Así como el analista no es la persona que lo encarna, sino una función que debe instituirse en el dispositivo analítico; algo equivalente podríamos plantear también del lado de quien consulta.
Alguien puede consultar por un padecimiento de diferente índole, por una circunstancia contingente de su vida o por algún problema de larga data. Estamos en ese momento inicial de puesta en juego de los primeros pasos del dispositivo.
Pero se hacen necesarias una serie de operaciones del lado del analista, y las consecuentes modificaciones para que, en ese paciente, esa persona que consulta pueda instituirse la posición de un analizante.
Precisamente sobre este término está puesto el centro de la cuestión: es la posición.
Lo que define un analizante, a diferencia de un paciente, es una posición en relación con una pregunta, un enigma, el que a veces el sujeto ya trae, pero la más de las veces se constituye en ese tiempo inicial de entrevistas.
Para que se produzca dicha posición analizante es necesario que se configure una pregunta, la que no necesariamente tenga que ser consciente para el sujeto; sino una interrogación, o sea que, en aquella demanda original, inicial de la consulta, se instale un interrogante que fundamentalmente le concierna al sujeto. O sea que lo implique o lo involucre de una manera íntima, podríamos decir.
Otro de los criterios que podríamos tomar para situar que la posición del analizante se puso en forma en el dispositivo, haciendo posible el pasaje de las entrevistas preliminares al análisis propiamente dicho es la instalación allí de un síntoma analítico. Este segundo criterio no carece de vínculos con lo anterior, por cuanto un síntoma analítico lleva entramada una pregunta por la causa.
Dificultades para cernir el síntoma: los pacientes que lo saben todo
Para salir de una perspectiva estrictamente fenomenológica, el psicoanálisis se interroga respecto de las condiciones necesarias, concernientes a la posición del sujeto, para que el dispositivo pudiera ponerse en funcionamiento.
Podríamos decir que, sumariamente, alguien puede consultar a un analista por algún malestar, un penar de más, un sufrimiento que le interrumpe la vida o le obstaculiza el lazo social. Pero, y fundamentalmente para que el dispositivo analítico se ponga en forma, después de un tiempo inicial de entrevistas, requerido, en cualquier caso, se hace necesaria la delimitación de una pregunta que de algún modo articule ese malestar con la posición del sujeto.
Estamos en un momento donde la demanda inicial, que motorizó la consulta, da paso a la demanda analítica propiamente dicha.
Con esto queremos decir que la pregunta implica entonces ese pasaje por el cual ese penar de más concierne a un sujeto. Y este concernimiento acarrea necesariamente una pregunta por cuanto el sujeto es solidario de ella, y no de la respuesta.
En oposición a esta situación es claro que podemos encontrar posiciones, en algunos pacientes (me cuido mucho de no llamarlos analizantes) que se presentan desde una posición de saber.
Titulamos a esta presentación como pacientes que lo saben todo. No porque lo sepan efectivamente, sino porque lo que no se encuentra allí, en el discurso, es la dimensión de una pregunta que agujeree su sistema de creencias, el conjunto de sus argumentos.
Son pacientes en los cuales encontramos toda una serie de argumentos y elaboraciones que funcionan no como respuesta a una pregunta, sino como aquello que les hace posible no formulársela.
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