El aforismo lacaniano “No hay relación sexual” es una de las frases más repetidas dentro del psicoanálisis, aunque a menudo se malinterpreta o se toma de manera superficial. Su significado implica una direccionalidad precisa en la enseñanza de Freud y Lacan, señalando un impasse estructural en el sujeto hablante: la imposibilidad de una relación complementaria en el campo de la sexualidad.
La práctica psicoanalítica avanza en dos tiempos. En un primer momento, la palabra parece ofrecer soluciones, generando la ilusión de un progreso en la cura. Sin embargo, más adelante, lo que emerge es el obstáculo: un límite que la palabra no puede franquear y que se manifiesta como una imposibilidad fundamental.
Este límite, según el psicoanálisis, se encuentra en el campo de lo sexual y debe ser abordado desde una perspectiva lógica y topológica, ya que el lenguaje, en sí mismo, no es suficiente para captarlo. El sujeto hablante, al estar capturado por el significante, queda separado de cualquier posibilidad de totalización o complementariedad. En otras palabras, hablar implica perder la relación natural con el goce.
El axioma “No hay relación sexual” señala que la complementariedad plena entre los sexos es imposible para el sujeto estructurado por el lenguaje. En su lugar, lo que existe son relaciones sintomáticas o fantasmáticas, intentos de compensación que nunca alcanzan la armonía idealizada. Es en la distancia entre lo que se busca y lo que se encuentra donde aparece el deseo, impulsando la dinámica del sujeto.
Si en el campo de la sexualidad no hay naturalidad, algo debe operar como conector en las relaciones. En este punto, Lacan introduce una triada fundamental:
- Demanda
- Deseo
- Goce
Las relaciones entre sujetos pueden organizarse en torno a estas dimensiones, pero en la experiencia analítica se observa que, en la mayoría de los casos, una de ellas predomina sobre las otras.
Un ejemplo recurrente en la clínica es el de los lazos gozosos: relaciones en las que los sujetos se sienten atrapados sin poder abandonarlas, señalando la presencia de un “algo” indeterminado que los retiene. Este algo no se encuentra en la persona del partenaire, sino en el lazo mismo, que se vuelve fuente de goce.
Este goce no es placentero, sino inercial y repetitivo, un punto de satisfacción que escapa a la significación y que sostiene la relación más allá del deseo. Es aquí donde el trabajo analítico consiste en activar la palabra y llevar a cabo una lectura detallada que permita identificar el rasgo singular que sostiene ese lazo.
Finalmente, el proceso lleva al sujeto a reconocer que el verdadero vínculo no es con el partenaire, sino con un Otro primario, origen de su estructura psíquica. Es este desplazamiento lo que abre la posibilidad de un cambio en la relación con su propio deseo.
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