El grafo del deseo distingue dos formas de demanda: una vinculada a la pulsión, plasmada en la fórmula de Lacan, y otra definida como demanda de amor. Esta última se ubica en el nivel del enunciado, refiriéndose al Otro en su aparente completud. Lo que se reclama en esta demanda no es tanto un objeto específico, sino la presencia incondicional del Otro, diferenciándola así del mero pedido.
La demanda de amor es recíproca y constituye un lazo fundamental desde el cual se desprende el lugar del deseo. Sin embargo, también atrapa al niño en un "circuito infernal", dejando al sujeto preso en un vínculo en el que la completud del Otro es solo una ilusión.
¿Cuál es la salida posible de este circuito? Lacan plantea que la solución está en el deseo, entendido como aquello que trasciende la demanda de amor. Este paso ocurre cuando el niño reconoce la falta en el Otro, una falta que permite un desasimiento. A través de este proceso, el niño deja de ocupar la posición de objeto para convertirse en sujeto dividido ($).
El deseo, por tanto, se constituye como un "más allá" de la demanda de amor, habilitando un margen de libertad para el sujeto. Esta operación no elimina la falta, pero transforma su estatuto, permitiendo al sujeto separarse del ideal de completud del Otro y reinscribirse en el campo del deseo.
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