En Función y campo del habla y del lenguaje en psicoanálisis, Lacan introduce la noción de la palabra como tésera, lo que implica que su función va más allá de la mera simbolización. La palabra, desde esta perspectiva, no solo es un signo, sino también una prenda de un pacto, un acuse de recibo que inscribe y sostiene la verdad en la relación del sujeto con el Otro.
Lacan afirma en este texto: “Toda fijación en un pretendido estadio instintual es ante todo estigma histórico”. Aquí, los estigmas pueden entenderse como marcas o cifras que evidencian la dependencia del sujeto con el Otro, ya que no hay sujeto sin esa alteridad constitutiva.
Esta operación simbólica es inseparable de la ley, la cual, aunque inicialmente pueda parecer un mero ordenamiento significante, se vuelve clave al situar la prohibición del incesto como el pivote subjetivo. La palabra, entonces, no solo comunica, sino que funda a través de la prohibición, estableciendo un lazo que, en ese momento de la teoría lacaniana, está determinado por la intersubjetividad. El Otro, al reconocer, hace efectivo el acto. Así, podemos afirmar que "un acto es una palabra” en la medida en que implica una demanda de reconocimiento.
Estos primeros desarrollos sobre la nominación resaltan la importancia de la inscripción del mensaje, que trasciende la conciencia. Aquí, la letra se vuelve central, pues es lo más significativo del mensaje.
Conceptos como letra, signo, estigma y fijación permiten definir un orden simbólico que va más allá de la simple verbalización, diferenciándolo del enfoque de la antropología o la lingüística y situándolo en el campo del psicoanálisis.
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