jueves, 13 de noviembre de 2025

El despertar y la falla del sentido: del semblante a lo nodal

El despertar del que habla Lacan —ese atravesamiento de la necedad— no consiste en un acceso a la verdad, sino en una experiencia del límite. Despertar es, en cierto modo, toparse con el punto donde el sentido falla. Por eso, para que ese efecto tenga lugar, es necesario un discurso que dé razón del límite del semblante: el semblante no desaparece, pero se vacía de su pretensión de verdad.

El problema que se abre, entonces, es el del lugar del sentido. En los seminarios que siguen a Aún, Lacan comienza a separar cuidadosamente el sentido del semblante. Ambos participan del mismo registro, pero no son equivalentes. El semblante es una función estructural —la que sostiene al discurso mismo—, mientras que el sentido es el producto contingente que emerge de la articulación significante.

De llevar el sentido más allá del semblante, se entra en otra lógica: la lógica del nudo, del lapsus que introduce una falla en el amarre. En ese pasaje, Lacan problematiza la relación entre el S1 y el falo/letra, disyunción que resulta decisiva. Si en las fórmulas de la sexuación el falo opera como letra, es decir, como función que predica o atribuye, el S1 comienza a cargarse de otro valor: el del fracaso del sentido.

Del lado del falo/letra se instituye un campo arraigado en el semblante. Allí se predica, se atribuye, se organiza el discurso bajo la lógica de lo que puede decirse. Pero del lado del S1 —cuando éste se despega de su lugar en el discurso del Amo y se acerca a lo real— se simboliza lo que el sentido no alcanza a escribir. Ese S1 designa el punto donde el sentido se interrumpe, donde lo que la metáfora vela queda expuesto como falta de relación.

En ese sentido, puede decirse que lo modal, con su orden de lo posible y lo necesario, aún conserva un resto de sentido, una forma de coherencia. Lo nodal, en cambio, introduce un registro distinto: allí el sentido se vuelve lapsus del nudo, y el semblante ya no organiza, sino que bordea.

Por eso el despertar analítico no es una iluminación, sino un tropiezo. Se despierta al sinsentido, y el análisis, lejos de abolir el semblante, lo lleva a su límite. Tal vez por eso Lacan pudo afirmar que el verdadero despertar es el que muestra que no hay nada detrás del velo, sino el velo mismo anudado al cuerpo del lenguaje.

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