En el seminario La angustia, Jacques Lacan organiza su cuadro de los afectos a partir del tríptico freudiano "inhibición, síntoma y angustia". En este contexto, surge una porción de la práctica analítica que Diana Rabinovich denomina "perturbaciones de la demanda" en su libro Una clínica de la pulsión, las impulsiones.
Estas presentaciones clínicas se distinguen por la ausencia de una posición en la que el sujeto se relacione con el objeto causa de deseo, como ocurre en la histeria. En cambio, se ubican en una posición más próxima al plus de gozar. Aquí, el material clínico no se organiza en torno a un síntoma definido. En su lugar, el discurso del sujeto se caracteriza por la queja y la penuria, predominando una sensación de indeterminación sobre lo que le sucede.
Bajo este enfoque, podemos agrupar estas manifestaciones dentro del campo de las impulsiones y las caracteropatías, según Rabinovich. Estas impulsiones destacan por su componente pulsional, que opera como núcleo del síntoma, es decir, aquello que retiene un carácter gozoso pero no interpela al Otro. Este elemento gozoso no entra en transferencia ni llama a la interpretación; más bien, es el analista quien debe buscarlo. Este núcleo pulsional está revestido por la envoltura significante del síntoma, su metáfora formal.
Dichas presentaciones reflejan más la oposición fantasmática del sujeto que el síntoma en sí mismo, ya que operan como un “tapón” del plus de gozar. Por ello, el trabajo analítico inicial implica inducir en el sujeto un efecto de división que posibilite la formulación de una pregunta, un primer paso hacia lo que Lacan denomina "histerización del discurso", condición fundamental para que el análisis propiamente dicho pueda comenzar.
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