figura visible, es indicio de un fracaso en el proceso de incorporación. Sus características más típicas están referidas a la velocidad y a la cantidad de la ingesta.
b. La voracidad y su fuente libidinal específica
Para los psicoanalistas de habla hispana, la palabra “voracidad” describe un deseo que se refiere en general a toda la fase oral y no se restringe a lo canibálico, propio de la fase oral secundaria. Esta significación amplia de “voracidad” proviene de la habitual traducción al castellano de la palabra inglesa greed, utilizada por M. Klein en su obra. Sin embargo, esta traducción no es totalmente precisa y, a veces, encontramos en su lugar el vocablo castellano “avidez”.
Debe tenerse en cuenta, también, que el inglés posee, además de greed, la palabra avidity y voracity, equivalentes literales de las palabras castellanas “avidez” y “voracidad”. Con la expresión greed, M. Klein (1957a*, pág. 17) se refiere a un mecanismo destructivo de incorporación, a un “deseo vehemente, impetuoso e insaciable, que excede lo que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y está dispuesto a dar”.
La finalidad inconciente de este “deseo vehemente” es “vaciar por completo, chupar hasta secar y devorar el pecho; es decir, su propósito es la introyección destructiva”. Puede observarse que M. Klein no se ocupó de discriminar, dentro del mecanismo destructivo de incorporación, formas específicas propias del “succionar” (fase oral primaria) y del “devorar” (fase oral secundaria o canibálica).
Como vimos, dentro del conjunto de parcialidades que componen el mosaico que llamamos “oralidad”, es posible diferenciar una forma específica del deseo oral cuya cualidad inherente le es dada por la función dentaria. Este deseo, en la medida en que no alcanza la satisfacción mediante la acción que cancele la excitación en la fuente, se experimenta como sentimiento de voracidad.
La hipótesis de una vinculación específica entre la voracidad y la libido “dentaria” se sostiene en varios argumentos:
1) La voracidad, como el devorar, alude a la ingesta de sólidos, por eso el adjetivo “voraz” se aplica con mayor justeza para describir una forma de comer que para hacer referencia a un modo de beber. Se habla, entonces, de un “comer voraz” y de un “beber con avidez”16.
16 “Avidez” deriva del verbo latino aveo, que significa “desear vivamente, con ansia”. De este mismo verbo derivan “avaro” y “avaricia” (Blánquez Fraile, 1975). “Avidez” significa “ansia”, “codicia”, “afán”, “anhelo”, “deseo vehemente” (Montaner y Simón, 1912). Estas significaciones no permiten deducir que la avidez sea un sentimiento específicamente vinculado a la oralidad.
2) La voracidad describe un modo particular de comer y no se refiere sólo a la cantidad. En este aspecto puede diferenciársela de la gula y la glotonería, que, además, fundamental mente involucran al sentido del gusto.
3) La voracidad se caracteriza por un comer rápido, cuantioso y sin masticar. Esta descripción nos introduce en la necesidad de aproximarnos a una discriminación más fina: la voracidad parece extraer sus cualidades de la función de los incisivos y caninos (morder y desgarrar), y no de la actividad propia de los molares (masticar). En apoyo de esta especificidad puede argüirse que la voracidad de las fieras carniceras se basa en la función de los incisivos y los caninos en des medro de la función molar. Los felinos, por ejemplo, tienen más incisivos y menos muelas que el hombre. Recordemos, por otra parte, que debido a la importancia que tienen los colmillos en los cánidos, a estas piezas dentarias se las llama también “caninos”.
También desde el punto de vista de la evolución infantil puede sostenerse que la especificidad de la voracidad se circunscribe a las fantasías con los incisivos y caninos. El período del desarrollo libidinal que llamamos “fase oral canibálica”, durante el cual la forma natural de amar es la “devoración” del objeto, se organiza primariamente alrededor de la emergencia de los incisivos. Cuando, más tarde, nacen los premolares y los molares, si bien contribuyen con sus cualidades propias a la oralidad, el interés libidinal del niño está centrado en el dominio “muscular” del mundo.
