miércoles, 31 de octubre de 2018

De los celos al síntoma. Puntualizaciones sobre la vida erótica masculina.

Fuente. (Lucas Boxaca y Luciano Lutereau)

“¿Cómo pudiste estar antes con ella?” son preguntas habituales que, en la histeria, apuntan menos a buscar una respuesta que aporte un dato que al propósito de sostener una versión del deseo que la ubique en la escena como excluída y, por ende, no la toque como causa. Por esta vía, asimismo, los celos histéricos son una vía privilegiada para sostener el goce de la sustracción –cuestión que incluso se corrobora en que, como ocurre en nuestros días, la histérica preste el cuerpo para el acto sexual, es decir, condescienda a ser objeto de goce…
  
La reciente publicación en castellano del libro Lecciones psicoanalíticas sobre los celos, de P.-L. Assoun –que realiza, fundamentalmente, un esclarecimiento del repertorio bibliográfico sobre la cuestión–, es el motivo para plantear una pregunta clínica que podría interesar a todo practicante de psicoanálisis: ¿en qué medida los celos se pueden constituir en –o pueden ser el hilo conductor en la constitución de– un síntoma?


Habitualmente, es la histeria quien mejor testimonia del estatuto sintomático de los celos, en la medida en que sus corrientes celotipias son un modo de interrogar el carácter enigmático del deseo del hombre en función de la Otra. “¿Qué le viste a esa?” o bien “¿Cómo pudiste estar antes con ella?” son preguntas habituales que, en la histeria, apuntan menos a buscar una respuesta que aporte un dato que al propósito de sostener una versión del deseo que la ubique en la escena como excluída y, por ende, no la toque como causa. Por esta vía, asimismo, los celos histéricos son una vía privilegiada para sostener el goce de la sustracción –cuestión que incluso se corrobora en que, como ocurre en nuestros días, la histérica preste el cuerpo para el acto sexual, es decir, condescienda a ser objeto de goce… a expensas de una fantasía en la cual se pregunte si acaso él no piensa en otra mujer en ese momento–. Por lo tanto, los celos de la histérica pueden ser una defensa eficaz (sostenida en la posición antedicha) contra el acto (de ser tomada por un hombre) y, cabe pensar, un análisis de un caso de histeria que no haya elaborado este trasfondo celotípico seguramente no habrá avanzado demasiado.

Asimismo, respecto del uso defensivo de los celos puede destacarse una elaboración que se desprende de otro libro reciente: ¿Qué quiere decir “hacer” el amor?, de G. Pommier –en nuestro país la traducción es de este año (2012), y en Francia apareció en el 2010–. Para dar cuenta de este aspecto, mencionaremos un breve recorte clínico del tratamiento de un obsesivo que, luego de un episodio de fuerte celotipia respecto de su esposa, que llevó a una discusión (y una reconciliación en el período de una semana), tiene el sueño siguiente:

Mi mujer está en una oficina, mi oficina, y hace mi trabajo. De repente entra un hombre que dice querer conversar con ella, y yo escucho las preguntas que le hacen. Son preguntas sobre cuestiones profesionales, pero yo interpreto –me resulta evidente– que esas preguntas son tendenciosas, ya que el hombre está interesado en mi mujer. Siento celos. Me angustio y me despierto.”

