lunes, 3 de noviembre de 2025

Diario de un psicólogo en apuros: del trabajo como identidad, al trabajo como plataforma

Durante años trabajé en las oficinas de Nic.ar. Formalmente, era empleado. En la práctica, fui estudiante. Hice la carrera de Psicología en tiempo y forma, pero estudiando en horarios laborales, fingiendo trabajar. Simplemente con mantenerme atento y escribir en la computadora, nadie notó por mucho tiempo que en realidad escuchaba clases grabadas por un auricular y tomaba apuntes.

Recuerdo el tiempo ganado por el traspaso de mandos: salía uno y ponían a otro. Era obvio que todos éramos descartables, mas una mirada optimista dejaba ver un beneficio: el tiempo que se ganaba en la confusión que generaba esta rotación de directivos. Simplemente, tomaba tiempo entender qué hacían los empleados. Pasearse por los pasillos con una carpeta en la mano era suficiente para dar la impresión de estar ocupado.

Los recursos del lugar, en toda esa confusión, fueron mis aliados: impresoras, resaltadores, hojas, la cafetera. Incluso los propios empleados terminaron siendo conejillos de indias para los trabajos prácticos de la materia Psicodiagnóstico Clínico. 

Años después, cuando me recibí, confeccioné tres tesis para vender. Para entonces, ya contaba con un título, un consultorio armado y ahorros. Cuando se reveló que no estaba realmente trabajando, ya no importaba: el trabajo corporativo había cumplido su función. Había sido mi plataforma.

En su ensayo sobre la cultura corporativa, McCann observa que “caminar por la City o por Canary Wharf a las ocho de la mañana es como ver un ejército de personas con propósito”. Trajes impecables, café en mano, auriculares conectados a llamadas que parecen vitales. Pero cuando uno los escucha hablar fuera de la oficina, admite algo inquietante: la mayoría siente que su trabajo no tiene sentido.

Esa sensación de alienación es cada vez más visible en el mundo corporativo. Lo que antes ofrecía identidad —ser empleado de tal empresa, miembro de tal equipo, parte de tal marca— hoy parece desgastado. Las promesas de pertenencia, de propósito compartido o de carrera lineal ya no alcanzan para sostener un sentido. Lo que se impone, en cambio, es la conciencia de estar dentro de un engranaje donde el trabajo es intercambiable, y donde lo humano se mide por métricas y reportes.

Sin embargo, desde la psicología —y también desde la experiencia vital de muchos jóvenes profesionales— se abre otra posibilidad: pensar el trabajo no como una identidad, sino como una plataforma.

La palabra plataforma proviene del francés plate-forme (siglo XVI), literalmente “forma plana”. Plate significa “plano, liso”, y forme, “forma”. En su origen, designaba una superficie elevada o nivelada: un piso, una tarima, una base sólida. Esa etimología es reveladora. Pensar el trabajo como una plataforma implica hacer de él una base sobre la que apoyar el pie, no un espejo donde reconocerse. Una superficie desde la cual satisfacer las necesidades, para poder luego dedicarse al deseo.

Cada vez más personas viven según esta lógica. Cumplen con su jornada laboral, pero su energía real se orienta hacia proyectos propios: estudiantes que trabajan para poder sostener su carrera, desarrolladores que programan sus productos personales al caer la tarde, marketers que gestionan sus agencias en secreto, consultores que automatizaron sus tareas y ahora crean algo propio.

El trabajo en las empresas deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio de financiación del trabajo real. Una estructura temporal, útil, instrumental. Un punto de apoyo.

Y tal vez allí se juegue una forma de salud: no en encontrar “el trabajo soñado”, sino en reconocer que el deseo no se delega.

Como escribe McCann:

Tu trabajo no tiene que ser significativo. Tiene que ser útil. Útil para financiar tus proyectos, para ganar tiempo, para aprender. La locura no está en vos, está en el sistema que te pide fingir que reenviar correos es una carrera.

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