La escritura se sitúa allí donde el metalenguaje resulta imposible. Esto implica que el falo deviene letra, abriendo la puerta a un cambio de lógica: se pasa de la atribución a aquello que funda el conjunto. Lacan insiste en que no se trata aquí de la falta significante, sino de una falla y de las condiciones de su sintomatización.
Desde un inicio, el falo ha estado ligado a la operación del Nombre del Padre y a la castración, así como al primer tiempo del tránsito edípico, vinculado al funcionamiento del Deseo de la Madre. En consecuencia, mantiene una doble relación: con el deseo y con el goce. Sin embargo, se produce un desplazamiento desde la significación fálica hacia el falo como letra que delimita lógicamente el conjunto. En este pasaje se omite el momento intermedio en el que el falo es trabajado como significante, incluso cuando entonces se lo vinculaba a la falta que afecta al Otro.
En el marco de las fórmulas de la sexuación, la relación del falo con el goce lo posiciona como obstáculo para la relación sexual. Este planteo resulta paradójico, dado que la imposibilidad de dicha relación se aborda desde los axiomas que estructuran el campo.
Pero, ¿qué significa que el falo-letra sea obstáculo a la relación sexual? Una respuesta posible es que, al ser la única Bedeutung que el lenguaje ofrece, impide escribir la diferencia hombre/mujer, limitándose a marcar una discrepancia entre dos campos definidos por su modo lógico de caer bajo dicha función.
Esta diferencia emergente interroga la “condición de verdad” del falo. La cuestión es compleja: como letra, el falo designa el litoral entre semblante y verdad. No otorga identidad, sino que habilita la predicación, sin por ello eliminar el obstáculo que representa.
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