En “Los cuatro conceptos…” encontramos un más que interesante contrapunto clínico entre la mirada y lo visual. Para situarlo comienza por plantear que hay una preexistencia de la pulsión respecto de la operación de especular.
Esto conlleva una separación entre el campo del ojo que queda del lado de lo geométrico o sea del espejo; y la mirada solidaria de un campo de otra índole y que se asocia a la función del cuadro. Este planteo se asemeja al del escrito “De nuestros antecedentes” donde sitúa que la extracción de la mirada es condición de posibilidad del estadio del espejo.
De la diferencia entre el espejo y el cuadro se desprende que hay una relación privilegiada entre la mirada y la angustia. Privilegio que está señalado en el texto de Lacan por el modo lógico de lo necesario.
La mirada tiene como horizonte un borde como tope, el litoral entre lo simbólico y lo real, y cumple en el sujeto una función constituyente, lo que por supuesto no significa que sea siempre y necesariamente el objeto del fantasma.
Resulta interesante que más allá de los distintos modos que pueda asumir el objeto a en el sujeto, puede situar ciertos privilegios de algunos modos del objeto a en la constitución del fantasma: lo oral y lo escópico por caso.
En consonancia con la diferencia de campos aludida el fantasma pone en forma un dar a ver que pone al sujeto a resguardo del lugar desde el cual es mirado. Esta perspectiva plasma entonces que el sujeto entra al lazo con el Otro no sólo en función del significante que toma lugar allí, sino también en la medida de causar ese deseo del Otro, lo que requiere alguna forma de vestimenta o mimetismo que otorgue consistencia a esa posición de objeto, a condición de velarla.
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