En diversos momentos Lacan vuelve sobre una operación decisiva: llevar el decir a la dimensión de una escritura. Con esto se despega de la idea de que el decir se reduce a lo dicho o a lo verbalizable. El decir implica una estructura lógica; es un modo de establecer bajo qué condiciones puede el discurso tocar un real. No lo simboliza, sino que opera sobre él.
En esta perspectiva, el discurso analítico no es un simple intercambio de palabras, sino que se eleva él mismo a la función del decir. Esto explica la insistencia de Lacan en la “torsión” que señala en la fundación freudiana: un movimiento por el cual Freud instala lo imposible —lo que no cesa de no escribirse— como horizonte del discurso.
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define el campo en el que puede haber inconsciente,
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proporciona estructura a lo que aparece fragmentado,
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y funda la posibilidad misma de verdad en psicoanálisis.
Este axioma se articula con otros aforismos del inconsciente que lo sitúan del lado del lenguaje y del discurso. En este registro, el decir es siempre una escritura necesaria: es un gesto tético, fundador, aquello que inaugura un campo y le hace lugar a algo que “ex–siste”.
Ese término —ex-sistencia— indica que lo real no queda simbolizado ni representado, sino arrancado, tocado en su borde. Ese toque depende de la posición del decir en el lugar del semblante, que es desde donde opera y dirige el discurso.
Así, del axioma a la escritura, del decir al ausentido, Lacan traza un movimiento que redefine:
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cómo se estructura el inconsciente,
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cómo puede el discurso tocar lo real,
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y cómo el psicoanálisis opera sobre aquello que justamente no se escribe.
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