Karl Abraham es, junto con Freud y Deutsch, una de las referencias indispensables para entender la evolución del concepto de hipocondría en el psicoanálisis clásico.
Sus aportes son menos sistemáticos que los de Deutsch, pero muy influyentes: introducen la vinculación entre hipocondría, melancolía y erotismo oral, anticipando varias ideas que luego retomará Melanie Klein.
Podemos organizar sus contribuciones en cuatro núcleos y ver qué interveneciones son posibles:
1. Continuidad estructural entre hipocondría y melancolía
Abraham profundiza la comparación freudiana entre hipocondría y melancolía (en “Duelo y melancolía”, 1917) y plantea que ambas derivan de un mismo mecanismo libidinal, aunque se expresan de modo distinto:
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En la melancolía, la libido retirada de los objetos se dirige contra el yo, generando autorreproches y culpa moral.
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En la hipocondría, esa libido se fija en el cuerpo, produciendo dolor físico o sensación de enfermedad.
Dicho de otro modo: el objeto perdido es el mismo, pero el destino de la libido es diferente. En un caso, el yo sufre moralmente; en el otro, el cuerpo sufre somáticamente.
“La hipocondría es la melancolía trasladada al cuerpo.”(Abraham, 1924, “Notas sobre la melancolía y la hipocondría”)
2. Hipocondría como regresión al narcisismo oral
Abraham ubica la hipocondría en relación con una regresión a la etapa oral del desarrollo libidinal. El sujeto hipocondríaco retira la libido de los objetos externos y la concentra sobre su propio cuerpo, especialmente sobre los órganos internos (que en su fantasía “devoran” o “son devorados”). Esta regresión reactiva una posición oral canibalística: el cuerpo se convierte en objeto de consumo o destrucción.
En términos pulsionales, hay una fusión entre pulsión de muerte y pulsión oral, que se manifiesta en una especie de autoerotismo doliente.
Para Abraham, la hipocondría puede ser comprendida como una forma de duelo corporal. Ante la pérdida del objeto (real o simbólica), el yo no logra elaborar el duelo ni desplazar la libido hacia un nuevo objeto. En su lugar, invierte el cuerpo: cada órgano doliente es un “lugar de duelo”, una zona donde el objeto perdido se deposita.
Por eso, el hipocondríaco no solo teme morir; ya está viviendo la pérdida del objeto como una muerte interior.
“El cuerpo enfermo es el sepulcro del objeto amado.”(Abraham, 1912, “Notas sobre la psicogénesis de ciertos estados hipocondríacos”)
Este punto influirá mucho en autores posteriores que piensan el cuerpo como depósito de lo no simbolizado (por ejemplo, en la escuela psicosomática francesa).
Abraham observa que muchos pacientes hipocondríacos encuentran placer o justificación moral en su enfermedad
El sufrimiento físico aparece como castigo por deseos hostiles o eróticos hacia el objeto amado. Así, la hipocondría combina goce y culpa, repitiendo el circuito pulsional de la melancolía.
En este punto introduce la idea de sadismo vuelto hacia adentro, que será fundamental para Freud y luego para Klein. El cuerpo enfermo equivale al yo castigado por su agresividad inconsciente. El dolor mantiene vivo el lazo con el objeto perdido, pero bajo la forma del castigo.
En resumen, el hipocondríaco “se enferma para no perder el objeto del todo”; lo mantiene dentro del cuerpo a través del dolor.
Las intervenciones del analista
Aunque Abraham no desarrolla una técnica específica, de su teoría se desprenden orientaciones clínicas que resuenan con las de Deutsch:
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No se trata de desmentir el dolor, sino de escuchar su valor libidinal.
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El trabajo analítico apunta a que el paciente reconozca el duelo subyacente, es decir, la pérdida que el cuerpo encubre.
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Interpretar el sufrimiento corporal como sustituto del amor y del odio hacia el objeto permite desplazar la libido nuevamente hacia el campo representacional.
Ahora bien: ¿Cómo articular los aportes de Helene Deutsch y Karl Abraham en torno a la hipocondría? Ambos comparten un punto de partida freudiano —la retirada libidinal y el empobrecimiento narcisista—, pero divergen en la manera en que piensan el cuerpo y la función del sufrimiento.
Tanto Abraham como Deutsch parten de la relectura freudiana de 1914–1917, donde la hipocondría deja de ser una neurosis actual para situarse dentro de las perturbaciones del narcisismo. En ambos, el yo queda hiperinvestido: la libido se retira de los objetos externos y se concentra en el cuerpo. Aparece un displacer corporal sin causa orgánica, vivido como amenaza de muerte o desintegración. El cuerpo se convierte en el lugar donde se inscribe el conflicto libidinal.
Sin embargo, cada autor va a acentuar un aspecto distinto de este fenómeno:
Abraham se enfoca en el contenido pulsional de esa regresión (oralidad, sadomasoquismo, duelo). Deutsch, en cambio, se concentra en el déficit estructural de simbolización y en el vacío narcisista resultante.
La posición de Helene Deutsch es más cercana a la clínica de los estados límite, propone una intervención que prioriza la función de sostén narcisista y la figurabilidad del cuerpo, anticipando la noción de pensamiento operatorio de la escuela psicosomática francesa. Por eso, si pensamos en una "intervención deutschiana", no se debería interpretar de inmediato; sino sostener y traducir el cuerpo como primer lenguaje de un psiquismo empobrecido. Con esto, se busca reactivar la capacidad de representación y de investidura; restituir el sentimiento de existencia.

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