El deseo y su interpretación no solo dan título al Seminario 6 de Lacan, sino que también expresan una posición teórica clave: la decisión de no interpelar al deseo a partir de una referencia objetal. Con esta postura, Lacan se distancia nuevamente del marco conceptual en el que desarrolla su enseñanza.
En lugar de ello, plantea una interrogación sobre la naturaleza del deseo inconsciente en relación con la función del significante, ya que el deseo surge precisamente como efecto de la incidencia del significante en el sujeto.
Existe, entonces, un “lazo interno” entre deseo e interpretación. Este vínculo es subjetivo en la medida en que el sujeto no puede separarse del deseo que lo habita. En el Seminario 6, Lacan señala: “[…] cuán subjetiva es por sí sola la interpretación del deseo. Bien parece que hay en eso algo ligado de una manera igualmente interna a la manifestación misma del deseo”.
Este planteo se sostiene en el retorno a Freud y en la puesta en acto de la razón freudiana, donde Lacan reafirma la primacía de lo simbólico frente a una visión teleológica del deseo. En este sentido, el deseo se constituye a partir de la imposibilidad de hallar un objeto que lo colme o satisfaga por completo.
Desde esta perspectiva, el deseo es siempre deseo de otra cosa, manteniéndose en consonancia con la insatisfacción estructural del sujeto, quien, al estar atravesado por el lenguaje, se ve inevitablemente afectado por esta falta.
Por ello, el deseo inconsciente no puede ubicarse en el plano de lo imaginario, definido desde el esquema L y ampliado con la dimensión de la significación como producto de la operatoria significante. Aunque no pueda ser plenamente articulado, está estructurado en lo simbólico. En este punto, Lacan separa el deseo de cualquier modalidad de afectividad, ya que esta pertenece a lo imaginario y podría operar como un tapón que obstruya su verdadera dinámica.
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