martes, 10 de septiembre de 2024

La pregunta histérica

 Lacan, desde el seminario II, se volvió famoso al desarrollar elementos novedosos para el tratamiento de la psicosis a los que ya existían desde Freud. Él situaba la hipótesis de la forclusión como etiología de la psicosis, que luego implicó una forma de tratamiento.

Además, los aportes de Lacan exceden de la mera curación de los síntomas de la neurosis. En Francia de 1930, el psicoanálisis se había reducido a una teoría para curar síntomas y en relación a la sexualidad. Lacan articula el psicoanálisis con una filosofía muy presente en esa época: el existencialismo.

El existencialismo se pregunta por el sentido de la vida, surgió con Heidegger por 1930 y sus seguidores fueron Sartre en Alemania y Albert Camus en Francia. En los años 50 y 60, la filosofía existencialista estaba en un momento de mucha producción. Lacan, en lo que refiere a la pregunta histérica, ubica una pregunta de Heidegger a la filosofía. Heidegger dijo que la filosofía, a lo largo de la historia, se ha preguntado por el ser. cada uno de ellos se dio una respuesta, desde Platón (la idea), Aristóteles (el ser está en el objeto). Descartes ubicó el ser en la física y las matemáticas. Hegel lo ubicó en la dialéctica histórica; Marx en la lucha de clases...

Lo que Heidegger plantea es que esas son respuestas, pero que lo fundamental de la filosofía es mantener abierta la pregunta. El filósofo, más allá de dar respuestas, hace preguntas y con eso mantiene viva la investigación. Cuando la filosofía sostiene la pregunta, le da vida. Lacan ubica que así como la filosofía mantiene abierta la pregunta por el ser, el psicoanalista también mantiene abierta la pregunta por la existencia del sujeto. Cuando el sujeto se responde y encuentra soluciones, el analista tiene la función de volver a abrir la pregunta. Esto le dio al psicoanálisis una función existencial: no se trata solo de curar síntomas, sino que lleva al sujeto a preguntarse por el sentido de su existencia, en el sentido de las identificaciones, de los engaños del inconsciente, engaños del yo, exigencias del superyó. El paciente acude al analista con una pregunta y el analista le devuelve una mucho mayor, acerca de la existencia.

Hasta acá, la posición del filósofo y analista son semejantes. El primero pregunta por el ser; el segundo, por la existencia del sujeto. Lacan hace una diferencia con Heidegger, al agregar el inconsciente freudiano. Aunque un sujeto se haga una pregunta, existe una parte que el sujeto no sabe de sí mismo. No solo se trata del sentido de su vida, sino que está todo lo que no sabe de ese sentido, lo que toma un valor de investigación y descubrimiento de lo que el sujeto no sabe de su historia.

En relación a la pregunta de lo no sabido del inconsciente, se correlaciona con la pregunta que se hace la neurosis. La neurosis misma, según lacan, es una pregunta. La neurosis se sostiene por la pregunta sobre los significantes que no son inscriptos en el Otro (el inconsciente). Los significantes que no se inscriben en el aparato psíquico (no acceden a lo simbólico), según Freud, son:

Procreación. La dimensión de paternidad y la maternidad y la existencia de los hijos, de los padres y sus relaciones.

Sexualidad femenina. ¿Qué implica la sexualidad femenina, para cualquier género?

Muerte. ¿Cuál es la diferencia entre estar vivo y muerto?

Alrededor estos significantes que no se inscriben se configuran las preguntas de la neurosis, que tienen que ver con la existencia. No se tratan de preguntas abstractas para filosofar, sino que se trata de preguntas encarnadas y que interpelan al sujeto, que tarde o temprano se van a dar. A un niño puede interesarle de dónde salió y la relación con sus padres; a un adolescente le interesa más la sexualidad femenina. Cuando se es mayor, aparece la pregunta por la muerte. El tema es que estas preguntas no tienen respuestas, porque no están inscriptas en el aparato psíquico. 

Para Lacan, de esta manera, la neurosis misma es una pregunta que va girando en lo que no está inscripto. El neurótico se da respuestas imaginarias (identificación a la imagen), simbólicas (identificación al significante) y reales ante eso que no está inscripto. La respuesta real es la que da el fantasma y sostiene al sujeto, aunque sea engañosa. Los síntomas dan cuenta de lo que falla en esa respuesta.