Curiosamente, este sueño angustiante tiene también la función de demostrar la condición interpretante del inconsciente: en el curso de las asociaciones, este analizante se sorprende al notar que sus celos sobrevinieron en un momento singular, ya que en ese entonces la relación con su mujer alcanzaba una suerte de reencuentro en el cual él podía sentirse enamorado “de nuevo”. En este punto, la interpretación fue una traducción brusca: sus celos –en el sueño– mostraban un punto de identificación narcisista con su mujer, es decir, ese punto en que él podía volver a verse a sí mismo a través de ella y reconocer el rebrote de su condición de seductor (el día que precedió al sueño se había encontrado pensando en “lo bien y lo lindo” que se sentía junto a su mujer… y el efecto cautivante que eso producía en otras mujeres). En definitiva, el inconsciente le interpretaba que sus celos eran una manera de defenderse de ese nuevo amor que sentía por su mujer; su celotipia era una proyección del temor que sentía por volver a enamorarse. Como sostiene G. Pommier en el libro que mencionamos, el amor feminiza a un hombre –a menos que su amor sea la demanda infantil de ser amado–; por lo tanto, la angustia de castración para un hombre no tiene que ver con la expectativa de que el falo le sea cortado, sino con la capacidad de asumirse como amante ya que “cuando una mujer provoca una erección, ese falo le pertenece y su amante puede experimentar por ello una angustia de castración que lo feminiza” (Pommier, 2010, 55).[1] De este modo, el análisis de la bisexualidad constitutiva del hombre no tendría tanto que ver con el deseo por otro hombre sino con la asunción, propiamente dicha, de una posición de amante –ya que cuando un hombre ama… lo hace como mujer–. De este modo, en función del recorte clínico anteriormente mencionado, no alcanza con decir que allí los celos eran un reaseguro narcisista contra el deseo, sino que el análisis de un hombre que no haya considerado su posición respecto del amor –más allá de la degradación del partenaire a la condición de objeto fantasmático– tampoco habrá avanzado demasiado.

Por último, para concluir esta introducción, cabe retomar la indicación anterior a la proyección. Es un hábito reducir la concepción psicoanalítica de los celos a este único mecanismo. En otro contexto ya hemos estudiado la diversidad de referencias relativas a esta cuestión.[2] Expongamos aquí sólo algunos resultados de ese trabajo anterior: no sólo desde la perspectiva freudiana pueden encontrarse otras variables junto con a la proyección (que, en realidad, se aplican a la paranoia), como en el caso de los celos normales o edípicos, o bien en un caso singular de celos que Freud –en su célebre artículo de 1922– adscribe a una asunción del “punto de vista de la mujer”. En función de esta última mención, en el contexto antedicho, hemos construido el fantasma que subtiende los celos proustianos de En busca del tiempo perdido, donde los celos del protagonista por Albertine restituyen un goce supuesto a la mujer (como un modo neurótico de responder a la pregunta por el goce femenino a través de un fantasma escópico articulado a un deseo de ver). Asimismo, en dicho contexto hemos apreciado que los celos del protagonista eran muy distintos de, por ejemplo, los que padecían Swann o Charlus respecto de sus amantes. Por lo tanto, el interés –antes que en proponer una “teoría general” de los celos, a través de un mecanismo ubicuo– radica en establecer diferencias clínicas que no se confunden con un retorno larvado a la pasión clasificatoria de una psicopatología, esta vez, de la mano de una pseudo-hipótesis etiológica, sino de atenerse al despliegue de un caso en función de lo que se produce en la dinámica de la dirección de la cura. No otra cosa decía Lacan cuando sostenía que “la clínica psicoanalítica consiste en el discernimiento de cosas que importan y que cuando se haya tomado conciencia de ellas serán de gran envergadura” (Lacan, 1977, 39).

 De la mano del espíritu clínico que la enseñanza de Lacan anima, en este artículo planteamos una secuencia que privilegia la relación entre celos y síntoma –antes que la relación entre celos y defensa narcisista o entre celos y fantasma–.

Sintomatizar los celos

Para ubicarnos desde una perspectiva clínica de los celos  desarrollaremos el modo en que estos pueden imbricarse, en un caso dado, con un síntoma, lo que nos llevará a su vez a reflexionar y problematizar el estatuto sintomático de los celos y sus relaciones con el “carácter”. Tomaremos un caso orientado a exponer el inicio de un tratamiento. Se espera que los consultantes traigan como motivo de consulta un padecimiento del que se quieran “desembarazar” (Lacan, 1975), pero, como ilustra este caso, suele suceder que el padecimiento se encuentre imbricado con el carácter. El síntoma no está separado del yo. Es decir que hay una cobertura “moral” del padecimiento que no permite que sea percibido como síntoma, es decir, como algo en lo cual el padeciente no se reconoce y, por ende, la tarea analizante se ve obstaculizada. Quisiéramos dar cuenta del modo en que la separación entre el síntoma y el carácter promovió en este caso la posibilidad de un análisis.

