Los distintos aforismos sobre el inconsciente van plasmando distintas articulaciones. El punto de partida es la estructura del lenguaje del inconsciente, aquel nudo por el cual el inconsciente se cimenta, por ser un efecto de lenguaje.
Este carácter, si se quiere, universal del inconsciente se contrapone al inconsciente en su entramado discursivo, el cual se asocia no solo a la operación de la metáfora paterna, sino podríamos decir a la particularidad de la demanda y el deseo en el sujeto.
En un tercer momento es definido como un corte en acto, pero ¿entre qué y qué?
Lacan está, en ese momento, embarcado en la articulación entre el inconsciente y la pulsión que le hace posible resaltar una temporalidad pulsátil, que consiste en una apertura y cierre. Pensado así se deslindan dos dominios que, en todo caso, conectan o se desconectan, alternativamente.
Esos dos dominios son: el sujeto y el Otro, o sea aquellos campos que se sitúan en la parte superior de la fórmula de la división subjetiva del seminario 10.
Del lado del Otro se emplaza el significante que baña al sujeto. El Otro es el sitio donde el significante toma lugar, lo que hace de él la dimensión exigida, la condición, para que la palabra “se afirme en verdad”. Se trata del lugar que espera al sujeto, y de allí su heteronomía.
El sujeto es ese efecto, vaciado de sentido, un presupuesto del inconsciente, lo que lo instituye (al sujeto) como supuesto. Sujeto correlativo del planteo cartesiano y el surgimiento de la ciencia.
Entre ambos campos el inconsciente es el corte en acto, agregado que indica su radicalidad. A este nivel, el inconsciente es imposible de separar de la dimensión del cuerpo, el cual es la superficie sobre la que se efectúa el corte.
Esta serie de articulaciones indica con claridad una orientación. Podría plasmarse así: lenguaje – discurso – cuerpo… y retorno al lenguaje
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