Página 253 del seminario 3:

De esta tópica se desprende cuál es, en las neurosis típicas, el lugar del yo. El yo en su estructuración imaginaria es como uno de sus elementos para el sujeto. Así como Aristóteles formulaba que no hay que decir ni el hombre piensa, ni el alma piensa, sino el hombre piensa con su alma, diríamos que el neurótico hace su pregunta neurótica, su pregunta secreta y amordazada, con su yo

La tópica freudiana del yo muestra cómo una o un histérico, cómo un obsesivo, usa de su yo para hacer la pregunta, es decir, precisamente para no hacerla. La estructura de una neurosis es esencialmente una pregunta, y por eso mismo fue para nosotros durante largo tiempo una pura y simple pregunta. El neurótico está en una posición de simetría, es la pregunta que nos hacemos y es justamente porque ella nos involucra tanto como a él, que nos repugna fuertemente formularla con mayor precisión.

Es decir, el analista no tiene esas respuestas, porque tampoco tiene inscriptos esos significantes, por eso el neurótico está en simetría respecto a esa pregunta. El analista tampoco quiere saber de esa pregunta, pero debe sostenerla para trabajar esa respuesta que se da el sujeto y que son respuestas sintomáticas que el sujeto sufre.

Lacan ubica, en estos capítulos, cómo estos significantes no inscriptos funcionan para la neurosis obsesiva y la histeria. La histeria se pregunta por el significante de lo femenino, sea un hombre o una mujer. Por otro lado, el obsesivo se pregunta qué es la muerte y dentro de la pregunta de la procreación, se pregunta especialmente qué es un padre.

No hay respuesta de lo femenino y no está inscripto ese significante. Entonces, lo femenino presenta una pregunta para la histeria, en relación a su propia existencia. Del lado de lo femenino, el Edipo implica un pasaje necesario por la dimensión del padre y la dimensión del falo en la mujer, la cual no hay significante propio que la formule como mujer. La mujer, en el Edipo femenino, debe hacer un pasaje indirecto por el padre y por el falo para ubicarse como mujer.

En la página 249, del seminario 3, Lacan dice:

¿Quién es Dora? Alguien capturado en un estado sintomático muy claro, con la salvedad de que Freud, según su propia confesión, se equivoca respecto al objeto de deseo de Dora, en la medida en que él mismo está demasiado centrado en la cuestión del objeto, es decir en que no hace intervenir la intrínseca duplicidad subjetiva implicada. Se pregunta qué desea Dora, antes de preguntarse quién desea en Dora. Freud termina percatándose de que, en ese ballet de a cuatro —Dora, su padre, el señor y la señora K.— es la señora K. el objeto que verdaderamente interesa a Dora, en tanto que ella misma está identificada al señor K.

La pregunta de Dora está centrada en la sra. K, y todo el drama gira alrededor de la otra mujer, que supuestamente sabe algo de lo femenino. La función de la otra mujer es la de encarnar esa mujer. En la histeria siempre hay la amiga, la chica que está celosa, la ex del novio, la madre, etc. Siempre es otra mujer que encarna un supuesto saber de lo femenino. En la histeria, sintomáticamente aparece esta otra mujer que podría dar respuestas sobre lo femenino. En Dora, es la sra K.

Lacan toma los dos síntomas principales de Dora, que son la tos y la afonía:

La afonía de Dora se produce durante las ausencias del se ñor K., y Freud lo explica de un modo bastante bonito: ella ya no necesita hablar si él no está, sólo queda escribir. Esto de todos modos nos deja algo pensativos. Si ella se calla así, se debe de hecho a que el modo de objetivación no está puesto en ningún otro lado. La afonía aparece porque Dora es dejada directamente en presencia de la señora K.

En el punto donde ella está frente a frente con la otra mujer, Dora se queda sin voz.

 ¿Qué dice Dora mediante su neurosis? ¿Qué dice la histérica-mujer? Su pregunta es la siguiente: ¿Qué es ser una mujer?

Para Dora, la sra. K tiene la respuesta de lo que es ser una mujer. 