Ante el pedido de que cuente el motivo de la consulta David expresa:

“Me cuesta llevar adelante las relaciones. Me cuesta aceptar que mi novia haya estado con alguien antes. Con mi primera novia me pasó y la dejé. Si me pasa lo mismo, estoy condenado a repetir siempre lo mismo, porque yo a ella la valoro mucho e igual me pasa. […] Es el segundo novio el que me quema la cabeza. Ella estuvo 3 años de novia con un tipo bien, pero luego se fijó en éste. Un flaco que vivía solo.”

Ante la pregunta de cuándo comenzó la incomodidad, David responde que su novia le dijo una vez: “Si vos vivieras solo lo haríamos muchas más veces por semana”. “Ahí se me quemó la cabeza. Pensé que lo que hace conmigo lo hizo con otro”. Luego agrega: “Me cansa pensar eso. Llego a pensar en la imagen de ella con el otro tipo, me tiene muy mal”.

Entonces se le pregunta si la “quemada de cabeza” va acompañada de alguna sensación corporal… “Una opresión en el pecho”, responde David. “Angustia”.

Asimismo, sostiene que “lo entiendo lógicamente, no debería molestarme”. Y, luego, reflexiona: “Si es algo que me molesta tanto, ¿por qué lo pienso?”. Lo que le parece ilógico es la intensidad. “Es algo muy fuerte para mí”. Le resulta incomprensible que se atormente  por esta chica que sólo tuvo dos relaciones y escapa a la idea de promiscuidad. “En realidad, yo tendría que estar con una mina virgen, para que no me moleste”.

A la siguiente sesión, David dice que ha hablado de lo que le estaba pasando con su novia. Mejoró mucho porque se lo planteó. “Me eliminó estar yo sólo con esto”. Dice que cuando la encaró pensó la relación como algo serio. “Con esta me caso. Por eso no sé si dejarla”. “Me mata lo del segundo novio. Preferiría que fuera virgen aunque sé que los tiempos cambiaron”. Cuenta que los padres se casaron por iglesia:

“Mi vieja era virgen cuando se casó. […] Siempre pensé: yo quiero una mujer virgen. Si no es virgen puedo tolerar un novio o dos. […] Que haya tenido relaciones serias y que no haya estado en cualquiera. Tengo la mujer virgen como un ideal. […] Siento desprecio. Me da asco. No la quiero tocar más. Pensar que hizo determinadas cosas. Tenía una visión angelical de esta chica. La visión de chica tradicional que no salía. […] Me parece raro que con tantos rebusques no la haya dejado. Inclusive con el bocho quemado. Hay que respetar, porque eso obedece a algo. Algo adentro mío me lo hizo bancarlo. No me fijé que fuera virgen de entrada.”

En la semana pensó en una chica que le presentaron hace un tiempo y que era virgen. “¿Por qué no me interesó, si es lo que supuestamente quiero?”. Se pregunta: “¿Por qué se me volvió insoportable?”. Y, entonces, agrega un descubrimiento:

“Ahora sé más. Lo que me molesta es el segundo novio. Empezó a estar con el segundo cuando estaba con el primero. Eso no me gusta. No me parece una manera correcta de actuar. Me parece lógico que me moleste. […] Es una incomodidad profunda. […] Esto ¿por qué me pasa? ¿Es normal que me pase? Me molesta que haya tenido intimidad con un tipo que era una lacra. El pasado habla de la persona.”

Luego dice que la incomodidad ya había estado presente la primera vez que tuvieron relaciones sexuales. Comenta que ella se mostró suelta con él y que “Salió medio horrorizado”.

En función de lo anterior, agrega: “Sé que soy un poco prejuicioso”. “La quería tomar en serio. La puta madre. ¿Quién es la mina? Siempre me termino encontrando con la caja de Pandora. Uno tiene que tener seguridad”. Por eso decidió tomar una “distancia prudencial”: “Con la distancia gano claridad pero cada vez que me acerco me vuela la bocha”. Se le pregunta si esto mismo le ha sucedido con otras mujeres además de la ex novia y dice que ha estado con otras pero que no sabía que eran sólo para tener relaciones y que en esas ocasiones no sintió ninguna molestia.

