La temporalidad del inconsciente se aparta por completo de cualquier lógica cronológica lineal, lo que lleva a Lacan a cuestionar la naturaleza misma del acto de recordar. En este sentido, la historia del sujeto no se limita a un pasado estático; más bien, el recuerdo adquiere una dimensión actualizada en la transferencia. Lacan introduce aquí el término “restitución”, que alude a la reactualización de los significantes de la historia subjetiva, ya que la historia misma es uno de los nombres del Otro.
Esta visión encuentra su raíz en las reflexiones de Freud, especialmente en “Construcciones en psicoanálisis” y “Análisis terminable e interminable”, donde interroga el modo en que se constituye la verdad histórica del sujeto. Esta problemática ya era evidente en el historial del Hombre de los Lobos, donde Freud observa que la verdad del análisis no puede depender exclusivamente del recuerdo.
El recuerdo, por lo tanto, no cubre la totalidad de la experiencia analítica. Cuando los recuerdos son insuficientes o parciales, lo decisivo se desplaza hacia la convicción subjetiva del sujeto, al modo en que queda implicado por lo que emerge. Es esa convicción, y no una objetividad histórica, la que otorga valor a los materiales significantes.
Desde esta perspectiva, el proceso psicoanalítico se orienta hacia la reconstrucción más que al mero acto de recordar. Como afirma Lacan: “Se trata menos de recordar que de reescribir la historia”. La historia, entonces, no se fija en el pasado, sino que se resignifica en el presente mediante la emergencia de una palabra verdadera en el análisis.
La palabra verdadera y la reescritura
La palabra verdadera, tal como la concibe Freud, no se define por su objetividad biográfica, sino por el contexto discursivo en el que surge. En esta línea, el sueño representa para Freud la vía regia de acceso al inconsciente, donde la verdad aparece reconfigurada por el significante.
El problema de la escritura
La idea de reescritura plantea una cuestión fundamental: si existe una reescritura, es porque hubo una escritura previa. Esa primera escritura, propia del Otro, puede pensarse como una simbolización inicial. El proceso analítico, entonces, no destruye la escritura original, sino que la reformula, permitiendo la emergencia de nuevos sentidos que transforman la posición del sujeto frente a su historia.
En definitiva, la historia del sujeto no es estática ni definitiva; se despliega en el campo del lenguaje y se reescribe constantemente en el proceso analítico, donde la temporalidad del inconsciente cobra su dimensión más auténtica: la de una actualización constante.
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