jueves, 20 de noviembre de 2025

Unidad 2: El cuerpo, la pulsión y el límite

 1. El cuerpo como cuerpo pulsional

En la medicina, el cuerpo se entiende como organismo, una estructura biológica gobernada por leyes fisiológicas.
En el psicoanálisis, en cambio, el cuerpo se constituye como cuerpo pulsional, es decir, un cuerpo erotizado por el lenguaje, atravesado por el significante. No es un cuerpo dado, sino un cuerpo hecho por el discurso.

Freud, en Pulsiones y destinos de pulsión (1915), define la pulsión como un concepto fronterizo entre lo somático y lo psíquico. No es un instinto biológico, sino una fuerza constante que tiene una fuente corporal, un objeto, un fin y un empuje.
Lo decisivo es que la pulsión no tiene objeto natural: se satisface rodeando una falta. Por eso, el cuerpo pulsional es un cuerpo faltante, agujereado por el deseo.

De allí la diferencia crucial:

El organismo pertenece al reino de la necesidad; el cuerpo pulsional, al orden del deseo.

2. El cuerpo en el Seminario 10: la angustia como afecto del cuerpo

En el Seminario 10: La angustia (1962-63), Lacan señala que la angustia no proviene del alma sino del cuerpo.
No es sin objeto, como suele decirse, sino que se produce cuando el sujeto queda demasiado próximo al objeto a —ese resto de goce que no puede simbolizarse.
La angustia, entonces, es el afecto que surge cuando el cuerpo y el lenguaje se tocan demasiado: cuando el significante ya no protege del goce.

En el contexto paliativo, esta proximidad se hace patente: el dolor, la degradación orgánica o la pérdida de autonomía exponen al sujeto a un goce del cuerpo que se vuelve insoportable.
El analista no intenta eliminar esa experiencia, sino ofrecer un marco simbólico para que pueda ser tramitada en la palabra.

3. El cuerpo como lugar del goce (Seminario 20)

En el Seminario 20: Aún (1972-73), Lacan redefine el cuerpo como lugar del goce.
El goce es un exceso respecto del placer: una satisfacción que no busca el equilibrio, sino que insiste en el dolor mismo.
De ahí la paradoja freudiana: el sujeto puede gozar de su sufrimiento, de su síntoma, de su cuerpo enfermo.

Lacan introduce la noción de cuerpo que habla (parlêtre): el cuerpo no es algo que tenemos, sino lo que el lenguaje afecta. El sujeto no habita su cuerpo, sino que su cuerpo está habitado por el lenguaje.

Esta idea anticipa lo que Miller conceptualizará como el cuerpo hablante:

Un cuerpo es un organismo afectado por el significante, un organismo que goza.

El cuerpo hablante no es biológico ni anatómico; es el punto donde el lenguaje deja su marca —y donde, al mismo tiempo, el goce hace su retorno.

4. El límite: entre lo simbólico y lo real

El límite aparece allí donde el cuerpo se hace presente como real.
Para Freud, el dolor físico constituye uno de los límites de la represión: el sufrimiento corporal resiste la simbolización.
Para Lacan, ese límite se nombra como real del goce: lo que no puede ser dicho ni representado, pero que se experimenta en el cuerpo.

En los cuidados paliativos, el límite se materializa en la experiencia del cuerpo que se descompone, que ya no responde a la voluntad del yo.
El sujeto se confronta con una pérdida radical: la pérdida de la imagen corporal, del dominio narcisista sobre el cuerpo, del sostén imaginario que lo ligaba al Otro.
Por eso, el trabajo analítico en este punto no busca reconstituir una unidad corporal perdida, sino acompañar el pasaje por ese límite, manteniendo abierta la posibilidad del decir.

5. El cuerpo mortificado y el sostén del Otro

Cuando el cuerpo se mortifica —por el dolor, la enfermedad o la cercanía de la muerte— se produce una caída del soporte simbólico. El sujeto puede sentirse abandonado en un puro cuerpo, reducido a organismo. Esto remite directamente al Hilflosigkeit freudiano —el estado de desamparo originario—, y su relación con la angustia es estructural.

En Freud, el Hilflosigkeit aparece ya en Proyecto de psicología para neurólogos (1895) y se mantiene como uno de los pilares del edificio metapsicológico. Se trata de la condición inicial del infans, quien, frente a las tensiones internas (hambre, incomodidad, excitación), no puede por sí mismo resolverlas. Solo la intervención del Otro —la madre o figura cuidadora— puede aliviarlo. Este primer auxilio funda, a la vez, la dependencia del Otro y la estructura del deseo: el sujeto queda marcado por la falta, sostenido por una alteridad que le da sentido y satisfacción.

En este punto se anuda el cuerpo y la angustia.
La angustia, para Freud, es la huella afectiva del desamparo. No es solo una emoción, sino la señal de que el aparato psíquico vuelve a encontrarse en una situación donde la ayuda del Otro se ausenta o falla. Por eso, en los momentos de enfermedad grave o cercanía de la muerte, el sujeto puede sentirse “reducido a organismo”: ya no amparado por el lenguaje o el lazo simbólico, sino arrojado a un cuerpo que sufre y al que nadie parece poder responder.