La sesión siguiente comienza de este modo: “Tuve una semana difícil”. Ella le preguntó si había mirado a una mujer cuando estaban saliendo porque “me dijo que en sus anteriores relaciones tuvo muchos problemas con eso”.

“Eso me cayó como una patada en el hígado. No me tiene que andar comparando. Me vino un rechazo profundo. Sólo con que hable en plural a mí se me retuerce el estómago. Para mi el ideal es que sea virgen. Cuando me habla en plural me hace mal. […] En cierto punto me sentí comparado. A mí me parece que no es sano comparar con otro tipo. No porque me sienta menos sino porque me da la pauta de que ella lo tiene presente.”

Pensó en terminar la relación. “Evidentemente es algo muy profundo que tengo con eso. Pienso en su primer novio y no me produce nada. Con el segundo se me hace un nudo en el estómago”. Y enfatiza: “Me revienta que haya estado con el tipo aquel”. En este momento, ella le dice que en realidad nunca había tenido relaciones con el segundo novio, que fue algo que dijo porque no quería mostrarse tan inexperta y que luego lo tenía que sostener:

“Quizás como idiota en el fondo me dice lo que quiero escuchar. Como un nabo le creo. Me genera muchas dudas. […] Se me iba la imagen angelical. La bajaba de categoría. Se iba del lugar perfecto donde yo no tendría ninguna duda. Su imagen angelical me daba mucha seguridad.”

Luego dice: “El tema es que si yo encuentro una mujer virgen, quizá me moleste otra cosa, quizá me aburra, no sé”. En este momento, el analista interviene: se le dice que una posibilidad es pensar que el problema que se arma en función de la pérdida de la imagen angelical de ella quizá no sea lo central, sino que eso podría ser un modo a través del cual se manifiesta la duda que se le presenta a la hora de tomar una decisión que lo puede llevar a algo incierto. Tal como están dadas las cosas, se le dice, cualquier elección de una mujer se le vuelve imposible.

En la siguiente entrevista comenta que está más tranquilo. Dice que siempre se pregunta:

“¿Cuál es la decisión correcta? ¿Hay un camino correcto? Siempre tuve incertidumbre con respecto al futuro con distintas cosas. ¿Cómo me irá en la vida? ¿Cómo me irá económicamente en el futuro? […] Necesito creer en algo cien por ciento. Por eso dudo todo el tiempo, es raro porque a veces soy muy mandado. A veces busco una certidumbre total pero eso me lleva a la parálisis.”

En la siguiente sesión declara nuevamente que la novia tendría que ser virgen. Que esa es la situación ideal. “Volví a pensar en el modo “suelto” en que había estado conmigo. No me puedo quedar tranquilo”. Habla de las circunstancias en las que dejó a su primera novia. Cuando estaba torturado por este motivo con su primera novia fue a consultarlo con su padre. “No se comprometió mucho o no supo qué decir. Me dijo: ‘Pensalo’”. El padre no objetó enfáticamente… pero deslizo una objeción. “Me había dicho que no era el momento de estar tan de novio. Porque estaba cursando la carrera. Supongo habrá pensado que era muy pronto para casarse”.
“Yo tenía sentimientos hacia ella”. Compartían cosas. “Estaba lo otro que me rompía el cerebro”. Finalmente deja esa relación y comienza a tener relaciones ocasionales. “Un día me dije: paro acá o no paro nunca. Uno tiene que poner un límite. Siempre va a aparecer otra mina”. Empezó a no gustarle:

“Sentí que estaba en algo libidinoso. Sucio. […] Antes lo festejaba. Lo compartía con amigos. Me empezó a chocar cuando lo veía en los demás.”

