El sujeto está comprometido en la verdad en la medida en que ésta se define como del orden de lo mediodicho. Esa definición pone en valor el efecto castrativo, pero la división propia del sujeto no puede reducirse únicamente al efecto del significante: Lacan, en su recorrido, va en busca de lo real de esa división.
Ese sendero está marcado por ciertos retornos o bucles en su enseñanza.
En un primer momento, el inconsciente es abordado en tanto estructural: el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Esta formulación permite situar las coordenadas lenguajeras que lo ordenan, a la vez que lo vacía de cualquier sustancia.
Un segundo momento exige otro eje: ya no lo estructural, sino lo particular del inconsciente. Aquí surge el aforismo: el inconsciente es el discurso del Otro. El pasaje de “lenguaje” a “discurso” implica la entrada en juego del Otro, constituido como tal a partir de la metáfora paterna. En esa operación se delimita un campo de existencia: soporte de lo supuesto, de la suposición de saber.
Lo nodal se da cuando Lacan retorna al primer aforismo —el inconsciente está estructurado como un lenguaje—, pero ahora en clave de precisar lo real de la división del sujeto. Se dibuja así una trayectoria:
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primero, el lenguaje como preexistencia que estructura,
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luego, el discurso que organiza la disposición significante particular del sujeto, es decir, su entramado fantasmático,
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finalmente, un retorno a lo lenguajero, pero orientado por lo real, más allá del velo del fantasma, como se hace evidente a partir de Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.
Así, en la enseñanza de Lacan, el movimiento va del lenguaje al discurso, y de allí al reencuentro con el lenguaje bajo la brújula de lo real: un bucle que muestra que la división subjetiva no se agota en el significante, sino que apunta a un punto irreductible, lo real.
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