En el capítulo 11, Lacan trabaja un caso de una histeria masculina. Es el caso del tranviario:

Esta observación es de Joseph Hasler, (...) y relata la historia de un tipo que es guarda de tranvías durante la revolución húngara. 

Tiene treinta y tres años, es protestante húngaro: austeridad, solidez, tradición campesina. Dejó su familia al final de la adolescencia para ir a la ciudad. Su vida profesional está marcada por cambios no carentes de significación: primero es panadero, luego trabaja en un laboratorio químico y, por fin, es guarda de tranvía. Hace sonar el timbre y marca los boletos, pero estuvo también al volante. 

 Un día, baja de su vehículo, tropieza, cae al suelo, es arrastrado o algo así. Tiene un chichón, le duele un poco el lado izquierdo. Lo llevan al hospital donde no le encuentran nada. Le hacen una sutura en el cuero cabelludo para cerrar la herida. Todo transcurre bien. Sale luego de haber sido examinado de punta a punta. Se le hicieron muchas radiografías, están seguros de que no tiene nada. El mismo colabora bastante. 

 Luego, progresivamente, tiene crisis que se caracterizan por la aparición de un dolor a la altura de la primera costilla, dolor que se difunde a partir de ese punto y que le crea al su jeto un estado creciente de malestar. Se echa, se acuesta sobre el lado izquierdo, toma una almohada que lo bloquea. Las cosas persisten y se agravan con el tiempo. Las crisis siguen durante varios días, reaparecen con regularidad. Avanzan cada vez más, hasta llegar a producir pérdidas de conocimiento en el sujeto. 

 Lo examinan nuevamente de punta a punta. No encuentran absolutamente nada. Se piensa en una histeria traumática y lo envían a nuestro autor, quien lo analiza. 

Lo interesante fue que en este caso se lo examinó con radiografías, que hasta la fecha era algo poco conocido. Al hombre le impresionó mucho verse por dentro:

(...)  lo decisivo en la descompensación de la neu rosis no fue el accidente, sino los exámenes radiológicos.

(...)  El sujeto desencadena sus crisis durante los exámenes que lo so meten a la acción de misteriosos instrumentos. Y estas crisis, su sentido, su modo, su periodicidad, su estilo, se presentan muy evidentemente como vinculadas con el fantasma de un embarazo.

El hombre empieza a tener dolores en el estómago y en le pecho, como si estuviera embarazado. Aparece un síntoma con tintes femeninos, a partir de que él ve su interior. A partir de que surgiera esto en su análisis, él comienza a contar una serie de intereses que él ha tenido en relación a la procreación. Por ejemplo, cómo hacían las gallinas para poner huevos, entonces con la madre palpaban a las gallinas y sabían cuándo la gallina iba a poder poner un huevo. Lo mismo con el estudio con las plantas y cómo ponen semillas. Se trata de preguntas sobre la procreación, pero no desde lo paterno como el obsesivo, sino desde lo materno, por cómo se tiene hijos.

Esto lo lleva a un recuerdo traumático para él:

Pudo observar un día, escondido, una mujer de la vecindad de sus padres que emitía gemidos sin fin. La sorprendió en contorsiones, las piernas levantadas, y supo de que se trataba, sobre todo que al no culminar el parto, debió intervenir el médico, y vio en un corredor llevar al niño en pedazos, que fue todo cuanto se pudo sacar.

 En ese punto, sus síntomas responden a un punto de identificación con una mujer embarazada. El síntoma no tiene que ver con el accidente que tuvo, sino con su pregunta por lo femenino. Lacan aclara de que no se trata de que él sea homosexual ni se sienta una mujer, sino que es una identificación a lo femenino. En su cuerpo, la conversión histérica es por esta identificación. Dora se identifica con la sra K, en la medida que tanto el histérico hombre como la mujer, se preguntan por lo femenino. La función del analista es sostener esa pregunta.

Por último, Lacan ubica este pasaje del Edipo femenino, distinto al masculino, tomando los textos de La femineidad y La sexualidad femenina, dos textos tardíos de Freud donde Freud hace esta diferencia entre ambos Edipos masculino y femenino. Freud encuentra que se dan de manera distinta, en el sentido de que hay un momento preedípico, donde el objeto amado de la niña es la madre. En el origen, en ambos sexos los niños inician su Edipo enamorados de la madre.