De repente, cumplió años y empezó “a pensar”: “A sentir la necesidad de que tenía que ir más a lo profundo. Todo lo que yo iba logrando era en un plano muy superficial. Mi vida tenia que tomar otro curso. Tenía que empezar a pensar en otra cosa: formalizar con alguien”.
Comenta que el padre se había casado a la misma edad que acababa de cumplir. “Inconscientemente siempre tuve como un parámetro a mi viejo”. “Un poco me asusté”. Primero pensó: “Me voy a agarrar algo”. Luego: “En algún momento voy a llegar a enfermarme”. Finalmente: “Así nunca voy a encontrar una mina decente. Me veía perdido. Me veía en algo muy momentáneo, pero no es lo que yo quería”.
En la siguiente sesión comienza exponiendo un resumen de su estado actual:

“Estoy mejor. Más asentado. Más tranquilo. Últimamente no lo estoy pensando. Hace unos días. Lo veo distinto. No me parece tan mal. Disfruté mas cómodamente estar con ni novia. […] Llegué a estar muy bien en la semana. Con mucha paz interior. Como no había estado. Acordarme de gestos de mi novia.”

Sin embargo, la “paz” no fue algo duradero: “El jueves me volví a rebuscar un poco. Me dijo que se iba a hacer el cavado. Que lo había hecho para el otro novio. No me volví loco. Pensé que si yo seguía con ella había renunciado a un anhelo profundo que es casarse con una mujer virgen”. Aunque, este propósito “¿es un anhelo mío o es siempre estar buscándole el pelo al huevo? Viene de adentro mío pero también es de afuera. Como si se interpusiera. Me cuesta discernirlo bien”. “Por primera vez estaba seguro de la decisión y Entonces aparece... es como una flecha”. Luego pregunta si “es un ida y vuelta que nunca va a terminar o si es un proceso que se va a terminar”. “Ella está totalmente enganchada y eso me pesa”.
En una ocasión, tras algunas semanas en las que no lo torturaron los pensamientos, relata que tuvieron un problema con el preservativo. Este se rompió y él sugirió que tomaran la pastilla del día después. Ella le dice que  ya le había pasado dos veces con el ex novio y que no quería.

“Eso me mató. Ya me puso mal. Que haya vivido eso con otra persona. Se me revolvió el estómago. Mi esposa debería compartir ese grado de intimidad solo conmigo. El sexo es algo muy íntimo. Que haya llegado a eso con otro. Si me pongo a pensar en eso ahora me molesta. Me la imagino sacándose la ropa. Ella teniendo al flaco encima. Si me pongo a pensar no me gusta. ¿Esto se va a terminar o voy a seguir así?”

A renglón seguido comenta que estuvo muy mal del estómago. Tuvo un ataque de gastritis. “Se le revolvió el estómago”, interviene el analista. David se ríe. Se le pregunta si la escena que le comentó la novia le produjo esa sensación corporal. Responde que le produjo asco pensar que hayan tenido contacto, porque le pareció sucio y que –en rigor– eso siempre ha estado presente en los celos. Añade que siempre ha tenido problemas estomacales y aversión a ciertos alimentos. De chico nadie más que la madre podía cocinarle los alimentos, a partir de una ocasión en la que, según recuerda, sentía repulsión al ver las manos manchadas de la mujer que cocinaba en su casa. Hoy en día observa numerosas medidas en lo que alimentación se refiere. El analista sanciona: “Claro, si es virgen, se trata de un plato que nadie ha tocado. Está limpito”.
Como efecto de la intervención, David expresa que nunca había pensado que sus cuestiones con la alimentación y el asco tuvieran alguna relación con lo que le pasa con los celos. Luego de esta sesión se sucedieron otras en las que el análisis giró en torno a las situaciones en las que siente asco y a sus exigencias alimentarias. Se trata, para resumir, fundamentalmente de lo “que se lleva a la boca” y lo que puede entrar en contacto con lo sucio.
El análisis continuó, pero para concluir con este comentario, diremos que desde ese momento del tratamiento, con idas y vueltas, los pensamientos hipervalentes con respecto a que su mujer no fuera virgen y los que traían a la escena al novio anterior cedieron en intensidad lo cual le ha permitido dar algunos pasos en relación a la consolidación de su pareja.

