sábado, 28 de mayo de 2022

El maldito inquilino




 El Superyó no se conforma plenamente con el bien. No se trata solo de hacer el bien o actuar correctamente. Existe un "más allá" del bien y del mal, una dimensión que trasciende el Principio del Placer, donde el placer inevitablemente se acompaña de sufrimiento. La paradoja radica en que este sufrimiento encierra una forma de placer, y es precisamente en esta búsqueda repetitiva donde reside lo que llamamos goce.

El dolor, la culpa y la vergüenza son algunas de las "monedas" con las que se paga esta deuda simbólica. También lo son el síntoma, la compulsión a la repetición, las pesadillas, los sueños de autopunición o el autocastigo. Estas experiencias marcan la insistencia del Superyó, ese huésped interno que habita en nosotros bajo un contrato redactado por el Otro.

Ese contrato lleva las marcas del deseo, el fundamento de lo inconsciente, y organiza el destino del sujeto, imponiendo la exigencia constante de saldar una deuda. Sin embargo, nunca es posible quedarse con el "vuelto" sin deuda; siempre queda un resto irreductible, algo que no puede pagarse del todo. Y es en ese resto donde se encuentra el goce: en aquello que no se resuelve ni se redime, pero persiste como exceso y retorno.

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