jueves, 4 de abril de 2019

La angustia en los niños: ¿Cómo la elabora el juego?

Notas de la conferencia dictada por Norma Bruner, el 03/10/2017

El psicoanálisis implica una posición ética frente al tratamiento de un niño. Al trabajar con niños, estamos trabajando con sujetos que están cursando ese espacio-tiempo que podemos llamar infancia.

Hace un año habíamos abierto la temática del niño con autismo, el juego y las identificaciones primordiales. Hoy vamos a retomar desde otro lugar la pregunta por la función del juego y sus efectos para la constitución del sujeto y el desarrollo infantil. Al jugar, el niño produce una serie de transformaciones que, al mismo tiempo y por su efecto, los transforman a él como sujeto. El jugar es para el niño un operador que produce consecuencias en el sentido matemático del término.

¿Cómo llega un niño a jugar? Porque no va de suyo que advenga el juego. Un bebé adviene y no va de suyo que se suba a un escenario de juego que va produciendo, construyendo y creando a partir de la oferta de sus otros primordiales. Nos encontramos con niños que desde el punto de vista madurativo están en la niñez y sin embargo no podríamos decir, desde un punto de vista simbólico, afirmar que se trata de un niño relacionado al juego. Estos niños, caídos o que nunca se subieron a la escena del juego, presentan perturbaciones que podríamos marcar como complejas y graves en su constitución como sujetos de deseo, como sujetos sexuados, como sujetos sujetados al lenguaje y sus leyes, aquellas que fundan las leyes de nuestra cultura humana y nos humaniza, sujetos con grandes dificultades al contar con una norma o ley que normativice y regule las condiciones del deseo, que son las que va a permitir las relaciones sociales, las relaciones sexuale, de parentesco. Trabajar con niños que no han podido subirse al escenario del juego o se han caído de él, abre a la pregunta por las condiciones de posibilidad para que ello ocurra. ¿Cuáles son estas condiciones? Las respuestas son parciales, siempre conjeturas y nunca conclusiones.

Hay un hecho clínico verdadero: si un niño no adviene a poder subirse al escenario del juego, esto trae como consecuencia una posición como sujeto que lo deje fuera de juego. Lacan utiliza un término, a propósito de la angustia y el comienzo de la angustia, en el S. IV: el comienzo de la angustia de Juanito es cuando ya no hay que ofrecer, no hay imaginario para ofrecer a la demanda de la madre y aparece así un fuera de juego. Ahí sobreviene la angustia.

Hay una relación paradojal en la relación de la angustia en la infancia, que lleva como brújula a tener que decidir en cada uno de los pasos cómo intervenir y con qué finalidad. Ustedes saben que la angustia tiene una función clínica y ora constitutiva de la angustia. la angustia es constitutiva y constituyente para el sujeto, porque señala y permite una serie de operaciones que están al servicio de la separación respecto a la demanda del Otro y su goce. La angustia es un motor para el sujeto, en el intento de alcanzar una cierta posición de corte y diferencia respecto a un deseo que pueda ser no anónimo para él y poder sostenerlo en nombre propio. Justamente, si decimos que un niño no llega a subirse al escenario del juego, sino que depende para ello de la oferta y la demanda del deseo del Otro, que posibilite y construya las condiciones y que forme parte de ese juego, ustedes saben que la constitución del sujeto del lado del niño comienza y nace a partir del campo del Otro, un Otro primordial que va a ser ocupado por diversos representantes, un Otro representante de las leyes que fundan la cultura. El nacimiento y el advenimiento del sujeto del lado del niño depende de un Otro que asista, responda a las necesidades primarias y cuidados y además que desee que del lado del niño llegue a haber una posición de sujeto de deseo distinta y diferente a la suya.

El deseo del Otro motoriza el desarrollo infantil. El desarrollo no es espontáneo ni natural, no depende de la dotación orgánico-biológica, sino que lo atraviesa y lo configura el deseo del Otro. El deseo del Otro porta ideales respecto a ese niño, que anticipa paso a paso, abriendo vías y caminos facilitadores, intercambios que se producen como primordiales en este circuito circular asimétrico. No es recíproca la relación entre el Otro y el niño. Ahí está la coyuntura del ser humano, porque para poder constituirse y humanizarse, está atado a que haya a un Otro que desee su humanización y que además le enseñe, le brinde las condiciones para poder desear subirse al escenario de la cultura. ¿Cómo lo hace?

