lunes, 3 de noviembre de 2025

La crueldad en la melancolía

El tema de la crueldad del melancólico no pertenece a un texto único o canónico, sino que proviene de una línea de lectura —tanto clínica como filosófica— que intenta pensar la posición del sujeto melancólico frente al Otro, al objeto y a sí mismo. Es una fórmula muy usada en el psicoanálisis contemporáneo (particularmente en autores de orientación lacaniana), y su sentido se articula en torno a varias coordenadas: la identificación con el objeto perdido, el goce mortífero y la imposibilidad del duelo.

Freud: la pérdida y la identificación.

En Duelo y melancolía (1917), Freud observa que el melancólico no sólo ha perdido un objeto amado, sino que introyecta esa pérdida, identificándose con el objeto mismo. Dice:

La sombra del objeto cayó sobre el yo.

Esa frase es crucial: el melancólico se convierte en el propio objeto perdido, y por eso dirige sobre sí la agresividad que en realidad pertenece al objeto. La autoacusación, el autorreproche y el desprecio de sí son, en ese sentido, formas invertidas de odio hacia el objeto.

Es ahí donde asoma la crueldad: el melancólico se ensaña consigo mismo, pero en rigor se está vengando del objeto que lo abandonó o lo decepcionó.

Lacan: el goce del dolor y la falta de mediación

Lacan retoma a Freud y agrega una torsión estructural: el melancólico no se separa del objeto a, sino que se identifica con él. El duelo, dice, implica simbolizar la pérdida; el melancólico, en cambio, encarna la pérdida misma.
Por eso, su sufrimiento no lo vacía —como ocurre en la tristeza— sino que lo sostiene. El dolor es su modo de ser.

De allí deriva la crueldad: el melancólico goza de su propio padecimiento; su sufrimiento no es pasivo, sino activo, incluso feroz, una forma de mantener vivo al Otro en su interior.
Lacan dirá que, en la melancolía, el sujeto está en posición de objeto absoluto del goce del Otro, sin mediación significante que limite o regule ese lazo.

La crueldad como goce del exceso

Esa “crueldad” tiene una doble cara:

  • Crueldad hacia sí mismo, porque el sujeto se reduce a residuo, a desecho, gozando de su propia degradación.

  • Crueldad hacia el Otro, porque al permanecer inseparable del objeto, el melancólico castiga al Otro con su tristeza, lo confronta con una falta imposible de reparar.

Por eso, clínicamente, los melancólicos pueden ejercer una violencia muda, no a través del grito o la furia, sino desde una culpa que paraliza al entorno. El “yo soy nada” del melancólico se transforma en una acusación silenciosa dirigida al Otro: “Vos me hiciste nada”.

Bataille y Blanchot: la soberanía del sufrimiento

En el plano filosófico-literario, autores como Georges Bataille y Maurice Blanchot también han descrito esa crueldad como una forma de soberanía negativa: el melancólico encuentra en su sufrimiento un lugar de poder, una experiencia límite donde se enfrenta al sinsentido mismo de la existencia.

Blanchot diría que en la melancolía hay una “fidelidad a lo imposible”. Es cruel porque no renuncia, porque persiste en la pérdida. No hay transacción posible: el melancólico elige mantenerse fiel al objeto desaparecido.

En síntesis, La crueldad del melancólico es el reverso del amor absoluto: un amor que, al no poder aceptar la pérdida, se vuelve goce mortífero. Es la crueldad de quien no perdona al Otro por haberlo hecho faltar, y tampoco se perdona a sí mismo por haber amado.

Clínicamente, esa crueldad no es moral, sino estructural: el melancólico encarna la falta que no puede simbolizar. Y allí donde el neurótico culpa al Otro, el melancólico se acusa a sí mismo con una precisión despiadada.

Aportes de Hassoun

Geneviève Hassoun (psicoanalista francesa de orientación lacaniana, cercana a Pontalis y Green) trabajó la melancolía desde una lectura muy fina del texto freudiano, interesándose particularmente por la relación del sujeto melancólico con el Otro, la palabra y la crueldad. En su obra, la “crueldad del melancólico” aparece como una categoría clínica y ética a la vez: una forma singular de relación con la falta. 

La imposibilidad del duelo y el amor absoluto

Para Hassoun, el rasgo esencial del melancólico es que no puede perder sin perderse.
En el duelo, retoma, el sujeto acepta la pérdida del objeto porque mantiene su investidura libidinal en otros lugares.
En la melancolía, en cambio, el objeto no se pierde: se incorpora, y el yo queda ocupado por un Otro absoluto.

El melancólico no ama al objeto: lo devora para no perderlo.

Ese acto de devoración es cruel, porque implica una anulación del objeto y del yo simultáneamente.
No hay separación posible: el amor se vuelve total, caníbal. Es una forma de amor que no admite la alteridad —un amor sin límites, por eso cruel.

La crueldad como forma de amor

Hassoun subraya algo muy interesante: la crueldad del melancólico no es sadismoNo se trata de gozar destruyendo al otro, sino de una forma de fidelidad sin renuncia. El melancólico no puede “soltar” al objeto, porque hacerlo equivaldría a perder su propio ser.

La crueldad, entonces, no está del lado de la agresión externa, sino de una identificación mortífera, donde el sujeto se hace objeto para permanecer unido.

De allí su frase El melancólico no sufre de su crueldad, sino por su amor cruel.” 

El Otro cruel y el retorno de la voz

En textos como La cruauté du mélancolique y Les enfants de Caïn, Hassoun ubica la crueldad también del lado del Otro.
El melancólico escucha en sí una voz cruel, la del superyó, que le dicta su indignidad. Esa voz es la huella del amor del Otro, pero invertido: ya no amor, sino mandato.

Por eso, el melancólico habita una escena de juicio permanente.
El Otro le habla sin cesar, pero sólo para reprocharle. Y, paradójicamente, esa voz lo mantiene con vida: es su último lazo libidinal.

Esa voz que lo acusa, lo mantiene atado. Es su modo de seguir hablando con el Otro.” (Hassoun)

De ahí la ambigüedad: la voz cruel es al mismo tiempo su verdugo y su sostén.

Crueldad, sacrificio y testimonio

Hassoun también asocia la melancolía con la escena sacrificialEl melancólico se ofrece en sacrificio al Otro, como testimonio de su falta.
Por eso su sufrimiento tiene una estructura de acto: es una forma de mostrar la falla del Otro y, al mismo tiempo, mantenerla viva.

En esa línea, escribe: “El melancólico no puede dejar de mostrar que algo falta; pero al hacerlo, se ofrece él mismo como prueba.

Esto enlaza con la idea de testimonio imposible: el melancólico da testimonio de lo que no puede ser dicho, de lo que en el lazo con el Otro quedó sin simbolizar.

Clínica: una ética de la hospitalidad al dolor

En la clínica, Hassoun insiste en que no hay que intentar “curar” esa crueldad mediante el optimismo o la identificación reparadora. El trabajo analítico consiste en abrir un espacio donde el melancólico no sea expulsado por su goce; en otras palabras, alojar su crueldad, sin moralizarla ni devolverla como culpa.

Para ella, el analista debe soportar la violencia muda del melancólico, sin responder desde la compasión o la pedagogía.
La ética, en ese punto, es la de sostener la hiancia sin intentar llenarla.

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