sábado, 10 de agosto de 2024

La histeria masculina: ¿Cómo se presenta?

Para hablar de histeria y no perderse las cuestiones de género e incluso las diversas formas sintomatológicas que el cuadro manifiesta, debemos considerar el punto de fijación propio de este cuadro: un punto donde el sujeto sintió no haber sido amado suficientemente por el Otro. El Otro de los primeros cuidados, digamos su madre o quien haya cumplido esa función, lo frustró amorosamente y el sujeto aparece incompleto y desvalorizado, en oposición a lo que podría ser el falo, un objeto completo e ideal. El histérico lleva esta queja arcaica a todo lo que lo rodea. De esta manera, el sujeto histérico se ve a si mismo como algo desfalleciente, desvalorizado (frente al deseo del Otro) y apuesta a la existencia de un modelo ideal. 

Por otro lado, el histérico intenta ser el objeto ideal del Otro, ese objeto que el histérico no lo fue jamás. Por supuesto, que todos estos esfuerzos fallan, porque a falta de un objeto ideal (castración) al histérico no le queda otra alternativa que no dar jamás un objeto sustitutivo posible, manteniendo así su deseo insatisfecho, que le permite continuar su aspiración a ese ideal de ser.

La histeria masculina, en el Edipo

El drama de la histeria siempre gira alrededor de tener y no tener el falo. El padre imaginario del histérico, ese del que habla en la consulta, aparece como privador e interdictor. Como se trata de una neurosis, el padre ha arrancado al niño de ser el falo de la madre, conduciendo al niño al registro de la castración. El niño descubre que no es el falo, y que tampoco lo tiene. Es decir, se instaura el padre simbólico, la madre reconoce la palabra del padre como la única susceptible de reconocer su deseo.

Lacan (1958, Las formaciones del inconsciente) dice que para tener el falo, hay que plantearse primero que no se lo puede tener. Esta es la apuesta del histérico ante la rivalidad fálica con su padre, lo que hace declinar el complejo de Edipo. Lacan observó que el padre, en algún momento, debía dar pruebas de la atribución fálica. De manera que el histérico, de acá en más, se desvivirá sintomáticamente en "dar pruebas". 

Para el histérico, el padre tiene el falo y por eso la madre lo desea. Pero por otro lado, el podría tenerlo  porque priva de él a la madre. El histérico siempre se la pasa poniendo a prueba esta cuestión. De esta manera, puede:

  • Someterse al padre, con la condición de no tenerlo.
  • Reivindicar que el padre lo tenga, justamente por haber despojado del falo a la madre. De esta manera, la madre podría tenerlo o incluso, que tiene derecho a él.
Esto hace del histérico un militante del tener. El histérico intentará apropiarse de ese atributo fálico que se considera injustamente desprovisto. En el histérico varón, se trata de dar pruebas de su virilidad, lo que lo puede atormentar. 

La histeria masculina: ¿Por qué permanece oculta?

Digamos que la histeria masculina siempre ha gozado de "buena prensa".

La histeria masculina muchas veces se esconde bajo las neurosis post-traumáticas, incluso en las neurosis de guerra planteadas por Freud. Aparece, en estos casos, una causalidad exterior que en realidad existe dentro de uno mismo. Muchos héroes de guerra aparecen condecorados, reconocidos, e indemnizados por la sociedad. Muchas veces, no obstante, notaremos que no hay una estricta relación entre esos traumatismos con las secuelas que estas personas ostentan.

Es cierto que los grandes ataques de histeria de Charcot no son comunes en los varones histéricos, pero sí aparecen los ataques de ira cuando les acontece alguna contrariedad, que no son más que una confesión ruidosa de su impotencia.

Si bien en la histeria femenina encontramos las expresiones espectaculares como las anestesias, contracturas, trastornos sensoriales, en el varón histérico suele aparecer más el temor a tener una afección, a la manera de una hipocondría. La función del síntoma y su elaboración son comparables en ambos sexos.

El modelo del histérico

El falo, según vimos, es de lo que el sujeto histérico se siente privado. Si al histérico se le presenta un otro que no lo tiene, pero que desea ante un tercero que supuestamente lo tiene, ese otro aparece como la solución a la pregunta por el enigma del deseo. De ahí el histérico se identifica a "su modelo": se aliena al deseo del otro, identificándose a quien no lo tiene, pero que lo desea en quien supuestamente lo tiene. 

El varón histérico puede ponerse al servicio del otro para realzarlo, o reforzar las características de sus compañeros. Pueden asumir la posición del defensor incondicional del otro. Aquí entran los "excombatientes" que invocan todos los sacrificios que hicieron por su familia, su trabajo, etc.

Demanda de amor y reconocimiento

En toda histeria, aparece el tema de la queja por no haber sido lo suficientemente amado. Consiguientemente, el histérico se empeñan en crear diversos artificios para hacerse ver y oir. Acá entra la seducción, que las más de las veces queda solo en eso (aunque prometa un amor sin reservas). En realidad, el histérico no puede renunciar ni perder a nadie, de lo que se trata siempre es de llegar al mismo punto de fijación: la insatisfacción y la queja por lo que no tiene. Para el histérico, la mujer del otro es más deseable, el auto que se compró el otro es mejor. Encontramos en el histérico, por ende, una incapacidad de gozar.

El histérico hace consistir y sufre una posición de víctima, que obviamente ofrece a la mirada de todos. El fracaso en la histeria puede leerse en los términos de neurosis de destino que Freud describió.

El partneaire histérico.

Cuando el varón es histérico, por lo dicho anteriormente, lo que se va a presentar frecuentemente es la figura del "partenaire inaccesible". Se trata de alguien -hombre o mujer- que el histérico ubica como deseable y deseante, brilloso, realzado. Se trata de un partenaire seductor, siempre ofrecido a la mirada del otro (fascinado y envidioso) para que el histérico pueda investirlo idealmente. Si el partenaire del histérico se baja de este pedestal, el histérico se desespera y percibe al partenaire como amenazador, alguien odioso y detestable.

Otro punto conflictivo es cuando la mujer a quien admira el histérico dirige su deseo hacia él. Si ella lo desea, es porque algo le falta... algo que él supuestamente tiene. Pero el histérico se descalifica de antemano, por la posición sintomática que tiene con el falo. Ahí al histérico se le cae la fascinación: el objeto idealizado padece la falta. La relación del histérico con el deseo de una mujer es siempre al modo de "no tengo el falo": la eyaculación y la impotencia pueden hacerse presentes como síntoma.

Confrontado con la falta del Otro, el varón histérico tiene una posibilidad: ponerse al servicio del partenaire para reinstaurarlo del lugar del que se cayó. Acá empiezan los sacrificios que el histérico hace en pos del objeto idealizado. El histérico aparece como indigno, como alguien que no está a la altura y que requiere del perdón femenino por la ausencia del objeto fálico. Aparece la figura del héroe sacrificado, que le ofrece -y padece-todo lo que hace por su dama. Cuanto más cara es la deuda expiatoria, mejor.

Sobre la histeria, hay varones homosexuales que sienten que no son hombres, es decir, solapan una relación de objeto al asunto del narcisismo. Esta pregunta de qué es ser un hombre o mujer -se la haya formulado el paciente o no- nos introduce en el tema de la histeria, que no es privativa de las mujeres.

El hombre histérico puede posar como un hombre macho, pero lo hace a la manera de una caricatura: da pruebas de virilidad, puede dedicarse al culturismo, rivalizar con otros hombres a quien el histérico les atribuye tener al falo. En la histeria está esto de la simulación, como dicen los viejos libros de psiquiatría, por su tendencia a la identificación del tercer tipo. Se puede decir que la histeria masculina da cuenta de un punto de detención en la constitución ese "ser varón", que solo ocurre si se sale del goce materno hacia la exogamia. Eso es el significante fálico, y se puede ser varón pese al cuerpo que se habite.

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