En el Seminario 13, el trabajo sobre la geometría no hace más que formalizar una imposibilidad: la de interrogar al sujeto dividido desligándolo del objeto que le es correlativo. De allí se desprende también un modo específico de concebir la causalidad en psicoanálisis.
En este marco aparece la referencia al “cuadro-ventana”, que remite a la estructura del fantasma y a su evocación en el cuadro de Magritte La condición humana.
Ese cuadro-ventana delimita un campo donde los objetos se representan: un campo matemático que, aunque ligado a las matemáticas, no se confunde con el espacio geométrico. En efecto, conviene distinguir el campo de las matemáticas —como disciplina— del campo matemático —como estructura algebraica.
Este último, compuesto por puntos vacíos de contenido (¿significantes?), funciona como apoyatura del espacio geométrico en el cual los objetos se representan. Es decir, lo simbólico sirve de soporte al imaginario especular, y además lo excede.
De este modo, el modo en que se concibe la estructura del espacio implica siempre una concepción del mundo y de las cosas. Para dar cuenta de un objeto irreductible a su imagen, es necesario romper con la intuición del espejo plano, y avanzar más allá de lo meramente intuitivo.
La perspectiva, tomada en su dimensión simbólica, cumple aquí una función de orientación: rompe con la planitud del espacio y señala un quiebre histórico. Su emergencia marca el pasaje de un sujeto concebido como sustancia a un sujeto definido por la falta en ser.
Ese quiebre afecta al Otro como lugar. Se pasa de un Otro divino, sustancial y garante, a un Otro matematizado, vaciado de sentido y de sustancia. Allí se entiende la importancia de la obra de Alexander Koyré en la enseñanza de Lacan: en ella se extrae el valor gnoseológico del corte, como operador de transformación en las condiciones ontológicas mismas.
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