La masticación, que implica un ejercicio muscular regular y sostenido, conjuga fantasías dentarias “molares” y fantasías musculares de apoderamiento. Cuando surgen los caninos, además de aportar sus cualidades propias vinculadas al diente como arma, se asocian tanto a la función incisiva como a la molar.
c. La voracidad como afecto
El psicoanálisis sostiene que los afectos, al modo de ataques histéricos universales y congénitos, se conservan como reminiscencia de acciones justificadas en la filogenia. Desde el punto de vista metapsicológico, son el registro de la descarga sobre el cuerpo propio de una moción pulsional que originariamente debía descargarse en la acción eficaz capaz de cancelar la excitación en la fuente pulsional. Se encuentran en una relación de complementariedad con las acciones eficaces que les corresponden (Chiozza, 1976h [1975]).
Dado que la voracidad es el afecto específico que se vincula complementariamente con las acciones de morder y desgarrar, propia de los incisivos y caninos, podemos preguntarnos ahora ¿cuál será la historia filogenética presente en este afecto?
Creemos que la voracidad fue un recurso justificado en nuestro pasado carnicero. El apresuramiento en engullir constituía entonces una forma de evitar que la presa fuera arrebatada por un rival. El hartarse, por su parte, habría surgido de la necesidad de aprovechar el alimento, almacenándolo como reserva hasta la próxima expedición de caza.
Otras veces, el engullir sin masticar se realizaba con el fin de transportar la comida hasta la madriguera, para regurgitarla y alimentar con ella a los compañeros y a las crías. Sea como medio de defensa y almacenamiento, sea como forma de transporte, la voracidad se presenta como una acción plena de sentido y, a la vez, eficaz.
Desde otro punto de vista, siguiendo las ideas de Freud acerca de que el caníbal, al devorar una parte de su rival vencido, buscaba identificarse con una cualidad admirada del enemigo, debemos pensar que la ingesta canibálica era tanto más voraz cuanto mayor la carga ideal depositada en el objeto. En esta línea de pensamiento, podemos imaginar que la “vorágine” pulsional que llevó a los hijos a matar y devorar al protopadre (amado, odiado, temido y admirado) se acompañó de las más intensas vivencias de triunfo y persecución, las mismas que impidieron una adecuada identificación. Los hermanos que se atrevieron, aliándose, a matar y devorar al padre, no lograron una asimilación completa que les permitiera ser, a ellos mismos, como el padre. Lograron, en cambio, una identificación que, disociada como núcleo, “quiste” u objeto interno, dio origen al superyó. De este modo, la devoración del padre, plena de penuria paranoide, puede ser una conducta comprensible y, desde ese punto de vista, “justificada”. No fue, sin embargo, suficientemente eficaz, ya que no dio por resultado la asimilación completa del modelo admirado.
Creemos que estos argumentos permiten afirmar que la voracidad es un afecto, una descarga actual que, enraizada en una historia ancestral, rememora, repite y revivifica las mismas vivencias que le dieron origen. La escena inconciente en la que se inserta posee una y otra vez el mismo significado: el apresuramiento por apropiarse de un bien que se ex perimenta como escaso, la búsqueda de una satisfacción que, esquiva, parece a punto de ser arrebatada por otro, y la incorporación triunfal de un ideal persecutorio que permanece como un objeto interno, como un “quiste” no desmenuzable, indigerible.
d. La voracidad como rasgo de carácter
Considerar la voracidad como un afecto inherente a la pulsión sexual que surge de la fuente oral “dentaria” nos permite también comprenderla como un rasgo de carácter.
La libido, que en el curso del desarrollo se organiza alrededor de distintas zonas erógenas, se subordina final mente al primado de los genitales. La integración, sin embargo, no es completa: ciertas magnitudes de excitación se mantienen como investiduras libidinales tempranas y otras experimentan diversas aplicaciones dentro del yo (Freud, 1940a [1938]*).