La niña espera algo por parte de la madre y luego de un tiempo, por decepción, pasa a esperar "eso" por parte del padre. Eso, que no se sabe que es, a posteriori toma características fálicas. El pasaje de lo preedípico a lo edípico es pasar de la ligazón a la madre, hacia la ligazón al padre. Cuando la niña hace el pasaje al padre, se identifica con él en términos de que el único símbolo para ubicar la sexualidad es el falo. Lacan plantea que en la histeria, en este pasaje al padre, siempre hay un momento de identificación viril. La histeria se hace un poco masculina, se identifica al hombre como momento normal del pasaje por el Edipo. 

La niña cuenta con esa identificación al hombre, lo cual es importante porque así la mujer conecta con un hombre, entiende la lógica masculina de un modo que no se da al revés. Un hombre no entiende bien qué es una mujer, justamente, porque no hay significante de lo femenino. En cambio, para una mujer, gracias a ese pasaje por la identificación viril, permite un cierto dominio y entendimiento de la lógica masculina.

La mujer pasa por ese tiempo de identificación viril y el más allá de ese tiempo será, en el histérico, la pregunta por lo femenino. Lacan dice que la histeria es mas frecuente en las mujeres que en los hombres, porque la pregunta por lo femenino está más del lado de las mujeres que de los hombres. Lacan dice:

En ese entrecruzamiento de lo imaginario y lo simbólico, yace la fuente de la función esencial que desempeña el yo en la estructuración de las neurosis. Cuando Dora se pregunta ¿qué es una mujer? intenta simbolizar el órgano femenino en cuanto tal. Su identificación al hombre, portador del pene, le es en esta ocasión un medio de aproximarse a esa definición que se le escapa. El pene le sirve literalmente de instrumento imaginario para aprehender lo que no logra simbolizar. 

Hay muchas más histéricas que histéricos —es un hecho de experiencia clínica— porque el camino de la realización simbólica de la mujer es más complicado. Volverse mujer y preguntarse qué es una mujer son dos cosas esencialmente diferentes. Diría aún mas, se pregunta porque no se llega a serlo y, hasta cierto punto, preguntarse es lo contrario de llegar a serlo. La metafísica de su posición es el rodeo impuesto a la realización subjetiva en la mujer. Su posición es esencialmente problemática y, hasta cierto punto, inasimilable. Pero una vez comprometida la mujer en la histeria, debemos reconocer también que su posición presenta una particular estabilidad, en virtud de su sencillez estructural: cuanto más sencilla es una estructura, menos puntos de ruptura revela. Cuando su pregunta cobra forma bajo el aspecto de la histeria, le es muy fácil a la mujer hacerla por la vía más corta, a saber, la identificación al padre.

La histeria es la neurosis mas simple, siempre se trata del mismo síntoma que se repite. En cambio, el obsesivo se produce un síntoma sobre otro. En la histeria, una vez que tiene el síntoma ya está, por eso Lacan dice que la histeria tiene una estructura simple: se hace una pregunta sobre lo femenino y la identificación al padre le alcanza para eso, remitiéndose a él. En la histeria alcanza la respuesta fálica, vía identificación a lo masculino, por el lado del padre para sostener la pregunta.

En el ideal del yo de la niña, el padre es quien desea a una mujer. ¿Qué desea el padre? es la pregunta que se hace la histérica, como instrumento de la respuesta. El padre en Dora es fundamental, pues él tiene un deseo hacia la sra K, que en Dora es la otra mujer, que debe saber algo sobre lo femenino.

En el hombre, según Lacan, la cuestión es más complicada:

Indudablemente, la situación es mucho más compleja en la histeria masculina. En tanto la realización edípica está mejor estructurada en el hombre, la pregunta histérica tiene menos posibilidades de formularse. Pero si se formula ¿cuál es? Hay aquí la misma disimetría que en el Edipo: el histérico y la histérica se hacen la misma pregunta. 

La pregunta del histérico también atañe a la posición femenina. La pregunta del sujeto que evoqué la vez pasada giraba en torno al fantasma de embarazo.

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