miércoles, 23 de julio de 2025

Entre el 0 y el 1: letra, borde y denotación del sujeto

A partir del recorrido de Cantor, retomamos el valor de la letra como aquello que se instala en un borde —distinto del límite—: un borde que señala lo imposible de escribir. Este borde puede pensarse como el litoral que marca la zona de contacto (y fricción) entre lo real y lo simbólico, pero también entre lo real y el saber. Lo que ese litoral impide es la tautología, la repetición como identidad. La letra, en su singularidad, fractura la repetición idéntica.

La función de la letra es entonces designativa, y esta designación implica un salto, tal como lo plantea Cantor. No se trata de cualquier salto, sino de una operación que evidencia el límite mismo de una formalización: allí donde ya no se puede escribir más, la letra marca ese extremo. Esta marca deviene condición para dar cuenta lógicamente de lo que el significante de la falta en el Otro escribe. Así, el borde se articula con el deseo, con el goce (en tanto anomalía) y con el sujeto, en su forma subvertida.

Frente a este borde, sólo la letra puede designar. Y esa letra se configura como una unaridad: algo que porta una forma de unicidad sin ser ni “lo único” ni lo “unificado”. Es en este punto donde el rasgo unario adquiere toda su potencia.

Ese rasgo permite pensar las consecuencias de un vaciamiento de lo cualitativo. Ya no se trata de predicar, sino de enfrentar lo impredicable. Esta orientación cuestiona la suficiencia del enfoque atributivo de la sexuación: no lo descarta, pero muestra sus límites.

El problema se desplaza entonces hacia cómo considerar al sujeto más allá de lo cualitativo, y para eso es necesario llevarlo al campo de la denotación. La pregunta que se abre es:
¿Es la denotación el campo que abre la brecha entre lo particular y lo singular?

El significante, al operar en lo real, introduce allí una diferencia radical. Presuponemos ese real como homogéneo antes de la incidencia simbólica. En tanto efecto del significante, el sujeto no es entonces una interioridad, sino una discontinuidad en ese real.

Pero no se trata ya del sujeto alojado en la significación fálica, como en el esquema Rho. Este sujeto —el que se localiza entre el 0 y el 1— no es enumerable. Su lógica no es contable, ni responde a la consistencia de una serie. Es, más bien, el efecto lógico de una letra que bordea lo imposible.

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