Freud indica una fórmula respecto de la formación del carácter a partir de las pulsiones constitutivas: “Los rasgos de carácter que permanecen son continuaciones inalteradas de las pulsiones originarias, sublimaciones de ellas, o bien, formaciones reactivas contra ellas” (Freud, 1908b*, pág.158).
En el carácter voraz vemos la “continuación inalterada” de una pulsión parcial cuya fuente es la zona erógena dentaria (incisiva y canina). Se trataría de una persona que, hambrienta de oportunidades y temerosa de que le sean arrebatadas, devora y no asimila; se “indigesta” de proyectos que no puede desmenuzar (masticación) y analizar (degradación biliar) (Chiozza, 1963a) debidamente. En la búsqueda insaciable de una satisfacción que no llega, se desvive en la disputa por incorporar nuevos “alimentos”, sea que se trate de la comida, el amor, el conocimiento, las ideas, la posición social, el prestigio o los bienes materiales.
Lo que caracteriza al voraz, y lo diferencia, por ejemplo, del envidioso “hepatobiliar”, o del in satisfecho “diabético”, es la incorporación exagerada que lo inhabilita para continuar el proceso de asimilación. Esa actitud de “ingestión insaciable” se apoya en distintos sentimientos:
1) La sensación de aprovechar “ahora o nunca”, ya que, al modo de un animal carnicero, no sabe cuándo volverá a presentarse una ocasión propicia.
2) La amenaza de sufrir el despojo por una “rapiña” real o pretendida.
3) La tentación de incorporar triunfalmente algo que, vivido como inalcanzable, se presenta circunstancialmente como “a pedir de boca”.
En una dirección opuesta a la del carácter voraz encontramos, como formación reactiva, una inhibición de la conducta agresiva “dentaria” que impide aprovechar las ocasiones que la vida brinda. Esta formación reactiva, o inhibición, generaría la actitud pusilánime a la cual se alude con la frase popular “Dios da pan al que no tiene dientes”. Muchas veces este dicho es producto de una proyección: la queja de quien, insatisfecho, ve las oportunidades ajenas mientras desaprovecha las propias.
Otra forma de inhibición de la voracidad, asociada a las significaciones que describimos en el canibalismo, puede encontrarse en la actitud mística del vegetariano absoluto.
e. La voracidad y el remordimiento
El diccionario define al “remordimiento” como “inquietud, pesar interno que queda después de ejecutada una mala acción” (Montaner y Si món, 1912).
Garma (1954) vinculó el remordimiento con la úlcera gastro duodenal. Sostiene que el ulceroso se halla en una estrecha dependencia amorosa con una persona que lo frustra en sus deseos genitales actuales, y que esta frustración suele ir unida a una gran exigencia en el campo profesional. Esos fracasos condicionan la regresión libidinal a la fase oral digestiva, caracterizada por la fijación a la imago de una madre interna mala que re muerde (vuelve a morder) y corroe desde adentro. Dicha imago corresponde, en parte, a proyecciones de los propios deseos oral-digestivos de comer, roer y morder a la madre, que nacen de las sensaciones de carencia o hambre. Dicho de otro modo: el ulceroso se halla sometido a un superyó que, basado en representaciones psíquicas de una madre internalizada mala, de características orales, lleva a sentir la culpa bajo la forma específica del remordimiento.
En la misma línea de ideas, nos parece enriquecedor vincular el re mordimiento con la voracidad. La voracidad es, ante todo, un ansia vehemente de morder y devorar dirigida a un objeto “externo”. Creemos que el remordimiento es el sentimiento que corresponde a la voracidad vuelta hacia la persona propia. Mediante este mecanismo, el objeto es resigna do y sustituido por la persona propia manteniéndose inalterada la meta (en este caso, el morder), pero la meta pulsional activa se muda en pasiva (Freud, 1915c*).
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