El tema de la crueldad del melancólico no pertenece a un texto único o canónico, sino que proviene de una línea de lectura —tanto clínica como filosófica— que intenta pensar la posición del sujeto melancólico frente al Otro, al objeto y a sí mismo. Es una fórmula muy usada en el psicoanálisis contemporáneo (particularmente en autores de orientación lacaniana), y su sentido se articula en torno a varias coordenadas: la identificación con el objeto perdido, el goce mortífero y la imposibilidad del duelo.
En Duelo y melancolía (1917), Freud observa que el melancólico no sólo ha perdido un objeto amado, sino que introyecta esa pérdida, identificándose con el objeto mismo. Dice:
“La sombra del objeto cayó sobre el yo.”
Esa frase es crucial: el melancólico se convierte en el propio objeto perdido, y por eso dirige sobre sí la agresividad que en realidad pertenece al objeto. La autoacusación, el autorreproche y el desprecio de sí son, en ese sentido, formas invertidas de odio hacia el objeto.
Es ahí donde asoma la crueldad: el melancólico se ensaña consigo mismo, pero en rigor se está vengando del objeto que lo abandonó o lo decepcionó.
Esa “crueldad” tiene una doble cara:
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Crueldad hacia sí mismo, porque el sujeto se reduce a residuo, a desecho, gozando de su propia degradación.
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Crueldad hacia el Otro, porque al permanecer inseparable del objeto, el melancólico castiga al Otro con su tristeza, lo confronta con una falta imposible de reparar.
 
Por eso, clínicamente, los melancólicos pueden ejercer una violencia muda, no a través del grito o la furia, sino desde una culpa que paraliza al entorno. El “yo soy nada” del melancólico se transforma en una acusación silenciosa dirigida al Otro: “Vos me hiciste nada”.
En el plano filosófico-literario, autores como Georges Bataille y Maurice Blanchot también han descrito esa crueldad como una forma de soberanía negativa: el melancólico encuentra en su sufrimiento un lugar de poder, una experiencia límite donde se enfrenta al sinsentido mismo de la existencia.
Blanchot diría que en la melancolía hay una “fidelidad a lo imposible”. Es cruel porque no renuncia, porque persiste en la pérdida. No hay transacción posible: el melancólico elige mantenerse fiel al objeto desaparecido.
Clínicamente, esa crueldad no es moral, sino estructural: el melancólico encarna la falta que no puede simbolizar. Y allí donde el neurótico culpa al Otro, el melancólico se acusa a sí mismo con una precisión despiadada.
Aportes de Hassoun
Geneviève Hassoun (psicoanalista francesa de orientación lacaniana, cercana a Pontalis y Green) trabajó la melancolía desde una lectura muy fina del texto freudiano, interesándose particularmente por la relación del sujeto melancólico con el Otro, la palabra y la crueldad. En su obra, la “crueldad del melancólico” aparece como una categoría clínica y ética a la vez: una forma singular de relación con la falta.
La imposibilidad del duelo y el amor absoluto
“El melancólico no ama al objeto: lo devora para no perderlo.”
La crueldad como forma de amor
De allí su frase “El melancólico no sufre de su crueldad, sino por su amor cruel.”
El Otro cruel y el retorno de la voz
“Esa voz que lo acusa, lo mantiene atado. Es su modo de seguir hablando con el Otro.” (Hassoun)
De ahí la ambigüedad: la voz cruel es al mismo tiempo su verdugo y su sostén.
Crueldad, sacrificio y testimonio
En esa línea, escribe: “El melancólico no puede dejar de mostrar que algo falta; pero al hacerlo, se ofrece él mismo como prueba.”
Esto enlaza con la idea de testimonio imposible: el melancólico da testimonio de lo que no puede ser dicho, de lo que en el lazo con el Otro quedó sin simbolizar.
Clínica: una ética de la hospitalidad al dolor
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