miércoles, 12 de marzo de 2025

El deseo y su articulación en la tríada lacaniana

El deseo emerge de la demanda en la medida en que esta es significada, proceso que casi coincide con su producción. Es decir, la demanda no surge de manera directa, sino que es el resultado de una operación significante sobre el llanto del niño. De este modo, el paso de la demanda al deseo no es un simple efecto de sentido, sino la marca misma de la incidencia del significante.

Por esta razón, Lacan formula la tríada necesidad-demanda-deseo como estructura fundamental en la constitución del sujeto. La demanda interviene sobre la necesidad, que solo puede considerarse como un supuesto, dado que el lenguaje preexiste al sujeto. Así, el tránsito del nivel más elemental al grafo 2 en la construcción lacaniana implica un desplazamiento en el que el sujeto parte desde un punto que ya estaba determinado por el orden del lenguaje.

El deseo, en este sentido, se configura como un resto que resulta de la tramitación de la necesidad a través de la demanda. Sin embargo, para operar, el deseo requiere de una mediación, una máscara que se sostiene en la ficción estructural del significante.

Al abordar el deseo desde su efecto significante, desligándolo de cualquier referencia objetal fija, se vuelve indispensable esta máscara. El significante, aunque articula el deseo, no lo hace plenamente articulable; más bien, la máscara cumple la función de sostenerlo allí donde la meta está ausente.

Lacan afirma en el Seminario 6 que “el deseo es su articulación”, lo que permite entender que la interpretación en psicoanálisis es una operación significante. Así, el deseo puede considerarse como una consecuencia de la lectura, funcionando casi como un efecto de división producido a nivel de la demanda. Siguiendo esta línea, si el deseo está ligado a un efecto de división, se vuelve necesaria la consistencia entre el deseo y el sujeto dividido.

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