El campo analítico se define como el territorio de una praxis, no como una teoría abstracta ni una técnica estandarizada. Sus coordenadas se sostienen a partir de un tratamiento específico del significante, concebido no en su valor semántico (de sentido), sino en su función lógica y estructural.
Desde esta perspectiva, el significante no representa algo, sino que estructura un lugar: el del sujeto. Así, el sujeto no se define como una identidad estable, sino como un efecto de la cadena significante, es decir, de una secuencia donde lo que se despliega es lo intervalar, la lógica de la diferencia, y sobre todo, de la falta.
Lacan lo formula con claridad al inicio de su construcción del grafo del deseo:
“…[el grafo] nos servirá para presentar dónde se sitúa el deseo en relación con un sujeto definido a través de su articulación con el significante.”
Uno de los puntos estructurantes de dicho grafo es el llamado punto de capitón (point de capiton), que cumple una función decisiva en los vínculos entre el significante y el significado. Se trata de una operación de anudamiento, gracias a la cual se detiene el deslizamiento indefinido de la significación. Es decir, esos puntos sirven como nudos, que estabilizan provisoriamente el sentido y permiten que el sujeto haga pie en el campo del Otro.
Este punto de capitón o punto de “basta” puede pensarse desde dos perspectivas complementarias: diacrónica y sincrónica.
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En su dimensión diacrónica, el punto de basta se sitúa a nivel de la frase, como ese término final que cierra el campo de la significación. Allí actúa como una puntuación simbólica, que da forma y sentido retroactivo a lo dicho, y remite directamente a la función del Otro como garante del sentido.
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Desde una perspectiva sincrónica, en cambio, su función es menos visible, más próxima al campo del lenguaje. Aquí se trata de una atribución originaria, un momento en que se efectúa una sustitución simbólica entre la necesidad y el significante. Lacan retoma este mecanismo de la formulación freudiana de “La negación”, y lo reinterpreta más adelante en términos de nominación: un acto por el cual algo recibe existencia simbólica al ser nombrado.
En suma, lo que el grafo y el punto de capitón ponen en juego no es solo un esquema técnico, sino una lógica del sujeto: el modo en que éste puede inscribirse en el campo del Otro, encontrar un punto de anclaje en una cadena que, por estructura, lo excede.
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