En el Seminario 15, Lacan afirma la existencia de una función del acto, expresión que abre múltiples líneas de incidencia y permite diversas lecturas. Desde esta diversidad surgen preguntas fundamentales: ¿el acto pertenece al analizante o se vincula con la posición del analista?
El acto, en este contexto, no remite a una acción motriz, sino a una intervención que opera en el plano ético y que implica al sujeto en su relación con el deseo del Otro. Por esta razón, se articula con lo que Lacan denomina el “procedimiento freudiano”: una puesta en cuestión del lugar del sujeto en la enunciación. Desde esta perspectiva, la transferencia aparece como una puesta en acto del sujeto, lo que resalta nuevamente la centralidad del acto.
Este planteo se inserta en un momento clave del seminario, coincidiendo con la fundación de la Escuela de Lacan. En este contexto, el acto se asocia al acta, particularmente al acta de nacimiento. Así, el acto analítico no puede disociarse de la estructura de la Escuela tal como Lacan la concibe: el acto implica un lazo.
Podemos entonces construir una serie conceptual: acto, acta de nacimiento, escritura y nombre. Esta serie resuena con una pregunta anterior: ¿qué hace una escritura? ¿Nombrar lo que ya estaba, resignificar, crear o inventar?
Lacan define el acto como “una conversión en la posición que resulta del sujeto en cuanto a su relación con el saber”. Esto adquiere pertinencia si retomamos el procedimiento freudiano, que interroga al sujeto respecto de su lugar en el “desorden del que se queja”. En este sentido, el saber es precisamente aquello que le falta, pues el sujeto se define por su exclusión del saber.
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