Lo hace desde -bajémoslo a la trinchera- a partir de producir espacios y tiempos de encuentro de juego. La transmisión de las leyes de la cultura (leyes del lenguaje), aquello que podemos denominar como aprehendizaje en sentido amplio, la apropiación de esas leyes, se produce a partir de estos intercambios primordiales, primarios, que no no son innatos sino a construirse una y otra vez de nuevo bajo la lógica de la repetición, a partir de la matriz lúdica. Esta es mi hipótesis bajo la que propongo partir. Esta matriz lúdica comienza desde el campo del Otro. Esto ya lo podemos leer en Freud a partir de la primera experiencia de satisfacción en Proyecto de Psicología para neurólogos. El Otro acude a satisfacer -o a intentar hacerlo- una necesidad, pero crea al mismo tiempo ese espacio inútil, que solo sirve para la puesta en marcha de lo que los psicoanalistas llamamos el principio del placer.

El principio de placer tiene en todo que ver con lo que le hace de límite a la angustia, porque para el psicoanálisis el principio de placer es justamente lo que le va a permitir al aparato psíquico tramitar la pulsión de muerte. La angustia denota y denuncia un punto de imposibilidad de la tramitación de la pulsión de muerte. ¿Cómo hacen los niños primordialmente durante la infancia para vérselas con la pulsión de muerte? Freud nos dice que la actividad central es la del juego.

Tiempos de sobrediagnósticos y medicalizaciones. El discurso social es que el niño quede fuera del juego, porque la preocupación es hacia lo real del desarrollo, a su rendimiento (orgánico, lenguaje, aprendizaje), empuja al niño fuera del juego. Esto no es casual, cada vez más acuden a consulta niños en estados angustiosos. Podemos decir que nuestros niños están cada vez más angustiados. Creo que es porque hay, en relación a ellos, un acento que pone su Otro social, en lo real de su desarrollo y no en lo simbólico. Mucho menos en su imaginario del desarrollo. Hay un real, un imaginario y un desarrollo del desarrollo. Lo real del desarrollo es el real orgánico, hay una preocupación creciente orientada hacia la infancia, impulsada por los neoconductistas actuales, donde se piensan los procesos psíquicos en relación a una máquina cibernética, o a un funcionamiento real del sistema nervioso central, que se explica de una manera autónoma. Son tiempo donde los adultos estamos absolutamente angustiados y preocupados por el futuro, el acento está puesto en los gatos, en pensar una enseñanza a partir del dadaísmo, de la acumulación de datos, la memoria pensada como acumulativa, en tiempos donde el capitalismo ha atravesado todos los ámbitos de pensamiento acerca del sujeto, no hay lugar para el juego. ¿Quién privilegiaría la importancia del juego y de jugar en estos tiempos? Son tiempos que la demanda, necesaria para motorizar el desarrollo infantil, se ha transformado en su ética para pasar a ser exigencia superyoica. La angustia de los niños no se hace esperar. En tiempo en que los adultos no sabemos qué enseñarle a los niños o qué transmitirles para su futuro laboral, el juego cae. Escuchemos lo que la angustia de los niños tiene para decirnos. Parte de lo que tiene para decirnos es que está cayendo la subjetividad, el acento en la objetalización, en la mercantlización, estandarización, en las generalizaciones que forcluyen la singularidad. ¿Qué le demandamos a los niños hoy? ¿Cuál es el fantasma social que rige esa demanda? No son tiempos donde lo imaginario pueda desarrollarse y lo simbólico del desarrollo está en caída libre.

