La práctica analítica sitúa al deseo como un efecto de la lógica significante en el sujeto, en la medida en que lo desnaturaliza. Solo es posible acceder a él a partir del significante articulado en el discurso, lo que distingue la clínica analítica de cualquier experiencia vivencial o de conocimiento directo.
Este abordaje del deseo a través del significante implica una espacialidad precisa: su carácter articulado pero no articulable impide reducirlo a un significante particular. En consecuencia, su ubicación se establece en lo intervalar, es decir, en la brecha entre los significantes.
Lacan lo expresa claramente en el Seminario 6: “Desde su aparición, en su origen, el deseo, d, se manifiesta en el intervalo, en la brecha, entre la pura y simple articulación lingüística de la palabra y lo que marca que el sujeto realiza en ella algo de sí mismo, algo que no tiene alcance, sentido, más que en relación con esa emisión de la palabra, algo que es su ser –lo que el lenguaje llama con ese nombre”.
De este planteo se desprenden cuestiones fundamentales. En primer lugar, la formalización del deseo a través de la letra d, como matema en el grafo, lo distingue claramente del anhelo (Wunsch) y lo inscribe en la lógica del inconsciente.
Asimismo, este origen del deseo nos remite a la ley como horizonte estructurante. En este punto, la dimensión de la nominación surge tempranamente como una operación esencial: es el acto que instala la brecha, el corte fundante donde el deseo encuentra su lugar.
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