En La significación del falo, Lacan plantea la castración como un proceso instituyente que opera en tres niveles distintos, más allá de sus posibles conexiones o superposiciones. Su función es estructural y constituyente, ya que su valor radica en la capacidad de anudar elementos esenciales de la subjetividad.
Un punto central en esta operación es su vínculo con el falo, tanto en su dimensión imaginaria como en su función simbólica como significante. Desde aquí, se derivan dos efectos fundamentales de la castración: por un lado, la castración como deuda simbólica y, por otro, la privación como falta en el Otro. A su vez, la castración está íntimamente relacionada con el síntoma, dado que este opera como un intento de obturación de la falta en el Otro.
La instalación de una posición inconsciente en el sujeto es posible solo a partir de la castración, y esta posición no está garantizada de antemano. Se trata de una posición a-sexuada, ya que la diferencia sexual "no cesa de no escribirse" en el inconsciente. Es precisamente esta estructura la que posibilita la identificación tipificante que "sexúa" al sujeto a través del semblante.
El segundo nivel se vincula con la relación con el partenaire. No se trata aquí de una respuesta de carácter biológico, sino de la capacidad del sujeto para responder al partenaire como un ser deseante.
El tercer nivel implica la posibilidad de asumir la función de madre o padre, es decir, la respuesta al niño como producto de la relación. Esta no se da en términos de una necesidad orgánica, sino a partir de la incidencia del deseo y la demanda, tanto del niño como hacia él.
Distinguir estos tres niveles por separado permite cuestionar cualquier concepción madurativa de la sexualidad. Así, la castración introduce una aporía lógica en la sexualidad: un desarreglo que no es contingente, sino esencial.
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