Caso clínico:
Juan (9). En las entrevistas iniciales me dice “Yo le busco la falla en las películas para no sentir miedo, así me doy cuenta que son de mentira. Por ejemplo, si veo una de OVNIs, trato de ver dónde están mal hechos. Mis juguetes me dan miedo. A la noche, tengo la impresión de que están vivos y se mueven. Siempre se me aparece Chucky con un cuchillo. Quiere matarme a mi, a mi papá y a mi mamá. Para no tener pesadillas digo quedate tranquilo Juan, pero Chucky vuelve al ataque y a ese no puedo encontrarle ninguna falla. Me despierto. Tengo miedo a los ruidos. Los perros que ladran me asustan muchísimo. Tengo muy fea letra, mi letra es como yo. No me gust participar mucho en clase, porque siempre tengo miedo de que no me entiendan. Yo tengo problemas para hablar, leer y escribir. Me como las letras”. Juan ha estado desde los 2 años en tratamientos diferentes para arreglarles su numerosos problemas, según la madre, todos de orientación cognitivo conductual. Mirando una escultura en mi escritorio, que está arreglada con pegamento transparente, Juan me dice “Norma, se te rompió”. Le digo “Bien, encontraste una falla en la realidad y no solo en una película. la vida y las personas reales tenemos fallas y errores y si querés te puedo ayudar a arreglarlos”. Juan me mira y me dice “Yo me esfuerzo mucho por aprender matemática e historia. Esa si es pura farsa, mentiras totales. Rosas, Malvinas, Sarmiento, Hitler, Napoleón, Estados Unidos y el petróleo, Alemania y la Segunda Guerra, son los más poderosos” Al escuchar a Juan, con estos pensamientos como si fueran propios, quizás acentuados por ser un niño pequeño de estatura y contextura, tengo la impresión de estar frente a un portavoz de conflictos de otra generación. La historia de las generaciones que lo anteceden se desplegará en las entrevistas con sus padres. Juan está inmerso en una guerra ajena, no escrita aún como su historia y por ende es para él ilegible, de letra muy fea. Le pregunto que le gusta, y me responde “A mí me gusta jugar, me gusta dibujar”. Le ofrezco hojas y lápices y dibuja el país de la imaginación. En la mitad superior de la hoja están los super héroes, llenos de armas y poderes, blindajes en sus cuerpos, armas, escudos, bocas enormes, orejas sobresalientes, ojos biónicos, manos ágiles y entrenadas. En la mitad inferior, minúsculo hombrecitos que intentan parecérseles, pero cuya indefensión e insuficiencia es evidente. Los de abajo están mal hechos y sin terminar. A algunos le faltan pedazos de cuerpo. A otros le faltan los límites, lo cual hace de ellos cuerpos irreconocibles y deformes. Juan dice sobre su dibujo “Cuanto más realistas, más miedo me dan, porque te pueden sorprender. Me olvido que son imaginarios, que son simples muñequitos”.

Ya en tratamiento y luego de unos meses, me cuenta una pesadilla que tuvo esa semana “Soñé que me convertía en un juguete. Una bruja convertía a todos en juguetes, muñecos y muñecas. Lo envenenaba a Dios y se apoderaba del planeta. Quería matarlos a todos. Le pregunto en qué juguete lo convirtieron a él. “En un lego. ¿Viste que los legos son los que más se parecen a nosotros?” Juan fue traído a consulta por crisis de angustia, problemas de aprendizaje, de conducta, reacciones desmedidas, caprichos, miedos, pesadillas. Duerme aún con sus padres, tiene terror a Chucky. Vive obsesionado, lo ve en todas partes. Su madre, para que no tuviera miedo a los juguetes, un día le hizo elegir los que más le gustaban, que eran los que más miedo le daban y los tiró por el incinerador. Este caso es de hace muchos años, cuando había incinerador.

El padre dice “Me ventajea, se hace el boludo, busca zafar. Todos lo ven bueno y simpático, lo quieren mucho, pero en casa muestra su verdadera cara”. Tengan presente la historia de Chucky. “Para mí lo que está bien está bien; lo que está mal hecho, está mal. La verdad es una sola. Ya me di cuenta que él nunca va a poder hacer todo bien. Juan nació prematuro, sietemesino, con bajo peso y estuvo 2 meses internado, con crisis de ahogo desde las 48 horas de vida, por vago, porque era el más quejoso de los prematuros”.

Siempre tuvo problemas: disgrafias, dislexias, dispraxias. Le sugirieron que haga permanencia en sala de 5, con 7 años empezó a tener neumonitis alérgicas, crisis asmáticas y de ahogo. Tiene terrores nocturnos. A esa edad él cambió de escuela, porque según los padres no se esforzaba por nada y él le había tomado el tiempo a la maestra, de la que dice el padre “A esa no va a poder dibujarla”. Muda o bulliciosa.

El estado angustioso puede llegar a ser un llamado de auxilio o una demanda de respuesta, pero solo si se lo escucha y se lo registra como tal. Sin embargo, el estado angustioso en un niño no necesariamente requiere tratamiento. Precisar y diferenciar esta cuestión en las entrevistas preliminares constituye una intervención clínica y yo diría, también a la hora de pedir una consulta desde la escuela. La angustia puede presentarse frecuentemente, de varias maneras: muda, ciega, sorda. Suele pasar desapercibida para muchos educadores, padres y pediatras. O bien hacer ruido y mostrarse bulliciosa, despertando una y mil noches, atropellando o invadiendo espacios o no pudiendo entrar o salir de ninguno, resistiendo a los aprendizajes primordiales y los controles de los circuitos pulsionales, transformando los intercambios con el Otro en pesadilla. Hastío, promoviendo la curiosidad y el deseo de saber, impidiendo el juego y su desarrollo.

Una de las caras preferidas de la angustia en la infancia es el aburrimiento. Se instala en la escena del mundo cotidiano infantil, trae berrinches, tristezas, apatías, confundiendo al principiante o al avezado. La angustia tiene una función paradojal, por ello debemos diferenciar si está en posición de motor y facilitador o en la posición que llega a poner al sujeto en cuestión para que se caiga y quede fuera de juego. Es importante recordar que los llamados estados angustiosos de la infancia son constituyentes y constitutivos y universales. La función de la angustia enfrenta a una situación paradojal. Por un lado se trata de sostener la angustia porque así tiene la chance de transformarse en angustia constitutiva y constituyente y relanzar la función del deseo. No se trata de sostener la angustia, sino de su función. Si la respuesta a la angustia no se da simbólicamente, “tranquilo, nada te va a pasar a ti”, función materna o “Dar al que pierde”, función paterna, una de las respuestas psíquicas posibles es el desarrollo de una fobia, como recurso de salida constitutiva para la angustia del niño.

La construcción y el desarrollo de una fobia es una de las respuestas defensivas inconscientes para los fenómenos de lesión, corte, suspensión, interrupción o herida del juego primordial en la infancia. En el juego, el niño se hace de un yo invulnerable, de un cuerpo seguro y protegido por el sentimiento heroico, por las condiciones de no-peligro real que el juego implica. Por ejemplo, allí el fantasma de su muerte en su interior no será peligroso, será inofensivo ya que en el juego puede procurarse su desaparición, su ausencia. Puede perderse y volver a presentarse sin peligro de muerte efectiva o ausenci definitiva. En el juego, el hilo que lo aguanta, lo separa y lo une a la vida, al Otro real del que depende absolutamente, puede sufrir corte, heridas, mutilaciones, desgarramientos, una y otra vez de nuevo, sin que la amenaza real e imaginaria de la separación y sus peligros se realice.

En el juego, podrá entrenarse para la soledad, corriendo todo tipo de pesares injustos, victorias, pesares, derrotas, desamparos, proezas, ya que “eso no puede pasarte a tí, es solo un juego”. Los bordes del juego funcionan como límite y protección frente al afuera del juego y del cuerpo. En el caso de Juan, hay un juego primordial lesionado, cortado, interrumpido y el niño cae expulsado del campo imaginario, al cual se reintegra gracias a la fobia y sus construcciones.

Juan actualmente sigue en tratamiento, intentando dibujarse con trazos y bordes amables, ya que puede soportar perder alguna que otra batalla sin que corra riesgos su integridad yoica.

Comparemos con el caso Juanito. En el caso de Juanito, Lacan dice “No se tiene en ningún momento la impresión de una producción delirante. Lo que es más, tenemos la clara impresión de una producción de juego. Es incluso tan lúdica que el propio Juanito tiene alguna dificultad para concluir y mantenerse en la vía de lo que ha tomado, por ejemplo, esa historia magnífica, la de la cigüeña y su intervención en el nacimiento de su hermana Anna. Entonces es capaz de decir, además después de todo ‘No crean en lo que acabo de decir, es solo un juego’”. Por una parte Juan queda excluído, cae de la situación, es expulsado por su hermana. Por otra parte, el falo interviene bajo una forma distinta. Esto plantea el difícil problema del orgasmo en la masturbación infantil, dice Lacan. Ahí dice: la angustia surge cuando el niño se ve, se siente que de pronto podría quedar fuera de juego. Se ve de pronto caído, o al menos ve que puede caer de su función de metonimia del falo y se imagina como una nulidad. Recuerdan el famoso dicho materno acerca de que el pene de Juanito era una porquería y recuerden la interpretación acerca de que esta significación se generaliza, deja de ser parcial y pasa a ser emblema del ser de Juanito. Justamente ustedes saben que la sede de la angustia es el yo, y esta pone en cuestión al ser. El peligro justamente es el de la desintegración del ser.

Lo que Freud llama angustia automática, podríamos decir que se trata de que la angustia anticipa un peligro por venir. La función de la angustia es absolutamente paradojal y aquel que piensa que si un niño está angustiado está inventando, merece al menos ubicarlo en un lugar de interlocución. La angustia se anticipa a un peligro por venir, no es ante la pérdida, sino ante el peligro que esa pérdida pueda llevarle o conllevarle a la persona.

En la que Freud ubica como angustia automática se trataría de una angustia que:

- desborda los disques del aparato psíquico, que es desbordante.

- Es inesperada, sobreviene de pronto, se siente fuera de juego. Es súbita.

- El aparato del psíquico del ser se siente avasallado.

- Está en relación a lo traumático, es frente al peligro de desintegración absoluta. Es del orden del traumatismo del yo.


Deja sin recursos.

En la angustia que Freud describe como señal de alarma:

- Hay anticipación del peligro.

- Se trata de perder algo valioso para el ser, pero no todo el ser.

- A esta posición la podemos pensar desde lo que los psicoanalistas ubicamos como el núcleo del complejo de Edipo, que es el complejo de castración.

- Es la angustia de castración, organizadora de la neurosis.

Lacan dice que la angustia es un nombre real del padre, uno de los nombres reales del padre, porque precisamente tiene la función, si se la sabe escuchar y si responde simbólicamente, de permitir un corte y diferencia con aquel peligro de ser tomado como el objeto que realice el deseo del Otro y sin poder zafar de esta trampa, trampa que por suerte y por desgracia estamos permanentemente ofrecidos, porque del campo del Otro depende nuestra constitución.

Entonces, Juanito comienza a medir la deficiencia existente entre lo que puede dar y aquello por lo que es amado. Desde el momento que existe también como real, no tiene remedio. Entonces se imagina como distinto que lo deseado esperado y en esta medida queda expulsado del campo imaginario. En la historia de Juanito podemos ubicar la emergencia de su angustia: cuando eso, un goce extraño, amenaza con forzarlo a convertirse él o una parte de su cuerpo, en lo que debe entregarle al Otro en su exigencia de satisfacción. Es allí donde la demanda del Otro pierde su posición ética y aparece como exigencia gozosa.

En la fobia, no hay juego propiamente dicho, pero puede haber distancia, ya que se trata de un sustituto del padre que lo defiende del peligro de ser devorado realmente por el insaciable materno. El síntoma fóbico se configura en el lugar de un juego primordial significante fallido con el padre como juego y jugado como síntoma. Recordemos que el juego preferido anterior a la fobia de Juanito era el que jugaba con su padre a montar el caballito. Ese juego, montar el caballito, es interrumpido y rechazado por Juanito cuando aparece la angustia previo al desarrollo de la fobia. Juanito escapa de este juego y solo es retomado cuando la fobia a los caballos cede.

Hoy, tanto del lado de Juanito como el de Juan (el primer niño), hay un juego primordial lesionado, cortado, interrumpido. El niño está expulsado del campo imaginario al cual se reintegra gracias a sus construcciones, a las cuales el DSM etiqueta como patología, muchas de las cuales sabemos que no lo son, sino que al tomarlas como tal estamos contribuyendo a abrir la brecha a caídas en lo real del niño y abriendo la puerta al autismo y psicotizaciones para él.

La angustia es un afecto. En el seminario VI, El deseo y su interpretación, Lacan nos dice que el afecto es algo que se connota en una cierta posición del sujeto por su relación al ser en tanto que en el interior de ese simbólico representa una irrupción de lo real perturbador. Es decir, el afecto se presenta en relación al ser como un real perturbador y se encuentra en el interior de lo simbólico, interrumpiéndolo, poniéndolo en cuestión, haciéndolo vacilar.

Al comienzo, recordemos que en la obra de Freud angustia y dolor no están diferenciados. En el lactante, angustia y dolor no están diferenciados. Solo más tarde, dice Freud, cuando se produce una novedad, pueden diferenciarse. ¿Cuál es esta novedad que debe llegar a advenir y que no va de suyo que llegue a hacerlo? La novedad es la representación, la construcción de la representación del objeto madre. Esto quiere decir que no va de suyo que los bebes tengan mamá, aunque haya una señora que se ocupe muy amorosamente de él, o un señor y muchos otros. M es la función madre, una posición simbólica que debe llegar a advenir para el bebé. Al comienzo, hay un otro real, debe llegar a posición de un Otro simbólico para el lactante. Y es interesante en este primer tramo, porque fíjense como el juego es lo que permite este pasaje de otro real a un Otro simbólico.

Dice Freud que la angustia y dolor parecerían estar al comienzo conjugados, luego se dividen. El lactante aún no puede precisar la diferencia entre la ausencia transitoria y la pérdida duradera. Hacen falta repetidas experiencias consoladoras hasta que aprenda que una desaparición suele seguirle una reaparición. La madre hace madurar ese discernimiento tan importante para él ejecutando el familiar juego de ocultar su rostro ante el niño y volverlo a descubrir para su alegría. De este modo, puede sentir entonces una añoranza no acompañada de desesperación. Desde el nacimiento, repetidas situaciones de satisfacción han creado al objeto madre, que ahora cuando despierta una necesidad, experimenta una investidura intensa que ha de llamarse añorante. Y a esta novedad es necesario referir y precisar el dolor y su reacción.

Entonces, la verdadera reacción de un hombre frente a la pérdida es el dolor. Y el trabajo psíquico que responde para poder amortiguar el dolor frente a una pérdida y el agujero que inscribe en lo real dicha pérdida, es el duelo. Entonces, la angustia en Freud anticipa un peligro por venir. En Lacan, este peligro por venir tiene un nombre preciso, y es que falta la falta. Es decir, que falte aquello que nos humaniza, que son las leyes del lenguaje y que entonces sea posible aquello que dichas leyes prohíben e imposibilitan: lo incestuoso y el asesinato primordial.

El dolor es la reacción frente a la pérdida; la pérdida del objeto, no cualquiera duele. Estamos de duelo por la pérdida de algo significativo, significante para cada uno y para cada quien. Pero el duelo es aquel trabajo psíquico, simbólico, que nos va a permitir darle una razón y una medida a lo perdido, permitiendo que no todo el ser se pierda, sino algo que sea posible de intentar ser nombrado. Solamente podemos limitar y precisar el dolor, qué nos duele, por qué nos duele, si lo simbólico hace su trabajo.

Ahora bien, ¿cómo el niño hace para poder separarse del Otro -del que depende absolutamente- sin que esto duela? ¿Por qué no le duele? ¿Quién dijo que no le duele? Por supuesto que duele. La angustia sobrevendrá frente a que el peligro de esta separación no se dé. La separación siempre es dolible y aliviadora, cuando se puede llevar adelante. Fíjense que Freud lo dice con todas las letras cuando nos dice que el niño solo puede perderse y perder al Otro en el juego. Solo en el juego y es jugando la pérdida vendrá con un dolor amortiguado. A este dolor amortiguado que la transferencia de afecto y el traspaso de dolor, de angustia y afecto -esto sería lo real del juego-, en el interior de lo simbólico amenaza al juego con perturbarlo o interrumpirlo, pero le va a permitir realizar su duelo. Freud dice, en el poeta o en el creador literario y el fantaseo, en Más allá del principio de placer, que el niño monta de intensidad afectiva a su juego, de grandes e importantes montos de afecto. Se toma muy en serio si juego, aunque no confunde el juego y el mundo que crea en este juego de la realidad efectiva. “¿No ves que es solo un juego?” Pero pregunta Freud, ¿Por qué habría de trasponer al juego lo desagradable, lo impresionante, lo doliente que implica perderse y perderlo al otro? Porque de esta manera puede precisar, acotar, limitar la pérdida y amortiguar y ahorrarse económicamente el dolor. Incluso Freud lo llama casi masoquista al niño, porque ustedes recordarán que en Más allá del principio de placer, cuando Freud se pregunta por que el niño introduce en el juego todo aquello que le haya causado una gran impresión.

¿Por qué el material de juego es lo desagradable, lo displacentero, lo doloroso? Freud dice que de esa manera abreacciona la densidad de la impresión, puesta al servicio de la descarga de la intensidad de la impresión y -es ahí donde yo leo el nudo borromeo en el juego, y el juego como 4° que anuda- el juego abreacciona la intensidad de la impresión, amortigua, hay una transferencia, un traspaso en el monto de afecto hacia el juego y de esta manera el niño se adueña de la situación. Se hace agente de la situación. El juego está al servicio del dominio yoico, es decir, de la reintegración narcisista.

En el juego intervienen componentes del sadismo, que queda como secundario respecto al masoquismo erógeno primario, representante de esta pulsión de muerte que queda fuera del juego, fuera del cuerpo narcísico, quedando dentro del real orgánico. Entonces, el niño monta el juego de afecto. Este traspaso del a en i (a) es lo que los psicoanalistas nos va a permitir un dato clave en el diagnóstico diferencial. Se trata de una divisoria de aguas entre un camino en relación a la neurosis o no. ¿Qué quiere decir el traspaso al juego? Lisa y llanamente, Freud lo dice claramente: el niño se venga, es un vengador, le hace su venganza al compañero de juego, infringiéndole lo vivenciado, lo sufrido en posición de objeto. Recordemos que en Freud el afecto no es reprimible, lo que se reprime son las representaciones. El afecto siempre está a la deriva, desamarrado, entre representaciones psíquicas, haciendo justamente falsos enlaces, traspasos. El juego permite la distribución -y ahí hay una función económica del juego- que pone al afecto a circular, en movimiento. Al mismo tiempo, permite ligar lo no ligado, porque es aquello que va construyéndole puentes al afecto, representantes representativos donde poder ir circulando. De hecho, psíquicamente podemos decir que llamamos a juego a este movimiento de circulación. Hay juego cuando hay circulación afectiva y cuando hay construcción de representaciones para que el afecto circule.

Decíamos que el juego está al servicio de la separación: “¿Dale que yo era…?”. El juego permite no solamente hacer una aparición, además de la censura de la función materna en la medida que se puede adentro del juego en la medida que afuera no, hacer una versión de lo que se era en relación al deseo del Otro, qué objeto libidinal se fue en ese deseo, por eso hay una función analítica en jugar, porque justamente el sujeto construye sus versiones. Pero al mismo tiempo, se separa de eso. “¿Dale que yo era…?”. quiere decir “ya no lo soy”. Permite dar una respuesta a la falta en el Otro. El niño construye versiones, es allí donde decimos que el juego tiene la misma función que la transferencia, es decir, está en función de la separación.

El juego tiene la misma función que el duelo al nivel de la estructura, por eso es que el trabajo del duelo y el trabajo del juego se articulan en la infancia. El juego permite, entonces, perder y perderse, amortiguando el dolor de dicha pérdida, salvaguardando al sujeto de la angustia que le conllevaría quedar atrapado en las fauces del goce del Otro. Es allí donde ubicamos a los niños que no pueden jugar, niños atrapados en las fauces, devorados por el goce del Otro en la psicosis. Es allí donde ubicamos a niños que ni siquiera han entrado en la boca del Otro, el autismo. En ambos, haciendo juego con la propuesta freudiana de Duelo y melancolía, lo he denominado a este campo  “La melancolía en la infancia”. Y he ubicado esta posición como puerta de entrada al autismo y a la psicosis. estas son pasibles de ser modificables y en este trabajo el juego tiene mucho para poder contribuir y permitir como sistema de transformaciones.

Pregunta: ¿Cuál es la incidencia de la tecnología en el juego actual de los niños?
No puedo responderte. El juego clínico no es un juego cualquiera. El juego en la clínica es un juego de transferencia. En ese sentido, los terapeutas, que también son tomados por la transferencia de una manera advertida o inadvertida, al igual que el analista, forma parte de las condiciones de la posibilidad del juego. Es un juego que incluye al analista. Entonces, de qué manera encontrar una llave para construir ese juego, te diría que es una llave del tratamiento de cada uno y cada quien, es una llave absolutamente singular y única. De todas maneras, podríamos decir que lo que un niño viene a jugar o a intentar jugar con el analista es aquel juego que no pudo ser jugado con el campo del Otro primordial. Un juego que no ha podido ser reconocido como juego. Para que advenga el juego depende de la sanción del Otro, que sancione la producción de un niño como lúdica. No va de suyo que algo por si mismo sea lúdico, sino que lo lúdico tiene estatuto de significante, está sancionado desde lo simbólico. Para mi algo puede ser un juego y para vos por ahí no. Justamente, hay algo que no pudo ser jugado por la historia del juego generacional, ahí es donde tenemos que ver el uno a uno y a ese niño que quedó fuera de juego.

En general, los niños que se encaminan hacia la neurosis se trata de juegos forcluidos, no jugados, no reconocidos como tales, que retornan desde lo real en formaciones que en general son denominadas desde lo social como sintomáticas y no va de suyo que lo sean. Es decir, no son reconocidas como juego y se repiten intentando encontrarle la chance a poder ser jugadas. Se trata de otra escena que intenta ser reconocida como tal para poder perderse. Es una otra escena que es conocida en el inconsciente.

Habrá que estar muy atentos a poder pescar cuáles son, el trabajo del analista es un trabajo de construcción, que puede tener efecto de interpretación, pero se trata de construir a partir de indicios, de restos, de significantes no dialectizados en la historia de ese niño, con los que sus Otros primordiales no han podido jugar. Por eso trabajamos con los padres y no solamente con los niños. Trabajamos también, si se puede, con tercer generación y con distintos ambientes como escuelas, pediatras, etc. Por otro lado, en lo que refiere a la construcción de historicidad que el juego permite, a nivel de lo constitutivo yo he propuesto en mi libro, basado en la investigación de mi tesis doctoral, una serie o conjunto de juegos que propongo como juegos unarios infantiles. Es una serie o conjunto de series de juegos constitutivos y constituyentes, matrices lúdicas a partir de las cuales se producen estos trabajos, estos procesos que deben acontecer en la infancia para la construcción del aparato psíquico, la constitución del sujeto y el desarrollo. En general, los niños que van haciendo pasos hacia una posición neurótica, es decir, comunes las atraviesan con más o menos dificultades. En los niños que ubicamos en el campo de la melancolía en la infancia, o no ha podido subirse, o se subió y se bajó. Hay que ver en qué punto se bajó y la distribución de todos sus movimientos. Esta serie permite hacer diagnóstico diferencial, a partir de nosografías propias de la clínica de niños y no de una clínica de adultos aplicada a los niños.

