La lógica es el instrumento adecuado para demostrar lo imposible. Sin embargo, la cuestión es cómo operar con ella; de allí la necesidad de un rodeo por la topología.
Lo que se pone en juego es el forjar un inicio a partir de una existencia. La demostración que funda la existencia presupone, desde su necesariedad, una inexistencia previa a su inscripción. Esa inexistencia, para adquirir consistencia, requiere una demostración formal.
Lo necesario de la existencia es que, sólo a partir de ella, se delimita una inexistencia. Esta puede considerarse como una falla en la estructura del lenguaje: algo de lo que el lenguaje no puede escribir. De ahí lo “previo” de esta inexistencia.
La pregunta entonces es cómo se subjetiva la imposibilidad de escribir la relación sexual, si tal imposibilidad se ubica en el plano de la estructura del lenguaje. Que la falla afecte al lenguaje no dice nada aún sobre su impacto en el cuerpo del sujeto. En ese punto es indispensable la operación, sin la cual no hay subjetivación.
La existencia toma el modo lógico de lo necesario. Este es el lugar y la función del síntoma: con su consistencia responde al agujero de la inexistencia. El síntoma presupone además una verdad, inseparable de la dimensión del semblante.
La articulación entre síntoma y verdad se sostiene porque el síntoma no sólo porta un valor de verdad, sino también un valor de goce. Se trata de un goce suplementario que obtura la falta de aquel goce que haría posible la relación sexual. Así, el no hay relación sexual se impone como verdad, y esta sólo puede medio-decirse a través de la operación del semblante, sin el cual tampoco habría síntoma.
En suma, la operación que produce la existencia necesaria delimita retroactivamente la inexistencia. La existencia se vuelve entonces soporte de lo que obtura ese vacío: la verdad y el goce.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario