El dolor, la culpa y la vergüenza son algunas de las "monedas" con las que se paga esta deuda simbólica. También lo son el síntoma, la compulsión a la repetición, las pesadillas, los sueños de autopunición o el autocastigo. Estas experiencias marcan la insistencia del Superyó, ese huésped interno que habita en nosotros bajo un contrato redactado por el Otro.
Ese contrato lleva las marcas del deseo, el fundamento de lo inconsciente, y organiza el destino del sujeto, imponiendo la exigencia constante de saldar una deuda. Sin embargo, nunca es posible quedarse con el "vuelto" sin deuda; siempre queda un resto irreductible, algo que no puede pagarse del todo. Y es en ese resto donde se encuentra el goce: en aquello que no se resuelve ni se redime, pero persiste como exceso y retorno.
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