Respecto a los juegos y la tecnología, yo creo que la pregunta es si hay juego o no lo hay. Si hay juego, el juego produce, con los materiales que tiene a disposición, los efectos de subjetividad, con el desarrollo del espacio imaginario con todo lo que esto implica a nivel de la creación y la posibilidad del cuerpo, ya sea que esto se haga con una computadora, con un celular, o se haga con una muñeca. El problema es cuando eso deja de ser juego y pasa a ser tomado por la compulsión a la repetición, no simbólica, sino la real o lo imaginario desanudado a lo simbólico. Mientras que esté al servicio de poder tramitar diferencias, producir oposiciones, poder apropiarse y aprehender… Hay muchos supuestos y prejuicios en relación al uso de la tecnología de la infancia y las gravísimas consecuencias que esto puede llegar a traer. Sin embargo, se ha hecho una investigación muy importante, para mi gusto seria, en Latinoamérica, en donde se ponen a trabajar estos supuestos. Por ejemplo, hay uno de ellos que dice que las nuevas tecnologías han invertido las relaciones de autoridad entre el niño y sus adultos, porque el adulto sabe menos que el niño acerca del manejo de las máquinas. Sin embargo esto no se verifica de ninguna manera, en la medida que lo que produce es la posibilidad de hacer un intercambio diferente. Todo depende de la posición que tenga el adulto respecto al saber.

Si hay adhesividad, si no se puede salir de ahí, si la variabilidad -que es lo que constituye justamente el juego simbólico-, nos invita a pensar las condiciones para poder decir hay juego o no hay juego de manera rigurosa, más allá de lo que para cada uno y desde su fantasma se banque de las producciones de un niño pueda decir “Está jugando” y le está rompiendo la cara a alguien. La sanción es del adulto desde su historia y su fantasma. Más allá de esta cuestión, desde el punto de vista de poder hacer una formalización, una de las condiciones para la posibilidad de que haya juego simbólico es la variabilidad y la posibilidad de soportar la sustitución del objeto, porque no llegamos a hablarlo hoy, pero esta temática se entrecruza por la pregunta por el circuito pulsional y el juego. Entonces, el juego justamente trabaja intentando poner objetos a lo que no puede tenerlo. Por eso, en cada repetición lo único que se produce es la decepción en acto. Lo único que hace el niño, cada vez y otra vez de nuevo es intentar encontrar aquello que no encuentra. Esta es la repetición simbólica, que está al servicio del aprendizaje y la apropiación y la constitución de oposiciones y diferencias. Otra vez de nuevo, aparece el secreto de lo lúdico, según Lacan en el seminario de la identificación, que es lo nuevo.

El juego reclama la novedad. Si se repite de una manera real, es decir, se vuelve siempre al mismo lugar, dejó de ser juego. A mi me parece que la pregunta es por la matriz, es decir, la organización, cómo está estructurada esa matriz y cuáles son las leyes que la estructuran para poder decir si hay juego o pura estereotipia. Ustedes sabrán que hay todo un debate de si se puede hablar de juego normal y un juego patológico. Yo creo que hay juego o no hay juego. Cuando un niño pone en serie y enfila sus autitos por toda la casa y no deja de hacer eso, sin admitir que le toquen o le cambien, los padres pueden decir “le encanta jugar con los autos”. Bueno, yo no llamaría juego a esto. Hay un intento fracasado de hacer juego, que es distinto. Entonces, ¿cómo ayudamos a que eso sea juego? Decir que hay un juego estreotipado o un juego patológico es patologizar al juego. La otra es pensar a un niño que está demandando de una manera silenciosa a un Otro que le permita desarrollar su juego. ¿Con qué trabajamos en el campo de “la gravedad”? Con restos que es muy difícil convertirlos en juguete, pero que es un desafío: mocos, patadas, balanceos, aleteos, estereotipias, arritmias…

Pregunta: -inaudible-
Exacto, esos son los restos, para intentar hacer de eso un juego. Si hay algo que me parece constitutivo de la neurosis es la tramitación desde el juego de las operaciones fundamentales, una de ellas es la separación. Porque el juego, como estamos diciendo, está al servicio de operar la separación de una manera que amortigüe el dolor. Es decir, como dice Freud, de una añoranza sin desesperación. Cuando el niño en el fort-da con su carretel juega a separarse de la madre (Lacan dice que el carretel no es tanto el representante de la madre, sino que él sea el que se separa como objeto del Otro), el punto es que él juega a esta separación de la madre, mientras espera a que la madre le venga a dar de comer, porque si no viene la madre a darle de comer, se muere. Entonces, sigue la dependencia. En el mientras tanto, practica cómo separarse a futuro, entre otras cosas. Esto va constituyendo neurosis, esto es lo que no pueden hacer los niños que no están subidos a este escenario del juego, al que denomino melancolía como campo.

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