martes, 18 de noviembre de 2025

Economías del goce: endeudamiento, impulsión y renegación en tiempos de recesión

 En esta entrada hablamos largo y tendido sobre la deuda.

En las últimas semanas se vuelve cada vez más frecuente escuchar en los consultorios escenas de endeudamiento creciente, gastos desmedidos, compras impulsivas y una dificultad marcada para sostener límites económicos que antes eran evidentes. No se trata simplemente de “mala administración del dinero”, sino de un fenómeno clínico que involucra la economía psíquica del sujeto, sus defensas, su relación con la falta y el modo en que responde a un contexto social recesivo que exige un reajuste que muchos no están pudiendo hacer. Pensar este fenómeno desde el psicoanálisis permite iluminarlo por fuera de la moral económica y ubicarlo en el cruce entre la impulsión, la renegación y el debilitamiento del principio de realidad.

En primer lugar, la impulsión a gastar aparece como una modalidad de pasaje al acto. No hablamos de deseo, porque el deseo supone demora, rodeo, intervalo. La compra impulsiva elude ese rodeo y se presenta como una acción inmediata que intenta taponar una angustia que no encuentra otro cauce. Comprar sin pensar, endeudarse sin cálculo, tomar un crédito que no se podrá pagar son modos de descarga, aliviadores momentáneos que no atraviesan la vía del deseo sino la vía directa de la pulsión. Allí donde la pulsión no encuentra su dique, el sujeto compra. Allí donde la falta angustia, el sujeto ocupa el agujero con un objeto. La escena financiera se vuelve, entonces, una escena libidinal.

Pero no basta con hablar de impulsión. También interviene la renegación, esa posición psíquica que Freud ubica en la lógica fetichista: “lo sé… pero aun así”. Muchos pacientes dicen literalmente eso cuando se les pregunta por sus gastos: sé que no puedo, sé que está todo más caro, sé que no me alcanza… pero igual lo compré. No se trata de ignorancia, sino de una defensa frente a una caída simbólica: la caída del nivel de vida, la caída del ideal del yo, la caída de la identidad laboral o social. La renegación permite sostener una escena anterior cuando la realidad ya no la respalda. En la Argentina recesiva, la renegación económica es una forma de preservar una continuidad narcisista frente a un contexto que fractura identidades y expectativas. El sujeto sabe que la realidad cambió, pero se comporta como si no hubiera cambiado. Y ese “como si” es clínicamente decisivo.

Todo esto ocurre en un escenario donde el principio de realidad se ve erosionado. La crisis económica introduce una dosis de trauma cotidiano: incertidumbre, pérdida de ingresos, inflación, inestabilidad, amenazas de desclasamiento. Frente a esto, la función del yo como órgano de examen de realidad se debilita, y el principio de placer gana terreno. El alivio inmediato se convierte en brújula. El yo, fatigado o desbordado, acepta soluciones cortas que no resisten ningún cálculo. Se gasta hoy para no sentir el malestar hoy, aun sabiendo que mañana será peor. La economía psíquica queda alineada con la economía financiera: deuda, déficit, urgencia.

A esto se suma un factor crucial en la clínica contemporánea: el mandato superyoico. El superyó actual no ordena renunciar, sino gozar. Es una voz que exige satisfacción constante, que ordena: “date un gusto”, “te lo merecés”, “no te prives”. Esta coacción a disfrutar vuelve culpógeno el ahorro, la prudencia o la postergación. El gasto deja de ser un acto de placer para transformarse en obediencia al imperativo del superyó. La deuda entonces no es solo una consecuencia económica, sino un modo de cumplir con la voz interna que demanda goce ilimitado. La publicidad, las redes sociales y la cultura del consumo no hacen más que reforzar esta estructura superyoica, instalando el ideal de una vida sin límites y sin espera.

Las plataformas de compra online completan este circuito. En términos pulsionales, funcionan como dispositivos perfectos para la descarga: sin demora, sin cuerpo del otro, sin confrontación con la falta. El click es un acto puro, rápido, silencioso, sin mediación simbólica. El objeto llega sin espera, sin encuentro, sin tiempo para pensarlo. Este tipo de consumo digital es ideal para la lógica de la impulsión: un borde, un agujero, una descarga. El endeudamiento aparece así sostenido por una máquina de goce que opera veinticuatro horas al día.

También hay un aspecto narcisista. En momentos de crisis, el yo pierde estabilidad y referencias. Caen proyectos, expectativas, seguridades laborales. El consumo actúa entonces como estabilizador identitario: “si compro esto, sigo siendo quien era”, “si puedo darme este gusto, no caí tanto”, “si sigo consumiendo, sigo perteneciendo”. El objeto comprado sostiene un yo resquebrajado y restituye momentáneamente la autoestima. La deuda pasa a segundo plano, tapada por defensas que protegen al yo de una caída mayor.

Desde la clínica, entonces, el endeudamiento no puede leerse solo como irresponsabilidad económica. Es un fenómeno psíquico complejo donde la impulsión reemplaza al deseo, la renegación niega la realidad traumática, el superyó exige goce, el principio de realidad retrocede y el consumo cumple funciones identitarias que antes pertenecían a otros espacios de la vida social. Nuestra tarea consiste en reintroducir la pregunta, el intervalo, la demora. Abrir la posibilidad de que el sujeto escuche aquello que su acto financiero está intentando silenciar. Intervenir allí donde el consumo funciona como anestesia y la deuda como sustituto de un trabajo subjetivo pendiente. ¿Qué lugar ocupa el gasto en la economía psíquica del sujeto? No se trata de prohibir ni de moralizar, sino de permitir que aparezca la falta, para que el sujeto pueda construir otra relación con su deseo, con su economía psíquica y con su economía real.

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