Clínica de los celos

A partir del caso anterior puede desprenderse algunas indicaciones clínicas respecto del tratamiento de los celos –en función de una perspectiva sintomática–:

1)           En primer lugar, el caso de David demuestra el uso neurótico del síntoma. Ante uno de los momentos de pasaje que lo simbólico presenta, aquí el de la elección de una mujer (pasaje que siempre presenta las características de un conflicto electivo y, por ende, pone en juego la dimensión ética del acto), la neurosis hecha mano al síntoma justamente para que la elección en juego no se realice: presentada esta encrucijada mediante la construcción se abre la posibilidad de que se manifieste el síntoma como algo que no es coherente con la unidad narcisista y, por ende, se presente como enigma.

2)           En el mismo instante, el soporte yoico del síntoma se desvanece y se abre la posibilidad de análisis del síntoma. La repulsa hacia lo sucio de lo sexual. Cuando se comienza a hablar del asco, los devaneos obsesivos con respecto a la idoneidad de la mujer comienzan a pasar a un segundo plano y pierden intensidad. Así, el caso ilustra de la mejor manera cómo el síntoma neurótico sustituye al acto.

3)           La aparición del asco y los malestares gástricos reducen la energía psíquica de la ideación celosa. Tal reducción permite llevar adelante un acto. Se demuestra así que el síntoma estaba en el fundamento de la inhibición.

4)           El asco y los malestares gástricos conducen asociativamente a periodos de anorexia infantil. Sólo debía cocinarle la madre desde que le dieron asco las manos de la empleada que elaboraba la comida en su casa.

5)           Por último, la mujer ideal es la que no porta ningún punto asqueroso. Por lo tanto, el asco parece el síntoma primario alrededor del cual se edifican los pensamientos celosos y la convicción de la necesaria pureza de la mujer.

Asimismo, es notorio que los celos –articulados a la duda sobre la mujer ideal– tengan como reverso (puntualizado por la intervención del analista) la cuestión de la elección de la mujer. Curiosamente, de modo semejante a la referencia que indicamos en el comienzo de este artículo, los celos de David eran correlativos de estar pasando por un buen momento de pareja que, en todo caso, su celotipia viene a indeterminar. El punto en cuestión, entonces, radicaría en la coordenada de elección de una mujer –que aquí aparece signada por la imposibilidad–. A este aspecto cabe destacar la búsqueda de auxilio en la figura del padre, en cuyo consejo resuena un temor encubierto y el mandato protector que lo pone en reserva respecto de avanzar demasiado. De este modo, los celos no sólo son una envoltura del síntoma, de la cual se podría prescindir sin más –al tomar la vía del asco–, sino que son también un indicar de la posición masculina desde la cual David (como muchos hombres) se acerca al problema de la feminidad. Sus celos reflejaban el temor de no estar a la altura de ella; acusaban la impotencia (“no sé si me lo puedo bancar”) donde no podía reconocerse la imposibilidad de una garantía para el encuentro con una mujer. El síntoma del asco, en este contexto, es una manera de responder y poner a distancia de ese encuentro, o de hacerlo necesario por la vía del rechazo. Sus celos eran la cara yoica de una duda que era mucho más que un mecanismo automático: la elección de que el partenaire pudiera ser algo más que un mero soporte narcisista o un objeto fantasmático.


Bibliografía

Assoun, P.-L. (2012) Lecciones psicoanalíticas sobre los celos, Buenos Aires, Nueva visión.
Freud, S. (1922) “Sobre algunos mecanismos neuróticos en los celos, la paranoia y la homosexualidad” en Obras completas, Vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1988.
Lacan, J. (1962-63) El seminario 10: La angustia, Buenos Aires, Paidós, 2007.
Lacan, J. (1975) “Conferencia de Ginebra sobre el síntoma” en Intervenciones y textos 2, Buenos Aires, Manantial, 1993.
Lacan, J. (1977) “Apertura de la sección clínica” en Ornicar?, No. 3, Barcelona, Petrel, 1981.
Pommier, G. (2010) ¿Qué quiere decir “hacer” el amor?, Buenos Aires, Paidós, 2012.

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