Trasladar el S1 desde el lugar del dominio hacia una dimensión intermedia entre el significante y la letra abre la posibilidad de un nuevo lazo entre el discurso y lo escrito. En el Seminario 18, Lacan plantea una pregunta central: “¿Cuál es la función de lo escrito?”. Este interrogante nos permite subrayar dos aspectos esenciales:
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Lo escrito no pertenece al mismo orden que la palabra.
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La noción de “función” remite a una lógica que se articula con el inicio ligado a la operación del Padre.
Lo escrito, de carácter tipográfico, se presenta como secundario respecto del efecto del lenguaje. Para Lacan, la palabra es siempre primera: se vincula al lugar de la verdad y, en el seminario, se enlaza con el campo del semblante. De este modo, se establece una oposición —aunque no excluyente— entre semblante y escritura, en la que pueden darse anudamientos contingentes.
En tanto el psicoanálisis es una práctica de la palabra, lo escrito introduce una lógica que impide reducir la cuestión al mero plano del dicho. Desde esta función, Lacan propone interrogar la estructura del lenguaje, ya que lo escrito se ubica allí donde no existe metalenguaje. Desde esta perspectiva, se abre la pregunta por el modo en que se transmite la prohibición.
Decir que lo escrito se emplaza donde falta el metalenguaje implica reconocerle una función lógica: establecer un lazo allí donde la relación sexual “no cesa de no escribirse”. Así, Lacan afirma que toda relación es lógica, y que solo puede sostenerse en la función de lo escrito.
Esto significa que no hay relaciones naturales o connaturales; toda relación requiere de una escritura que le sirva de sostén. En este punto, Lacan introduce una reformulación del falo, solidaria con el movimiento asociado al Nombre del Padre.
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