El dispositivo analítico se fundamenta en una única regla esencial dirigida al analizante: debe dejar de lado cualquier crítica o censura al hablar y permitirse fluir con su propia palabra, sin preocuparse por el sentido inmediato de lo que expresa. Esta regla invita al analizante a seguir la deriva de su discurso, permitiéndole decir más de lo que inicialmente pretendía.
Esta directiva tiene su contraparte en el analista, bajo lo que Freud denominó atención flotante. La atención flotante implica que el analista escucha el discurso del analizante sin enfocarse en el sentido aparente de sus palabras, sino en la superficie del discurso, capturando los significantes que emergen en el entramado lingüístico. Es una escucha que no se fija en detalles específicos, sino que se dirige a la estructura misma del discurso, su gramática y su lógica.
En este proceso se ponen en juego dos aspectos clave: en primer lugar, el analista busca identificar aquello que se repite en el discurso del analizante. Esta repetición es lo que permite comenzar a descifrar los significantes que subyacen al discurso. En segundo lugar, la atención se enfoca en la estructura de esta repetición, pues es allí donde el inconsciente se manifiesta.
La escucha analítica, entonces, no se orienta al sentido explícito, sino a la red discursiva como totalidad. A través de esta atención a la trama del discurso, el analista puede captar los momentos significativos en los que el inconsciente se revela, ya sea en discontinuidades, en frases sin sentido, o en vacilaciones.
De este modo, el inconsciente se muestra como una estructura con su propia gramática y lógica, que el analista busca descifrar al leer estas fisuras y vacíos del discurso.
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