miércoles, 3 de junio de 2020

El pánico sagrado.


 (En colaboración con Lucas Boxaca)

Carlos ingresa al consultorio e inmediatamente pide que se “le pregunte”. Se le pregunta qué lo trae a consulta y dice que viene porque tuvo lo que llama “ataque de pánico”. Súbitamente sintió unas palpitaciones y mareo. “Pensé que me iba a morir, tenía mucha taquicardia y pensé que me moría”, expresa.

Después de eso, días después, me agarró miedo a que me pasara de nuevo”. Agrega, entre otras cosas, que tras visitar varios médicos, estos le han dicho que no tenía nada y que debería consultar a un psicólogo. Duda que sea de orden psicológico la causa de lo que le sucede dado que lo que le pasa a él, lo siente en el cuerpo.

Describe entonces al detalle todas las manifestaciones corporales como sudoración, aumento de la respiración, mareos ocasionales, taquicardia, etc. “No sé qué es lo que me pasa, es un castigo, no me deja hacer nada. A veces voy al supermercado y me parece que me va a pasar lo mismo que esa vez, que me va a volver el ataque y me da miedo de morirme.”

Primera entrevista, pero ya hay algo que insiste. Temor a que algo se repita. En los dichos del paciente se escucha: la muerte como algo inminente. Pero la repetición no es solamente interna al caso; algo se repite en los dichos del paciente y en algunos casos que presentan la fenomenología nombrada como ataque de pánico. Algo de la muerte como inminente se presenta en derredor de lo que se nombra  como pánico. ¿Podría ser este un elemento clínico típico? En posteriores entrevistas, Carlos intenta construir las circunstancias que rodean sus ataques de angustia. Su padre ha muerto hace un año, “de cáncer por fumar”. “Yo también fumo, siempre termino haciendo lo que critico en los demás”. Se le pregunta qué fuma y expresa que el primero de sus ataques lo tuvo el día de su cumpleaños, tras haber fumado marihuana. En este punto pregunta: “¿Puede ser que sea por haber fumado?”. Comenta que recuerda que en el momento en que estaba fumando con sus amigos pensó: “Si me ve mi tía me mata”. Y luego: “Vamos a ir todos en cana”.

He aquí un contenido ideativo que se agrega a la manifestación puramente corporal de la crisis de angustia: una presencia punitiva del Otro que parece tener alguna injerencia en lo que se presentaba como sin causa psíquica, cuestión que parece tener conexión con el “castigo” que el pánico representa para el paciente.

Es de ese mismo modo que se refiere a su infancia: “Un castigo”. De su padre dice: “Nunca estaba en casa, siempre estaba borracho, salvo cuando trabajaba. Mi madre es loca, está internada”. Desde chico se ocupó de cuidar a su sobrina: “Me quedaba en casa solo y a veces no teníamos nada de comer, le daba agua con azúcar para que no llorara. Tenía miedo de que se muriera”. “Para que no saliera me decían, mis hermanos y mi papá, que me iba a agarrar la policía”. Le pegaban continuamente y se pregunta: “¿Por qué todo fue a los golpes?, ¿por qué tanto castigo? Pero no siento rencor”, aclara inmediatamente, dado que no quiere hablar “mal” del padre, “porque los padres son sagrados”.

Recuerda una escena que se repetía en su hogar. Su padre llegaba tarde en la noche, ebrio, y lo despertaba para que le hiciera mate. Luego “servía dos vasos de vino, brindaba y se tomaba los dos vasos, diciéndome que no debía beber, porque me haría mal”. El motivo del brindis: su muerte. “Celebraba que quizás ese fuera el último día de su vida”, aclara el paciente.

Carlos comenta que su padre era un soñador, que lo despertaba por las noches para decirle que lo traería a Argentina. “Yo le creía, pero un día me cansé y lo perseguí con una navajita, se reía de mí y yo le decía que lo iba a matar”. Tras lo dicho el paciente no oculta su sorpresa: ¿qué relación entre este deseo de muerte hacia un padre demasiado vivo y lo que resuena en el ataque como angustia de muerte? Siguiendo las palabras de Carlos: “¿Por qué tanto castigo?”. Tanto castigo, ¿tendrá relación con lo que se le genera a Carlos con respecto a ese padre?

Quizás esta modalidad de presentaciones clínicas, en las que el ataque de angustia se acompaña del sentimiento de muerte inminente, sea un modo de expresión que cobra la tensión entre el yo y el superyó. Freud no deja de hacer esta correlación: “La angustia de muerte, que nos domina más a menudo de lo que pensamos, es en cambio algo secundario, y la mayoría de las veces proviene de una conciencia de culpa”.

Carlos relata el modo en que vivenció la muerte de su padre: no ha podido “llorarlo”. Expresa que iba poco al hospital porque no podía verlo tan mal: “Se ahogaba... no podía respirar”. “Ahogo” que el paciente nota, no sin sorpresa, que utiliza para referirse a su padecimiento. Trabajo de duelo que Carlos encuentra dificultades en realizar.

En el seminario 10 Lacan afirma: “El trabajo de duelo se aplica a un objeto incorporado, un objeto al cual no se le desea demasiado el bien. Entonces, si incorporamos al padre para ser malvados con nosotros mismos es quizás porque tenemos muchos reproches que hacerle a ese padre”. Reproches, que aunque silenciados por lo sagrado del padre, son igualmente penalizados. Una penalización que retorna a través de la angustia de muerte. Un saldo de lo agresivo hacia el padre que a través de la moralidad silenciosa del superyó se orienta contra el yo. Una moralidad que no distingue entre la acción ejecutada y el deseo que surge de la renuncia a desplegar la acción agresiva.

Carlos comienza a desplegar estos reproches, no sin dificultad porque “Los padres son sagrados”. Tras ser enunciados, éstos permiten contornear cuestiones relativas a la inconsistencia del padre. Comenta que mientras su padre estaba en el hospital hablaba con él: “Yo le decía a mi papá que me pasaba lo de los ahogos, el pánico, pero me decía que era una cuestión de edad y que se me iban a pasar, pero me seguían. Pero bueno qué iba a saber él, además él se estaba muriendo y yo ni bola”.

Todo este recorrido en derredor de la muerte del padre y las circunstancias que la rodearon viene acompañado por una disminución en los montos de angustia y la circunscripción de los miedos, que permite preguntar si el pánico, al menos en este caso, no constituye una manera de tener idea de su muerte y transitar el duelo.

Fuente: Lutereau, Luciano "Ya no hay hombres: Ensayos sobre la destitución masculina" . Capítulo "El malestar contemporáneo"

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