Lacan retoma esto en el Seminario 10. Allí, la angustia surge cuando el sujeto queda demasiado cerca del objeto a, es decir, cuando cae el velo del significante que lo separaba del goce del cuerpo. En el límite del dolor o de la desintegración corporal, el sujeto se ve expuesto a esa experiencia de pura presencia —de “ser cuerpo sin mediación”— que reproduce el Hilflosigkeit originario.

Desde esta perspectiva, el trabajo clínico en cuidados paliativos consiste, precisamente, en restaurar algo del lazo con el Otro, reintroducir un sostén simbólico allí donde el sujeto se siente abandonado a su cuerpo. La función del analista o del acompañante no es “dar sentido” al dolor, sino encarnar una presencia que mitigue el desamparo, que permita a la angustia encontrar alguna vía de palabra.

En el ámbito paliativo, la presencia del Otro (familia, médicos, analista) puede funcionar como un sostén simbólico que reinscribe algo del lazo. No se trata de “dar sentido” al sufrimiento, sino de ofrecer un lugar donde el sujeto siga siendo sujeto, incluso en el límite del cuerpo.

Como dice Lacan “El cuerpo no es sin el Otro.”, en la clínica paliativa cobra todo su peso ético: el Otro puede, mediante su palabra o su silencio, sostener o aniquilar al sujeto.

Bibliografía

1. Freud, S. (1917 [1915]). “Duelo y melancolía”. En Obras completas, Tomo XIV. Buenos Aires: Amorrortu.
Texto fundante. Freud introduce la idea de que el duelo implica una retirada libidinal progresiva del objeto perdido, en contraste con la melancolía, donde esa libido queda fijada al objeto y vuelta contra el yo. Fundamental para pensar el trabajo psíquico ante la pérdida, tanto del ser amado como del propio cuerpo en la enfermedad terminal.

2. Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. En Obras completas, Tomo XXI. Buenos Aires: Amorrortu.
Freud amplía aquí el campo del sufrimiento humano y su relación con la pérdida, el dolor y la cultura. Permite situar la tensión entre el deseo de felicidad y la inevitabilidad de la pérdida como constitutiva de la vida psíquica.

3. Lacan, J. (1962-1963). Seminario 10: La angustia. Buenos Aires: Paidós.
Desarrolla la noción de objeto a como resto irreductible de la pérdida. Lacan muestra que la angustia no surge por la falta, sino cuando la falta vacila, cuando algo del objeto se presenta demasiado cerca. Es esencial para comprender el duelo no solo como proceso de sustitución, sino como confrontación con lo que no puede ser simbolizado.

4. Lacan, J. (1972-1973). Seminario 20: Aún. Buenos Aires: Paidós.
Introduce la noción de goce y el cuerpo hablante. Este texto amplía la comprensión del duelo desde la economía libidinal del cuerpo, especialmente útil en cuidados paliativos, donde se juega la pérdida del cuerpo gozante.

5. Klein, M. (1940). “Duelo y su relación con los estados maníaco-depresivos”. En Obras completas, Vol. II. Buenos Aires: Paidós.
Klein ubica el duelo en el eje de la posición depresiva y lo concibe como un trabajo de integración psíquica. Su lectura permite articular el duelo no solo como pérdida externa, sino como reorganización interna de los objetos parciales.

6. Abraham, K. (1912). “Notas sobre el trabajo de duelo”. En Obras completas.
Precursor de la formulación freudiana, Abraham piensa el duelo como regresión a etapas narcisistas y como trabajo de desinvestidura. Aporta una visión metapsicológica precisa sobre las vicisitudes de la libido.

7. Miller, J.-A. (2008). “El cuerpo hablante”. En Curso inédito del 2008-2009.
Concepto clave para articular la pérdida y el goce. El cuerpo hablante es aquel afectado por el significante, marcado por el lenguaje. En el duelo, lo que se pierde es también una forma de goce articulada a un significante.

8. Fuks, S. (2003). Psicoanálisis y fin de vida. Buenos Aires: Paidós.
Texto que articula los conceptos freudianos y lacanianos con la clínica del morir. Propone pensar la escucha en cuidados paliativos no como consuelo, sino como acompañamiento del sujeto en su singular relación con la pérdida.

9. Recalcati, M. (2014). El complejo de Telémaco. Barcelona: Anagrama.
Aborda la cuestión de la herencia simbólica y la transmisión frente a la pérdida del padre. Puede leerse como un modo de pensar el duelo desde la búsqueda de sentido y filiación.

10. Cottet, S. (2002). El duelo imposible. Buenos Aires: Letra Viva.
Trabajo clínico contemporáneo que examina la imposibilidad del duelo en ciertas configuraciones psíquicas. Es especialmente útil para abordar casos en los que el paciente no logra significar la pérdida ni sostener el deseo.

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