El sujeto sólo se constituye en relación con el Otro, aunque no del todo en él, a partir de la falta significante que lo instaura como falta en ser. Es desde esa carencia estructural que el sujeto puede contarse como tal, al precio de la metonimización del deseo: su empuje constante hacia algo que nunca se colma. En este sentido, el deseo no sólo se escabulle; a veces incluso se pulveriza, se dispersa en los desfiladeros del lenguaje.
Lacan sitúa este campo del deseo en relación con la verdad, en tanto ambos —deseo y verdad— se constituyen por lo que pasa por el Otro. No se trata de homologarlos, sino de reconocer que, por efecto del lenguaje, tanto el sujeto como el Otro quedan atravesados por la división que implica el deseo. Así, el deseo queda cifrado en el campo de la verdad, retornando bajo la forma del síntoma.
Cuando Lacan se pregunta qué hay detrás de la verdad, no apunta a un “detrás” en el sentido euclidiano o en el registro de lo oculto a develar, sino a aquello que el fantasma vela. En efecto, el fantasma conjuga dos valores: uno imaginario, que sostiene la consistencia del yo, y otro de verdad, que marca el punto de falla donde se anuda el deseo.
Desde esta perspectiva, lo que hay detrás de la verdad es lo que ancla: un soporte que se articula a un cuerpo —no el cuerpo anatómico, sino uno topológicamente concebido—. De allí las referencias lacanianas al órgano o a la vejiga, superficies o bordes donde la libido se inscribe como traza y como límite.
Siguiendo a Freud, Lacan separa la pulsión del amor para luego reunirlos desde la dimensión del borde. Ese borde erógeno delimita y a la vez enlaza, apareciendo en sus esquemas y fórmulas como el lugar donde el campo del Otro se recorta frente a una hiancia —un agujero, una vejiga, una superficie tensada—.
La estructura, en consecuencia, se bifurca:
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del lado del amor, se sostiene una pasión que tiende a la totalización, a la ilusión de un Otro pleno que posibilitaría la conjunción de lo pulsional con lo genital por la vía imaginaria;
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del lado de la pulsión, en cambio, se despliegan diversos niveles y recorridos, signo de un campo no homogéneo, marcado por la repetición y la imposibilidad de cierre.
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